jueves, 26 de julio de 2012

Dichosos 3 - Los humildes

Mateo 5:5

Hola a todos. Después de varias semanas finalmente encontré un momento para publicar la siguiente reflexión acerca de las bienaventuranzas. Habíamos visto ya dos de ellas, que hacían referencia a los pobres de espíritu y a los que lloran. Nos toca entonces ver la tercera, sobre los humildes.

Como habíamos visto antes, ser "bienaventurado" equivale a ser bendecido por Dios. Dice el texto que "Dios bendice a los humildes" (Traducción al Lenguaje Actual). Ahora bien, ¿quiénes son los humildes? ¿A quiénes se refiere este pasaje?

La mayoría de las versiones usan en este pasaje el mismo término, "humildes". Sin embargo, algunas usan la palabra "mansos". Es interesante que la palabra griega que usa sirve al mismo tiempo para decir "moderado", "gentil".

En fin, ser humildes es, de algún modo, lo que normalmente entendemos por humilde, o sea lo contrario de orgulloso. Pero es más: es ser pacífico, por un lado, y ser moderado, medido, por el otro.

De hecho, ser orgulloso es no ser moderado. Es valorarse desmedidamente, darse uno más importancia de la que tiene. En la biblia encontramos muchas veces la palabra usada como sinónimo de altivo. Está claro que esta actitud es la que Dios justamente MENOS quiere de nosotros. Es, de hecho, la actitud que alejó al hombre de Dios. Pensó que valía más que lo que Dios había establecido, que su voluntad valía más que la de Dios.

Un cambio de actitud en este punto, entonces, bastaría para acercarnos a Dios. Así es, de hecho, y ya lo vimos en la primera reflexión de la serie. Se trata, básicamente, de no creer que soy tan bueno como para estar en posición de enojarme con los demás, o pelearme con otros. Quiero decir, sí, hay cosas que pueden ofenderme, y puedo enojarme, pero tengo que cultivar una actitud tan humilde que mi enojo termine siendo bien pasajero, que me haga recordar que yo también soy falible y que si yo puedo hacer las cosas mal, el otro también, y por lo tanto no tengo derecho a enojarme. Eso, idealmente, tendría que bastar para reconciliarme o perdonar a esa persona, si cultivo una actitud verdaderamente humilde.

Romanos 12:3 dice: "Nadie tenga un concepto de sí mismo más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado". Por supuesto, es importante valorarme a mí mismo, pero sólo hasta un punto. Y el punto es la medida de mi fe: si tengo una fe tan grande que puedo pensar muy bien de mí mismo sin volverme orgulloso y desmerecer a otros, y sin tratar a los demás como inferiores a mí, entonces no hay problema. La realidad es que, siendo sinceros con nosotros mismos, es difícil que alguien pueda considerarse demasiado bueno en sí mismo. Yo era totalmente contrario a Dios, y Dios mismo me perdonó a un precio muy alto. Y aunque ahora estoy de su lado, sigo fallando y me sigue perdonando. Creo que su ejemplo de humildad, el perdonarme aunque él SÍ sea muy superior a mí, es el que deberíamos aspirar a tener.

Por otro lado, ser humilde es ser manso, pacífico. La actitud humilde implica no sacarme de mis casillas, ni por algo que me hicieron, ni al hablar de algún tema, ni nada. Es responder a cada uno con paciencia, con calma. Es tratar bien a todos sin importar las circunstancias. Esto, por supuesto, es igual de difícil que lo anterior, o más. Especialmente cuando hablamos de temas particularmente controvertidos, por ejemplo, la fe. Pero si una discusión me lleva a subir el tono, debería preguntarme si no estoy considerándome el que más sabe entre todos los que están discutiendo. Si no es así, ¿por qué querría tratar de imponerme sobre los demás? "No se crean los únicos que saben", dice Romanos 12:16. Aunque yo esté muy seguro, el otro puede tener razón, y seguramente tiene al menos algo para enseñarme a mí.

Finalmente, el pasaje dice que los humildes, los moderados, los pacíficos, "recibirán la tierra como herencia". No solamente es una señal de que ellos conocen a Dios, sino que las puertas se les abren. Dios les abre las puertas a los humildes. Las puertas de las diferentes metas y objetivos que ellos se proponen. La actitud humilde no se enfada ante las circunstancias, sino que confía en que Dios tiene un plan. Si Dios abre puertas, es una bendición. Si las cierra, es también una bendición, para ser buscada en otro lado. Pero el humilde busca siempre las cosas por las buenas, nunca forzando, nunca corrompiendo, nunca engañando. Porque esos medios son siempre maneras de imponer mi propia voluntad, y la verdad es que nunca terminan bien, de acuerdo a los parámetros de Dios. Dios no bendice a los que fuerzan las circunstancias, sino a los que se dejan llevar por él.

Por eso, se cumplen en los humildes todas las promesas del Señor. En cambio, en los orgullosos o desmedidos, no se cumplen siempre, porque ellos mismos son un obstáculo. O mejor dicho, se cumple sobre todo una promesa: "Todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Lucas 14:11). El que quiere llegar alto y lejos por sí mismo, se queda en el camino. Pero al que es paciente, moderado en sí mismo, es Dios mismo el que lo enaltece, lo lleva alto, lo lleva lejos.

En fin, espero que esta reflexión haya sido de bendición. Por supuesto, la clave está en la actitud. No piensen que por enojarse fallaron en este punto. Lo importante es cuál es mi actitud al enojarme, y si al hacerlo considero, por ejemplo, el hecho de que yo mismo estoy en falta ante Dios de manera permanente, lo cual me hace no tener derecho a no perdonar. Dios ve el corazón. Si mi actitud esta bien, la práctica se va a corregir sola, o mejor dicho, por la acción del Espíritu de Dios en cada uno de nosotros.

Que el Dios de paz les de sabiduría siempre, para que puedan tener la actitud correcta frente a los demás, la actitud humilde que nos abre las puertas a los hermosos planes que Dios tiene para nosotros. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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