lunes, 11 de febrero de 2013

En la lucha 5 - El soldado de Cristo

Texto: 2 Corintios 10:3-5; Efesios 6:10-18; 1 Samuel 17:45-47.

Hola a todos. Pido perdón a los que venían siguiendo esta serie, por todo el tiempo que estuvo suspendida. Pero bueno, es hora de seguir. A los que ven por primera vez este blog, y también a los demás, les recuerdo que lo más importante de todo son esos pasajes citados en rojo al principio de cada reflexión. Lo demás es sólo eso, reflexión. Pero la palabra de Dios es vida.

Bueno, para repasar un poco, veíamos que nuestra vida es una permanente lucha contra poderes invisibles que quieren separarnos de Dios, es decir, matarnos. Dijimos que hay básicamente tres enemigos a los que enfrentamos diariamente: el pecado, nuestro enemigo interno, que no es otra cosa que nuestra tendencia a desobedecer a Dios; el mundo, la "comunidad de desobediencia", la que no conoce a Cristo y que, actuando bajo el gran engaño del enemigo nos presiona, generalmente sin proponérselo, para desobedecer a Dios; y el diablo, el principal enemigo, que tiene por objetivo destruir lo más que pueda de la humanidad.

Vimos que la lucha se trata de nuestras acciones. Toda la estrategia del diablo está enfocada en controlar nuestras acciones, para hacernos desobedecer. Y el campo de batalla es nuestra mente, donde nuestras acciones se originan. Si manipula nuestra mente, su control sobre nuestro comportamiento está asegurado.

Ahora bien, si esto es una guerra, se necesitan soldados. En la reflexión pasada mencioné que nosotros, los hijos de Dios, los que recibimos a Cristo, somos soldados de la luz. Podríamos decir que somos soldados de Cristo. La palabra de Dios incluso lo establece de esa manera (2 Timoteo 2:3).

Ya habíamos visto que nosotros no somos del mundo, ya que por definición el mundo es el conjunto de las personas que no recibieron a Cristo. También dije que no había mérito en no ser del mundo, porque no es algo que hayamos logrado nosotros, sino que Cristo es el que marca la diferencia. Entonces, si no pertenecemos al mundo, no peleamos como lo hace el mundo, y esto también lo vimos. Si la manera de pelear del mundo es material, agrediendo, presionando, gritando, la nuestra es inmaterial. No olvidemos que nuestro enemigo tampoco es del mundo. Aún si el mundo como conjunto es nuestro enemigo, no lo es persona a persona, sino por el espíritu del mundo, por los poderes que se esconden detrás de esas personas que sin saberlo nos presionan a formar parte de la "comunidad de desobediencia".

El pasaje de Efesios lo dice claramente: "nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes" (6:12), y estos poderes son espirituales. Son principalmente estados de conciencia. El pasaje de 2 Corintios insinúa que peleamos contra actitudes, ideas, pensamientos. Recordemos que el campo de batalla es la mente. Nosotros, como soldados del ejército espiritual de Cristo, tenemos el poder para hacer retroceder al enemigo, para "derribar fortalezas", afirma el pasaje, es decir, destruir las posiciones del enemigo en nuestras mentes y en las de otros.

Estas fortalezas son en definitiva pensamientos negativos, mentalidad pecaminosa, es decir desobediente, y espíritus enemigos que intentan hacer que demos fruto de muerte, generar condiciones que esten por fuera de los deseos del Señor. No solamente tenemos el poder para destruirlas, sino que tenemos la misión de hacerlo. Es nuestro deber; ¡para eso fuimos liberados nosotros mismos del pecado!

Es importante entender que nosotros, la comunidad de los que recibieron a Cristo, es decir, la iglesia, somos el pueblo de Dios. Y no sólo esto, somos "el ejército del Dios viviente", el mismo del que David habla en 1 Samuel 17:36, el ejército de Israel. Llevamos el estandarte de los redimidos, de los liberados; la bandera que es nada menos que Cristo. Dios está de nuestro lado, y con eso ya es suficiente para atrevernos a pelear, en cualquier circunstancia. También tenemos una estrategia clara, pensada y llevada adelante por nuestro Señor: el amor incondicional y la obediencia libre a Dios, la obediencia por elección propia de la que ya hablamos antes.

Y además tenemos un equipo completo. En primer lugar, la armadura de Dios, de la que ya hablé en otra serie. Pero además tenemos una serie de armas espirituales, como dice el pasaje de 2 Corintios, que son extremadamente eficaces.

Una de estas armas es "la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios" (Efesios 6:17). Por lo que sabemos, esta espada penetra en lo más profundo de nuestra mente y de la mente de otros, y puede cortar hasta las cadenas más pesadas. Una persona que empieza de pronto a confiar en la palabra de Dios, ya es libre. Este arma es la más ofensiva, porque puede herir la oscuridad, destruir pensamientos negativos y falsos. Además, sirve para construir pensamientos de luz, para reforzar espiritualmente a una persona.

También contamos con la fe. Este es nuestro escudo, una confianza en nuestro Señor que, aún si es una fe pequeña o débil, puede eliminar el temor en los momentos más difíciles y nos impide retroceder. Además es la capacidad de comprender y prestar atención a lo invisible, que como vimos es lo que el diablo quiere impedir a toda costa. Es en definitiva la principal defensa contra las armas del enemigo.

Por otra parte tenemos la oración, la simple pero fundamental comunicación directa con nuestro Dios. Esto debería ser central en nuestra vida diaria, porque cambia nuestro estado espiritual, renueva la luz adentro de nosotros. Además es nuestro descanso. Cuando oramos, es como si estuviéramos de regreso en el campamento, a resguardo del ataque de los enemigos. No sólo eso: la oración tiene el poder de hacer retroceder al enemigo, y de crear alrededor de nosotros una muralla espiritual de fe. Y por si fuera poco, a través de la oración, simplemente con hablarle a Dios sobre nuestras dificultades, debilidades, o simplemente expresando nuestra gratitud, convocamos la asistencia espiritual de una multitud de seres espirituales que sirven a Dios. Los ángeles, para simplificarlo. Orar es como hacer sonar un cuerno de batalla.

Y finalmente, aunque no es un arma, contamos con otra poderosa herramienta, algo que es crucial en cualquier tipo de situación: un equipo, la comunidad de creyentes, la iglesia. El pasaje de Efesios dice "perseveren en oración por todos los santos" (6:18). Para orar por ellos, tenemos que estar en comunión con ellos. Eso implica una relación, y una muy estrecha. Un ejército unido y solidario entre sus miembros es mucho más difícil de vencer. Apoyarnos unos a otros, escucharnos, compartir tiempo, ayudarnos; todo esto nos fortalece mucho más. No se trata de una lucha individual contra muchos poderes espirituales. Es una batalla, y como en cualquier batalla, lo que se enfrentan son ejércitos. Lo dije antes, y lo repito: la iglesia, la comunidad de los cristianos, es el ejército del Dios viviente.

Para cerrar la reflexión quiero repetir que Dios está de nuestro lado. Incluso pelea él mismo por nosotros. En el pasaje de 1 Samuel queda más que claro que lo que realmente cuenta en esta guerra es que peleamos en el nombre del Señor Todopoderoso. Nuestras armas pueden ser limitadas, porque dependen de nosotros, que somos seres incompletos, y no actuamos al máximo de nuestro potencial. Sin embargo, al pelear de parte del Señor, no hay fuerza espiritual que pueda resistirse al final, porque nuestras armas son mucho más eficaces y poderosas que cualquier otra. David peleaba en ese pasaje con una honda, un arma de escasa potencia. Sin embargo, bajo el poder de Dios, la honda era todo lo que David necesitaba. Lo mismo ocurre con nosotros.

Que podamos entrenarnos duro en el uso de nuestras armas espirituales y avanzar sin temor en el nombre del Señor Todopoderoso, para derribar fortalezas y llevar todo pensamiento, nuestro y de otros, cautivo ante Cristo, quebrando así el poder del enemigo. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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