lunes, 3 de septiembre de 2012

Dichosos 5 - Los compasivos

Mateo 5:7

Hola a todos. Después de un largo rato vuelvo al blog para seguir publicando la serie sobre las bienaventuranzas, o bendiciones de Dios. Probablemente al final de la serie haga una última reflexión a modo de resumen y de conclusión de todo el pasaje.

Por ahora nos toca la quinta de las bendiciones de Dios nombradas por Jesús en el contexto del llamado sermón del monte: la que corresponde a los compasivos. Ésta es una palabra llena de contenido. En el original griego, la palabra está asociada con la compasión y con la misericordia, dos cosas que a mi entender van de la mano, y que tienen mucho alcance.

La compasión puede pensarse como la capacidad de sentir en carne propia la necesidad del otro. Esto no quiere decir necesariamente vivir lo que el otro vive, sino involucrarme en su necesidad. Tal vez nunca pasé por lo que pasa la otra persona pero experimento una profunda pena o tristeza por comprender lo que significaría estar en esa situación. O tal vez nunca tuve una necesidad como la que tiene el otro, pero puedo sentirme conmovido por entender lo que significa para el otro tener esa necesidad.

Por este lado, la compasión se acerca a la empatía. Poder ponerme en el lugar del otro con todo lo que eso implica. Empatizar es mucho más que solamente entender qué siente el otro, tiene que ver con experimentar lo que el otro experimenta sólo por haberme puesto en su lugar. Creo que Jesús tenía esta capacidad desarrollada al máximo, y creo que es una de las características más básicas de la compasión, al menos en una escala pequeña.

Pero compasión no es sólo ni principalmente empatía. Es también, y en un sentido más importante, misericordia. Ésta palabra creo que es tan conocida y tiene tanta significación cultural agregada que hasta puede haber quedado tapada la magnitud de su significado, pero su raíz tiene que ver con identificarse con la miseria de otra persona. Ahora bien, la miseria no es necesariamente algo externo, una condición mala o pobre de la vida material. Miseria tiene que ver en gran medida con la vida en general, y la misericordia se refiere especialmente a la condición de la vida espiritual, al interior de la persona.

Misericordia tiene que ver entonces con identificarse, comprender e involucrarse siempre con la necesidad y la situación interior de los demás, el estado en el que están. Los compasivos o misericordiosos serían entonces los que viven de esta manera, atentos y abiertos a los problemas, las cargas y las condiciones de la vida de los demás.

Ahora, esto tiene un punto muy profundo que a veces pienso que puede olvidarse. Tener misericordia es solidarizarme con la miseria de los demás siempre. Incluso, y especialmente cuando nos tratan mal, o nos hacen cosas que no nos gustan, o actúan con injusticia o maldad. Todos tenemos miseria dentro nuestro, y reconocer esto es el primer paso para ser compasivo. No es que no pueda comprender que la otra persona sea miserable en su interior, porque a fin de cuentas, yo mismo soy miserable en mi interior. Basta con pensar ejemplos de mi vida en los que reacciono mal, o injustamente, o hago cosas sin pensar en las consecuencias para la otra persona, o pienso sólo en mi mismo. Eso ya es miseria.

Existe un solo remedio para la miseria del hombre: el perdón de Dios. Cuando hago algo malo contra alguien, le pido perdón. Eso implica haber primero reconocido que mi comportamiento estuvo mal. Lo mismo pasa con Dios. Pero con él la situación es más compleja, porque no es solamente pedirle perdón por cosas. Mi propio interior está mal, está corrompido. Esto es así siempre, para cada persona. No hay excepciones. Por eso, es totalmente necesario para sobreponerme a mi miseria que Dios me cambie, me transforme desde adentro. Eso es el perdón de Dios. Él mismo viene adentro de mí y me perdona desde mi interior, descartando mi miseria, ignorándola.

Esto mismo es lo que a mi entender Dios espera que yo haga con el resto. Si alguna actitud o comportamiento del otro refleja su miseria interior, su "parte mala", entonces tengo que "meterme" dentro de la otra persona y tratar de entender cómo es que terminó haciendo eso. Y lo comprenda o no, tengo que tener presente que Dios mismo tuvo compasión de mí, pensó en mi miseria no como una ofensa sino como una enfermedad, una situación mala por la cual entristecerse desde mi lugar. Esto es la compasión.

Por lo tanto, si tengo dificultad para tolerar a los demás o para perdonarlos o mirarlos con bondad a pesar de lo malo que puedan hacerme, es porque tal vez no esté experimentando con plenitud el amor y el perdón de Dios. Tal vez hay algunas cosas malas dentro de mí que no reconocí o de las que no siento que tenga que arrepentirme (generalmente esto pasa porque la sociedad nos ha convencido de que en ciertos casos una determinada cosa es correcta aunque generalmente se la vea como mala, por ejemplo las "mentiras blancas", o cosas así). Éste sería un buen momento para reflexionar al respecto y pedirle perdón a Dios desde mi corazón.

Y la compasión, y por ende el perdón, son en sí mismas bendiciones. Dios me regaló su misericordia como parte de su amor, y el amor es la propia fuerza que impulsó la creación, por lo tanto es un pedazo de ese paraíso de inmensa felicidad del que hablaba en la primera reflexión de la serie. El perdón trae felicidad, de hecho. Por un lado, cura las heridas generadas por la situación que es perdonada, tanto las mías como las del otro. No es un favor al otro, es un remedio para los dos (o la cantidad que sean). Además, genera unidad. Para perdonar a otro me tengo que acercar e involucrarme afectivamente con esa persona, porque tengo que solidarizarme con la miseria de su interior. Esto me une con el otro. Por otra parte ablanda mi corazón y me hace una mejor persona. Perdonar es un acto de humildad, porque digo "no voy a esperar a que la otra persona venga a pedirme perdón o a querer arreglar las cosas, como si fuera la única que hace las cosas mal, sino que voy a ir yo aunque esta vez no creo que haya hecho nada malo". Y finalmente, me libera de una carga negativa que si la mantengo en mi mente me lleva a actuar mal yo mismo, y me lastima lentamente. Perdonar es una cara más de ser libre.

Tengo la certeza de que si ignoro la compasión y me fijo siempre en la miseria del otro sin identificarme y pienso solamente en cómo esa miseria me perjudica a mí, voy a empezar lentamente a desconfiar del amor y el perdón de Dios, y tal vez me olvide de él o deje de tenerlo presente, entonces voy a empezar a tener problemas conmigo mismo. Porque ignorar la miseria del otro es fácil, está fuera de mí. Pero no puedo ignorar mi miseria, y si no recuerdo que Dios mismo descarta mi miseria y me perdona, tal vez empiece a tener dificultades para perdonarme yo mismo por las cosas que veo que hago, pienso o siento mal.

En fin, la compasión es una de las características más importantes que como cristianos tenemos que desarrollar. Si me cuesta, es un punto que tengo que trabajar, pero no dejarlo pasar. Porque todas las personas tenemos la condición de "miserables" en el sentido de que hay miserias y necesidades profundas adentro nuestro. Dios, dice el pasaje, bendice a los compasivos mostrándoles su compasión. No es que no tenga compasión de los que NO son compasivos, pero quien no es compasivo, como ya vimos, pierde de vista la compasión de Dios. Jesús dio el primer paso, enseñándome la misericordia. Puedo seguir su ejemplo o no hacerlo. Pero si no lo hago, me pierdo la mayor de las bendiciones de Dios: el efecto de su amor y su perdón en mi mente, y en toda mi vida. Este efecto no es otro que la felicidad propia de Dios, de su casa, del paraíso. Si no estoy dispuesto a ver al otro como un par que atraviesa las mismas miserias, necesidades, problemas y maldades que yo, me pierdo de disfrutar una porción del cielo acá, en la tierra, en esta vida. Y le niego parte de esa posibilidad a los demás.

Que el Dios de toda misericordia y compasión los inunde con su amor hasta desbordar, para que puedan vivir una vida de compasión y disfrutar y compartir con cada persona que se cruce en sus caminos el pedazo de cielo que Dios nos regala a través de su perdón. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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