jueves, 22 de noviembre de 2012

En la lucha 3 - El mundo

Juan 15:18-27; Efesios 2:1-10; 2 Corintios 5:11-21

Hola a todos. Bienvenidos una vez más. Quiero recordarles un punto central antes de empezar: lo más importante de esta publicación son esos tres pasajes que figuran en rojo antes de mi texto. Digo esto para volver a hacer énfasis en la importancia de la palabra de Dios, que habla por sí misma. Mi reflexión es sólo eso, reflexión, pero la palabra de Dios es pan de vida.

Bueno, seguimos con esta serie sobre la lucha espiritual. En la Biblia podemos identificar, como ya dijimos, tres enemigos en esta lucha. Uno es interno, del que ya hablamos, y dos son externos. Hoy nos toca reflexionar sobre eso que la palabra llama "el mundo".

Creo que esta expresión puede traer muchos problemas, porque puede generarnos una idea de "ellos" y "nosotros". Si bien la propia Biblia habla de "el mundo" en ese sentido, es importante entender qué es lo que está marcando al hacerlo. ¿Qué es lo que nos separa del mundo? Cristo. ¿Alguno de nosotros es Cristo? No. Por lo tanto, ¿hay algún mérito en no ser del mundo? No. Por eso, es importante no creernos mejores ni superiores ante el mundo. Todo lo contrario: entender que tenemos una misión para con éste, y la humildad es la base de nuestra misión.

Pero entonces, ¿quiénes son del mundo? Bueno, "el mundo" está formado por todas las personas que hasta el momento no recibieron a Cristo. Por eso dice la palabra que nosotros no somos del mundo. Esto es algo muy importante para tener en cuenta. Cada uno de los que creemos en Jesús y lo recibimos en nuestra vida pasamos a ser extranjeros en esta tierra.

Por supuesto que esto no nos hace dejar de ser parte de la misma humanidad que el mundo. Romanos 3:23-24 dice que "todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó". Podríamos decir que el mundo es un conjunto de personas que diariamente son atacadas por el pecado y por el diablo, formando colectivamente una "comunidad de desobediencia", en la que nosotros somos como manchas hechas por Cristo. Y no es que nosotros no pequemos, sino que al estar con Cristo tenemos cómo defendernos del pecado. Una acción absolutamente pasiva: defenderse. Por eso insisto: no hay mérito, ni motivo para creernos superiores al resto.

Lo que marca la principal diferencia, creo yo, es la conciencia de nuestro pecado. Una cosa es servir a Dios con nuestra actitud pero cometiendo errores, y otra cosa es desobedecer a Dios sin reparos. La vez pasada veíamos que el pecado que vive en nosotros es el que produce la desobediencia, pero el Espíritu de Dios nos da el poder para obedecer a pesar de esto, siempre y cuando queramos realmente hacerlo.

Ahora bien, imaginemos que si existe un grupo humano entero que no tiene la voluntad de obedecer a Dios, es decir, esta "comunidad de desobediencia" formada por todos aquellos que no recibieron a Cristo, podemos asumir que las normas por las que se rige son igualmente reglas en gran medida opuestas a las de Dios. Me refiero a las pautas y normas socialmente establecidas. Es por eso que como creyentes deberíamos tratar de alejarnos lo más posible de las normas de la sociedad y quedarnos con las de Dios, que ya sabemos que están bien.

Por supuesto no hablo de reglas escritas. No hablo de las leyes, sino de los presupuestos de la sociedad. En cada momento, para cada ambiente y para cada edad, estas reglas varían. Son aquellas cosas que escuchamos que "es copado" hacer, o que hacen que nosotros quedemos bien parados. Por ejemplo, si alguien nos agrede, no dejarnos pisar, sino devolvérsela, pagarle con la misma moneda, y si es posible pagarle de más. Si alguien no te habla, no le hables, esa persona se lo pierde. No te preocupes, seguí tomando un poco más, lo más que te puede pasar es que te emborraches, pero va a ser más divertido. Y muchas otras cosas que tuve oportunidad de escuchar en diferentes lugares y momentos.

Ahora bien, estamos hablando del mundo como un "enemigo". ¿Quiere decir que tenemos que pelearnos con esta gente que no recibió a Cristo? Bueno, hay al menos tres motivos para responder que NO. La primera ya la vimos: si no tengo motivos para considerarme mejor o superior que ellos, no tengo derecho ni siquiera a enojarme contra ellos, y mucho menos a agredirlos. Sabemos, además, que servimos a un Dios de paz.

Pero además, no podemos olvidar que "nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes" (Efesios 6:12), los mismos "poderes de este mundo" de los que habla Efesios 2:2. De hecho, nosotros también obedecíamos antes a esos mismos poderes, al menos todos los que recibimos a Cristo cuando ya éramos adolescentes o jóvenes. Pero el punto es que el problema no son las personas que desobedecen a Dios, sino lo que hay detrás. Estos poderes hacen que la sociedad sea esclava del pecado (Romanos 6:20-23), o sea, de la desobediencia a Dios, y que las personas estén además ciegas a esa esclavitud, sin poder reconocerla (2 Corintios 4:4).

Y detrás de esos poderes, está nada menos que el diablo, el autor del gran engaño del que ya hablamos. El diablo quiere que el mundo no conozca su situación de esclavitud, y por eso oscurece su visión, los ciega. Recordemos que el gran objetivo del diablo es que el ser humano muera, es decir, pase la eternidad fuera de la presencia de Dios. Nosotros, que recibimos a Cristo, vivimos bajo un régimen de obediencia libre, que conocemos como la gracia de Dios. Pero eso es solamente porque al creer fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de Cristo, que ya había ocurrido. Eso está disponible también para el resto de las personas, para todos, porque Dios quiere restaurar todas las cosas en Cristo Jesús (Efesios 1:10).

Creo que el pasaje de 2 Corintios resume muy bien lo que creo que es nuestro principal objetivo al lidiar con el mundo. Como enemigo, el mundo es el único enemigo que es generalmente inconsciente de esa enemistad. La gente no anda por la calle atacándonos porque somos cristianos. Por lo general, mientras nuestra manera de vivir no interfiere con ninguno de los principios básicos de nuestra sociedad, no pasa nada. Y aún cuando eso pasa, la gente no nos agrede porque sí. El problema que enfrentamos con respecto al mundo es más que nada la presión social, la sensación de querer encajar y formar parte de esta sociedad, cuando Dios nos llama precisamente a lo contrario: marcar la diferencia. Si nosotros somos como manchas hechas por Cristo, el mundo quiere limpiarnos de esa mancha. En definitiva, los poderes que están detrás hacen lo posible para que nadie se salga de ese camino o de ese estado.

Ahora bien, nosotros podemos ver las cosas de esta manera porque Dios nos hizo volver a cambiar de perspectiva. No nos guiamos por las apariencias, sino por lo que hay detrás. Ya vimos lo importante que para el diablo fue engañarnos para que hiciéramos lo contrario, guiarnos por las apariencias. Pero dice 2 Corintios 5:16 que nosotros "de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos". Diría que a nadie ni a nada. Eso nos da una herramienta clave en nuestra lucha con la presión del mundo por amoldarnos a él. Ya no andamos guiados por nuestro sentido común (sentido común defectuoso porque está basado en lo que sentimos humanamente), ni nuestra propia voluntad (deseos que se apoyan en el criterio humano), sino guiados por el criterio y la voluntad de Cristo. Ya no vivimos nosotros, nuestro "yo" netamente humano, sino que Cristo vive en nosotros (Gálatas 2:20).

Por eso es que tratamos de convencer a todos de que se unan a Cristo. Predicar, digamos, hablarles a otros acerca de Jesús, no debería ser un mandato, debería ser un impulso espontáneo e inevitable. Si hablamos de Cristo es porque vimos el HERMOSO resultado de reconciliarnos con él. Pero además no es sólo hablar de Cristo. Es tratar al mundo con amor. Como el diablo sembró su engaño, nuestra lucha con el mundo funciona al revés: no atacamos a nuestro enemigo en el mundo visible, sino invisible. No atacamos al mundo sino al espíritu del mundo. Espiritualmente somos agresivos, pero materialmente somos amables. Ésta es la lucha con el mundo. Por un lado, no dejarnos arrastrar. Por otro lado, no dejarnos vencer por el mal, haciéndoles el mal a las personas o rechazándolas por no recibir a Jesús, sino todo lo contrario. Es más, ¡ni siquiera debería cruzársenos por la cabeza tal cosa! Nada más alejado de lo que Dios quiere para nosotros.

Romanos 12:21 dice: "no te dejes vencer por el mal; al contrario, vence al mal con el bien". De eso se trata. Somos embajadores de Cristo, y por lo tanto nuestra misión es que el mundo deje de ser "el mundo" y conozca y reciba al mismo salvador que nos libró a nosotros de la desobediencia, la esclavitud y la ceguera. Si queremos reconciliar al mundo con Dios, primero tenemos que reconciliarnos CON el mundo. Aunque nos persigan, nos ataquen, o hagan lo que hagan, y eso incluye a TODAS y CADA UNA de las personas que nos agredan. ¡Todas! No podemos despreciar a nadie, ni siquiera a quien nos asalte o nos golpee. Por supuesto, eso no significa entregarnos a que nos asalten o nos golpeen porque sí, pero hablo de nuestra actitud frente a cosas que la gente nos pueda hacer. Nuestra misión es reconciliar al mundo con Dios, y no podemos dejar que nuestros sentimientos negativos nos detengan: tenemos que vencer al mal con el bien. Hacer el bien siempre que podamos, siempre, si importar las circunstancias, para que todos vean cómo se siente esa mínima porción de Dios que les damos. No digo que sea fácil, es más, a veces es muy difícil, pero es importante saber esto: cada vez que hacemos el bien, manchamos la oscuridad con la luz de Cristo.

Esa es nuestra misión. ¿El mundo son aquellos que no recibieron a Cristo? Sí. Son víctimas del engaño del diablo. Si queremos vencer al mal, tenemos que liberarlos, para lo cual tienen que conocer a Cristo. Nadie va a conocerlo si no se los mostramos, porque Dios nos lo encomendó a nosotros. Romanos 10:14-15, "¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito: '¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!'". Tenemos el poder de devolver la vista a los ciegos, pero para eso tenemos que entender que nuestra misión es esa: llevar las buenas nuevas, las buenas noticias de la paz con Dios por medio de Cristo. Y eso sólo se logra mostrando qué efecto tuvo esa paz en nuestra propia vida, enseñándonos a amar incluso a aquellos que nos lastiman. Ese amor es nuestra principal arma para "luchar" contra el mundo. El amor y la compasión rompen las cadenas de la esclavitud.

Que el Dios de amor y de paz nos fortalezca para resistir frente a las presiones del mundo, y sobre todo frente a la de pagar con la misma moneda, para que al mostrar amor y compasión podamos vencer al mal con el bien, y así vencer al mundo. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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