martes, 13 de noviembre de 2012

En la lucha 2 - El enemigo interno

Romanos 8:5-8; Mateo 6:19-21

Hola a todos. Después de unas semanas pude sentarme a publicar la segunda parte de la serie sobre la lucha espiritual. En la conclusión sobre la armadura de Dios había dicho que básicamente tenemos tres enemigos en esta pelea continua: uno interno y dos externos. Hoy nos toca pensar en este enemigo interno que tenemos.

En la reflexión pasada vimos que la lucha es por ver quién tiene control sobre nuestras acciones, y por lo tanto el campo de batalla es nuestra mente, de donde las acciones vienen. Es interesante que tanto en hebreo como en griego, la palabra que se traduce por mente y la que se traduce por corazón podrían ser las mismas. En definitiva, nuestra mente es el lugar de nuestros deseos, de nuestros pensamientos, de nuestra definición acerca de nosotros mismos, de lo que está bien o está mal, de nuestros sentimientos y emociones, en fin, somos nuestra mente.

El pasaje de Mateo dice que "donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (6:21). Es decir que siempre vamos a tender a enfocar nuestra mente en aquello que más valoramos. Y acá es donde la actitud empieza a ocupar un lugar central en esta pelea por nuestra mente. Nosotros podemos decidir qué es lo que más valoramos en esta vida, cuál es nuestro más grande tesoro. Nuestra mente va a estar encaminada hacia eso que más estimamos.

Romanos nos ofrece una comparación muy interesante. Existen dos tipos de mentalidad: la del pecado y la del Espíritu. La mentalidad del pecado es básicamente nuestra tendencia crónica a desobedecer a Dios con nuestros pensamientos, es decir a pensar de maneras que Dios no quiere para nosotros. Esto por supuesto produce acciones desobedientes, y según el pasaje esta manera de pensar "es muerte" (Romanos 8:8), es decir, conduce a la muerte.

En este punto tenemos que retomar la perspectiva de Dios sobre la definición de muerte. La vez pasada vimos que cuando el Génesis habla de "muerte" se refiere básicamente a una separación entre el hombre y Dios. No se trata simplemente de "muerte" en el sentido que le damos habitualmente, terminar nuestra vida en este mundo. Se trata de algo mucho más profundo: muerte es cualquier situación o estado que es diferente a lo que Dios quiere para nosotros, distinto a lo que le agrada a Dios. Eso es "muerte". Por eso dice la palabra de Dios que antes de conocerlo a él "estábamos muertos en pecados" (Efesios 2:5).

Tenemos que empezar a cambiar la perspectiva. En la reflexión pasada vimos que la principal estrategia del diablo para separarnos de Dios (podríamos decir ahora, sin vueltas, para matarnos), fue cambiar nuestra manera de entender las cosas para que nos enfocáramos en lo material y así poder engañarnos. La base de la mentalidad del Espíritu es justamente volver a enfocarnos en lo invisible, al menos como perspectiva de la vida.

Y es que la mentalidad del Espíritu es básicamente la manera de pensar de Dios. Si analizamos las Escrituras, está lleno de ejemplos de que Dios ve las cosas empezando por lo inmaterial: no juzga según lo que se ve sino según lo que no se ve, no nos acepta por lo que hacemos bien sino por nuestra confianza en él, dice que, aunque hay gente que hace muchas cosas buenas, no hay en toda la tierra ni un solo justo, entre otras cosas.

Si la mentalidad del pecado nos llevaba a pensar y hacer cosas que nos alejan de Dios, la mentalidad del Espíritu es todo lo contrario: nos acerca a Dios y nos hace dar fruto de vida, es decir, hacer acciones que construyen, que edifican, a nosotros o a otras personas. Si nuestro deseo es hacer lo que Dios quiere, no importa cuánto nos equivoquemos y tropecemos, a la larga siempre nuestra tendencia va a ser la de poner la mente en sintonía con el Espíritu de Dios, y por lo tanto hacer cosas buenas. Y estas cosas buenas son en definitiva nuestro propósito en esta vida: "Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica" (Efesios 2:10). Siempre tenemos oportunidad de hacer algo bueno, por nosotros o por alguien más. Y generalmente está acompañada de la oportunidad de hacer lo opuesto, y por lo tanto, de hacer algo malo para otros o para nosotros mismos. La decisión es nuestra, tenemos que elegir para qué lado queremos equilibrar la batalla. De nuevo: donde está nuestro tesoro se enfoca todo nuestro ser.

Gálatas 5:25-26 dice: "Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros". A esta altura podemos marcar esta diferencia: vanidad contra trascendencia. La vanidad abarca todas las cosas de este mundo que nos condicionan para tomar decisiones en favor del pecado, o sea, de la desobediencia. La trascendencia son las cosas del reino de Dios, que nos inclinan a actuar apuntando a la voluntad de Dios. Por eso es muy importante, como dice el pasaje de Mateo, acumular "tesoros en el cielo" (6:20) y no en la tierra, porque los tesoros de la tierra desaparecen, nos los roban, se corrompen, la polilla los come. Pero los del cielo son para siempre, y porque si esos son los tesoros que busco hacia esos tesoros va a estar enfocada mi mente.

Lo más importante para vencer a este enemigo interno, la mentalidad desobediente, es entonces querer hacer el bien, fijar la mente en los deseos de Dios. Esto implica dos cosas fundamentales: aceptar lo que Dios nos dice sobre qué esta bien y qué está mal, y aceptar la realidad que enfrentamos tal y como está, o sea, aceptar que las cosas están siendo de esa manera. Sino no puedo cambiarlas.

Y entender que esto es una guerra: hay batallas en todo momento. Algunas las voy a ganar, otras las voy a perder. Si sufro una derrota, no importa: me aferro al amor de Cristo, que me perdona, y sigo avanzando y luchando. Gálatas 2:20 dice "he sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí". Se trata entonces de crucificar al pecado, a la desobediencia, en la cruz de Cristo. Esto no es una acción concreta de un momento, sino algo de todos los días. Es una decisión que va a implicar muchas acciones, y también muchas reacciones por parte del enemigo, porque estamos dándole la espalda a su más importante servidor, el pecado que nos manipula hacia sus fines, su espía dentro de nuestro propio ser.

En fin, donde fijo mi mente, es decir, donde está mi verdadero deseo, está también el fruto, están las acciones que voy a llevar a cabo. Tengo la capacidad de vencer si me aferro en Cristo: "en todo esto somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó" (Romanos 8:37). Mientras no estoy siendo tentado, o sea atacado por la mentalidad desobediente, tengo que acostumbrarme a obrar bien y mirar siempre a Cristo, para que cuando llegue la hora ya tenga más desarrollado el hábito y sea más fácil. Es nuestro entrenamiento: "Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre" (1 Corintios 9:25).

Bueno, espero que haya sido de mucha bendición y no haya sido demasiado pesado. En cualquier momento o circunstancia, recuerden siempre esta regla: "No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence al mal con el bien" (Romanos 12:21). A mí, tenerla en mente me sirvió muchísimo en innumerables ocasiones. Si el pecado me dice "hace esto", hagamos justo lo más opuesto que se nos ocurra, y esa batalla va a ser nuestra.

Que el Espíritu de Dios llene sus mentes con todo su poder para que puedan mantener sus pensamientos enfocados en Cristo, y así vencer al enemigo interno día a día, en cada área de sus vidas. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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