jueves, 6 de septiembre de 2012

Dichosos 6 - Los de corazón limpio

Hola a todos. Esta vez volví a publicar más rápido, y espero poder volver a hacerlo con la próxima reflexión. Reflexionar sobre un pasaje versículo por versículo tiene la dificultad de que si no es continua la publicación se puede perder el hilo. Pero bueno, para evitar eso quiero simplemente insistir en que donde algunas versiones hablan de "bienaventuranza" o "dicha" otras dicen "Dios bendice a los...", y en la primera reflexión un poco agrupé las tres ideas en una, por eso el título de esta serie es "dichosos" y no "bienaventuranzas". Había dicho que esta "dicha" es justamente la bendición de Dios, que me permite disfrutar de una felicidad profunda, que está por debajo de las circunstancias, el "gozo" del que hablan otros pasajes, una paz y un bienestar que permanece aunque en la superficie pueda haber tristeza, enojo, o lo que sea, y que es la fuente del cambio de actitud, porque es una dicha, un gozo que proviene del Espíritu de Dios habitando adentro mío.

Mateo 5:8

Esta vez nos toca reflexionar sobre la bendición de Dios a los de corazón limpio. La mayoría de las versiones, al menos las que revisé, coinciden en la traducción casi totalmente, variando solamente en la expresión para "dichosos" o en la palabra para "limpio", donde también aparece puro.

A lo largo de toda la Biblia vemos un tema que es constante, y es el de la desobediencia del hombre, y su corrupción, que es la consecuencia directa. Jesús mismo dijo que él vino a buscar a los enfermos. En realidad, todos estaríamos en ese sentido enfermos. ¿Enfermos de qué? De suciedad del corazón, de esa falla que es consecuencia de la desobediencia.

Pero entonces, ¿a quienes bendice Dios? Si todos estamos sucios en el corazón, nadie tiene corazón limpio. ¿Será que se refiere a los creyentes? ¿Seríamos nosotros los de corazón limpio?

Bueno, la respuesta es, digamos, que no. Dice Romanos 3:9, hablando sobre la situación de la humanidad, que "no hay un solo justo, ni siquiera uno". No dice "no hay ningún justo que no sea cristiano", ni dice "no hay un solo justo entre la gente no cristiana". Ya habíamos visto esto en la reflexión sobre "los pobres de espíritu", y también aparece en los demás versículos implicitamente, y en toda la Escritura.

Ahora bien, la pureza o limpieza del corazón tiene, entonces, evidentemente otro sentido para Dios. No se trata de una blancura absoluta, de una perfección total. Se trata, entiendo, de la actitud. Porque si mi corazón no está limpio, tengo que limpiarlo. Y como mi ser entero está sucio desde el momento de mi nacimiento, mi corazón vuelve a ensuciarse todo el tiempo. No olvidemos que además existen seres espirituales dedicados a tiempo completo a ensuciarnos. Por todo esto, tener el corazón limpio requiere una lavada permanente. Y eso es actitud: estar atento para seguir siempre un determinado curso de acción frente a la misma circunstancia. Si tengo el corazón sucio, lo limpio.

Habría que preguntarse entonces, ¿cómo limpio mi corazón? En primer lugar es importante saber que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento el corazón no es otra cosa que la mente. Es el lugar de mi pensamiento, de mis intenciones, mis deseos, mi personalidad, mis emociones, en fin, todo lo que soy, todo lo que me define como persona. Mi corazón sería, en resumen, mi ser, y mi ser sería mi mente.

Por eso, un corazón limpio equivale a una mente limpia, en el sentido amplio: deseos limpios, intenciones limpias, emociones limpias, etc. El de corazón limpio o puro sería entonces el que pone su mente, sus fuerzas, sus deseos y todo lo que él o ella es, en aquello que está limpio, o sea, en lo que viene de Dios. Podríamos decir que es por lo tanto el que aparta sus pensamientos, actitudes y actos de las cosas que desagradan o no le interesan a Dios.

Hay cosas que son malas. Herir voluntariamente a otros es claramente desagradable a Dios. El engaño, la mentira, la traición desagradan a Dios. Hay otras cosas que a simple vista no parecieran ser malas, pero en definitiva son vanas, no le interesan a Dios y por lo tanto nos desvían de lo que Dios quiere para nosotros. Para mantener una mente limpia, de nuevo, tengo que enfocarme en aquello que Dios activamente quiere para mí. "Ama al Señor con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Deuteronomio 6:5). Podríamos parafrasearlo de esta manera: "pon todo lo que eres al servicio de Dios".

La clave, entonces está en volver hacia atrás. Es decir, no es que se pueda volver para atrás en la práctica. Pero cuando pienso algo que sé que es desagradable a Dios, tengo que frenarlo, dejarlo ahí. Cambiar de pensamiento, cambiar de mente. Esto es lo que llamamos "arrepentimiento". Es cambiar de actitud, sea que haya hecho o haya pensado algo que Dios no quiere de mí. Es apartarme de mi suciedad, de mi maldad, no convivir con ella. Arrepentirme limpia mi mente, vacía al menos esa suciedad visible que se manifestó en una idea o en una acción. Es el comienzo de "los de corazón limpio".

La bendición de Dios sobre los de corazón limpio es la más grande que se me pudiera llegar a ocurrir: ¡ver a Dios! No puedo imaginar un disfrute, una felicidad, una bendición mayor que estar cara a cara con el que ES en sí mismo disfrute. No olvidemos que de eso se trata el cielo, el paraíso. La palabra "Eden" significa eso: disfrute. Y estos, los de corazón limpio, los que renuevan su mente a la luz de la Palabra y el Espíritu de Dios y están dispuestos a cambiar y dejar atrás su suciedad, son los que van a subir un día al monte del Señor y van a estar ante su trono, disfrutando de la mayor felicidad jamás imaginada.

No quiero descuidar igual que la bendición es también para este mundo, para esta vida. Romanos 12:2 dice "...sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta". Comprobar cuál es la voluntad de Dios. Verificar, descubrir de manera práctica. Si limpiamos permanentemente nuestro corazón recibimos la bendición de vivir la vida con la óptica que Dios nos transmite, que es la que nos permite apreciar todas las cosas que vivimos desde su perspectiva y por lo tanto vivir nuestras vidas con una felicidad profunda, llevar adelante una vida agradable sin importar cuáles puedan ser las circunstancias, o incluso independientemente de cuál sea nuestro estado de ánimo. Por eso dice el pasaje de hoy que los de corazón limpio "verán a Dios". No sólo lo verán en el futuro, al llegar ante su presencia, sino antes, en esta vida, verán su obrar y reconocerán su mano. Ésta es también una bendición enorme.

Son, entonces, los que tienen actitud de arrepentimiento y de cambio los que llegan a descubrir a Dios y ver su obrar, y lo reconocen en esta vida. No se trata de ser perfecto, sino de ser perfeccionado. No se trata de ser limpio en el sentido absoluto, sino de ser permanentemente limpiado. Por eso es mucho más una actitud que una acción en sí. Es renovar mi mente todo el tiempo, lavarla en el agua de la Palabra de Dios y el Espíritu, la mente de Cristo transferida a nosotros sólo por aceptar nuestra condición y reconocer que necesitamos de Dios. Recibir a Cristo es recibir su mente, y recibir la mente de Cristo es el principio de la pureza del corazón.

Que el Dios de toda pureza llene sus mentes de su Palabra y sus pensamientos, para que puedan tener una mente limpia, una actitud de arrepentimiento, cambio y renovación, y puedan ver a Dios en cada momento de sus vidas, y para siempre. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Querés compartir tus propias reflexiones sobre el tema?