jueves, 11 de octubre de 2012

Dichosos serán ustedes - Conclusión

Mateo 5:3-12

Hola a todos. Como anticipé la semana pasada, hoy quiero hacer un cierre de esta serie de reflexiones sobre las bienaventuranzas, o como las vengo llamando, bendiciones de Dios. Cuando pensaba en un título para ponerle a la reflexión, me crucé con un detalle interesante, que me gustaría resaltar. Si pensamos en los versículos 11 y 12 como un cierre que Jesús le da al tema, podríamos decir que las bienaventuranzas terminan en el 10. Y si lo vemos de esta manera, la primera y la última de las actitudes traen la misma bendición: "el reino de los cielos les pertenece" (5:3,10). Esto me hace pensar en que todas estas actitudes y bendiciones forman una única cadena, que se va formando en nosotros a medida que tomamos esas actitudes.

Ahora bien, es importante preguntarnos qué significa que el reino de los cielos nos pertenezca. Creo que un poco lo planteé la vez pasada, y también en la reflexión sobre la primera de las bendiciones, pero para resumir la idea, me parece que lo que quiere decir esto es que el objetivo del Señor es establecer primero el reino en la tierra. Porque no dice que el reino de los cielos les pertenecerá, sino que les pertenece. Por lo tanto, empieza a tener efecto acá, ahora. Nosotros vendríamos a ser como embajadores en esta vida. Traemos en nosotros el sello del reino de Dios, ¡nada menos! 2 Corintios 5:20 coincide con esta idea: "así que somos embajadores de Cristo...". Ese pasaje igual merecería una reflexión aparte, pero ya habrá oportunidad.

Lo interesante es que aún así, no se queda en la tierra. Si acá somos embajadores, en el cielo no se nos considera embajadores. "...El reino de los cielos les pertenece"... ¡Allá se nos considera reyes! "Si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Romanos 8:17). Esa, nada menos que esa, es la bendición maestra de Dios. No por nada abre y cierra la lista de las bendiciones que vienen sobre los que tienen la actitud que Dios espera. Es la obra maestra de Dios en nosotros.

Y es que no nos tenemos que equivocar: la obra no la hago yo. No es que me esfuerzo por tener estas actitudes y lo consigo, sino que primero es el Espíritu el que interviene en cada uno de nosotros, el Espíritu de Dios. Si intento por mí mismo, jamás lo voy a lograr. Tengo que estar atento, sí, cuidar y observar mi actitud, corregirla, pero principalmente estar en permanente oración, en contacto con el Espíritu, con Jesús, estar bien cerca de Dios para que mi mente esté siempre renovándose hacia la actitud que él quiere que yo tenga.

Ahora, ¿de qué manera produce esto Dios en nosotros? ¿Cómo se llega de ser enemigos de Dios, como dice Colosenses 1:21, a ser reyes en su propio reino? Bueno, es por esta cadena de actitudes, que va en orden, y empieza por reconocer nuestra condición de desobedientes y por lo tanto de espíritu pobre, quebrado, roto.

Cuando reflexionamos sobre eso, dijimos que los "pobres de espíritu" eran los que reconocían su miseria, su situación espiritual. Reconocían su necesidad de él. Dios responde a esta necesidad con compasión, porque en definitiva, la palabra "misericordia" tiene que ver con eso, con que Dios lleve en su corazón nuestra miseria. Y esto une esa primera actitud con la de los compasivos. Si recibí la compasión de Dios reconociendo de manera auténtica mi necesidad, eso me lleva necesariamente a tener compasión con los demás. Entienen la condición quebrada del otro antes de juzgar, responder o condenar. Este punto creo yo que es uno de los más difíciles, y donde más evidente es la acción del Señor. Es muy difícil tener esa actitud de compasión, en particular cuando es algo grave lo que nos hacen, y en particular cuando no conocemos al que nos lo hace, por ejemplo cuando nos roban, o situaciones similares. Lucas 7:47 dice "Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados".

Ahora bien, creo que reconocer mi miseria interior es un paso difícil, porque puede causarnos cierta amargura, cierto sufrimiento. Sin embargo, vimos que Dios bendice a los que lloran, porque les da un consuelo que, como dijimos, no solamente hace que vuelvan a estar bien, sino que los lleva a estar mejor que antes. Y es que este sufrimiento que viene por reconocer mi quebrantamiento interno hace que mi corazón se limpie, se limpie de mis ganas de hacer lo que yo quiera cuando quiera, se limpie de mi compromiso con el pecado, con la desobediencia a Dios. Seguimos fallando y desobedeciendo, pero ya no con indiferencia de lo que Dios piense, sino todo lo contrario: sufrimos al hacerlo, nos molesta, nos incomoda. Por eso, pasamos a tener un corazón limpio. Y cuando esto pasa, decíamos, vemos a Dios.

Y si vemos a Dios, cambiamos nuestra actitud hacia él, porque empezamos a descubrir su inmensidad, su presencia extraordinaria. Si nuestra desobediencia inicial, la que como humanos nos alejó de él, fue producto del orgullo, contemplar su presencia con un corazón arrepentido nos lleva a la humildad. La humildad, dijimos en esa reflexión, nos lleva a ser mansos, pacíficos. Tener paz adentro de nosotros, porque tenemos paz con Dios. La humildad implica ver a todos como al mismo nivel que nosotros, y no considerar mis asuntos más importantes que los de los demás. Eso me hace respetar a los demás, y trabajar por la paz. Ver al otro como un par es la causa de la unión, y la unión, como vimos, es el significado de la palabra "paz".

Finalmente, al reconocer que no soy tan grande por mí mismo y querer trabajar por la paz, estoy haciendo honor a mi condición de hijo de Dios. Él lo dio todo por la paz. Y si yo estoy dispuesto a hacer lo mismo, reconozco y demuestro que soy su hijo. La paz viene del amor, y el amor es la base sobre la que Dios me justifica. Es decir, me transfiere su propia justicia, la de su Hijo, Jesús, que es el único hombre justo que caminó sobre la tierra. Y cuando nuestro deseo es trabajar por la paz, empezamos a tener hambre y sed de justicia, esa justicia que Dios nos confiere. Empezamos a querer que alguien nos justifique, porque vemos que somos injustos. Y como dice Romanos 8:33, "Dios es el que justifica".

Ahora, eso me hace actuar de manera diferente. El participar de Jesús, como vimos en esa reflexión, es lo que nos da justicia, lo que satisface nuestra sed. Y eso nos lleva a tener la actitud de querer hacer siempre lo bueno. Por supuesto, ni bien empezamos, aparecen dificultades. Internas, a veces, obstáculos que están en nuestra propia cabeza, pero también muchas veces de nuestro entorno, que reacciona contra una manera de actuar que lo incomoda, que choca con la manera de actuar, de pensar y de vivir de aquellos que no comparten nuestra visión o nuestra fe. Esto nos puede llegar a traer problemas de verdad, incluyendo persecuciones. A veces esas persecuciones son simplemente exclusión, burla, o ese tipo de cosas. Otras veces es violencia física, y en algunos lugares puede incluso ser prisión o daños más graves.

Pero ante ese cuadro, Dios nos dice: "Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!" (Filipenses 4:4). Podríamos parafrasearlo y decir "alégrense siempre por hacer las cosas como el Señor les pide, pase lo que pase". Porque la recompensa es enorme en el cielo: ¡nos espera la gloria de Cristo! ¡Nosotros mismos convirtiéndonos en reyes junto con él! Y aún en esta vida, nos esperan nada menos que todas esas bendiciones que menciona el pasaje: seremos consolados, heredaremos la tierra, seremos saciados de justicia, seremos tratados con compasión, veremos a Dios y seremos llamados nada menos que "hijos de Dios".

De nuevo: "el reino de los cielos les pertenece". Con todo lo que eso significa.

Entonces, para terminar (y admito que se hizo largo), queda decir que hacer lo bueno no es un medio para lograr algo. Es vivir como reyes del cielo, o sea, es un fin en sí mismo. Hacer las cosas como Dios quiere, o tener esa actitud, trae una felicidad que no tiene comparación. No me lleva al paraíso: trae el paraíso a la tierra, o al menos un pedacito de él. Un disfrute celestial en esta vida terrenal.

Espero que la reflexión haya sido de mucha bendición para todos. Quiero cerrar esta reflexión con esta frase que me vino a la mente, como si fuera una bienaventuranza que las resume a todas:

Dichosos serán ustedes cuando hagan lo bueno y practiquen la justicia, porque disfrutarán de la felicidad del cielo aquí en la tierra. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

2 comentarios:

  1. Por cuestiones personales se me vino esta parábola a la cabeza mientras leía esta reflexión! Espero te sea de bendición.

    Jesús en el hogar de Simón, el fariseo
    36 Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiera con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. 37 Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; 38 y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los secaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume.39 Cuando vio esto el fariseo que lo había convidado, dijo para sí: «Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora.» 40 Entonces, respondiendo Jesús, le dijo:
    —Simón, una cosa tengo que decirte.
    Y él le dijo:
    —Di, Maestro.
    41 —Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta.42 No teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos lo amará más?
    43 Respondiendo Simón, dijo:
    —Pienso que aquel a quien perdonó más.
    Él le dijo:
    —Rectamente has juzgado.
    44 Entonces, mirando a la mujer, dijo a Simón:
    —¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. 45 No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite; pero ella ha ungido con perfume mis pies. 47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama.
    48 Y a ella le dijo:
    —Tus pecados te son perdonados.
    49 Los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí:
    —¿Quién es éste, que también perdona pecados?
    50 Pero él dijo a la mujer:
    —Tu fe te ha salvado; ve en paz. (Lc 7:36-50)

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    1. Gracias! Es la palabra de Dios, siempre va a ser de bendición ;) en esa parábola pensaba yo también cuando escribía sobre los compasivos en esta publicación, seguramente Dios tuvo algo que ver con que te acordarás de la parábola...! :) un abrazo, y muchas bendiciones!

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