martes, 5 de marzo de 2013

En la lucha 6 - La victoria

Hola a todos. Llegó el momento de cerrar esta serie sobre la lucha espiritual, pero antes quiero hacer un pequeño repaso de los temas que vimos durante la serie.

Al principio, hablé de que es fundamental para cualquier cristiano entender que la vida es mucho más que lo que vemos. Como seres humanos tenemos una fuerte tendencia a perder esto de vista, porque estamos bajo el efecto de un triple engaño, por parte del diablo, por el que nos hizo cambiar nuestra manera de ver a Dios, de vernos a nosotros mismos y de ver lo que nos rodea. Principalmente, desvió nuestra mirada de lo "invisible" a lo material, tangible, visible, y una de las consecuencias, por ejemplo, es que nos cuesta creer en la existencia del diablo mismo, algo muy arriesgado.

También vimos que estamos en una pelea permanente contra fuerzas espirituales, que en definitiva son como "estados de conciencia" con su propia autonomía, que actúan en contra nuestra y que quieren controlar nuestras acciones, para lo que primero intentan ganar terreno en nuestros pensamientos. Dije a lo largo de la serie que tenemos tres enemigos: el pecado, una manera de pensar que va a contramano de lo que Dios quiere para nosotros, para nuestra manera de vivir; el mundo, el grupo de todas personas que rechazan a Dios, y que componen o dan forma en este tiempo a nuestra sociedad y a sus normas convencionales; y finalmente, el diablo, el espíritu que gobierna a todos los espíritus que están por fuera de Dios, y que todo lo que quiere es frustrar la creación de Dios, para lo cual tiene que primero deshacer a la humanidad.

En la última reflexión dije que, si estábamos en medio de una lucha, todo cristiano es como un soldado. Como soldados, somos por un lado mensajeros de paz en el mundo visible, pero guerreros en el mundo invisible, enfrentando día y noche a las fuerzas espirituales que corrompen a las personas, que las esclavizan, que las destruyen.

Textos: Romanos 8:35-39; 2 Timoteo 4:7-8; Colosenses 1:9.14, 1 Corintios 15:54-57, Apocalipsis 12:10-11.

Nos queda ahora hablar de cómo hacemos para ganar esta batalla, y qué pasa cuando lo hacemos. La buena noticia es que la lucha ya la ganamos antes de empezar. Presten atención, y tal vez sean sacudidos profundamente y llenados de esperanza como lo fui yo al reflexionar sobre estas cosas.

Así planteada, la situación de la pelea espiritual parece estar totalmente en nuestra contra. Tenemos muchos enemigos, todos con tácticas diversas, algunos incluso difíciles de ver, corremos el riesgo de terminar dañando a las personas en lugar de enfocarnos en lo invisible, y a veces parece que estamos rodeados, acorralados. Pero no tenemos que desesperar: tenemos dentro de nosotros una fuerza capaz de vencer de manera totalmente definitiva.

Esta fuerza es el amor de Cristo. El eterno, poderoso, enorme y profundo amor de Cristo. A veces oímos hablar tanto de esto que perdemos de vista el significado inmenso que tiene su amor en la vida de una persona. Creo que podría escribir una serie entera sobre el amor de Cristo, pero quiero limitarme acá a hablar de lo que creo que implica en esta lucha de la que hablamos.

En primer lugar, nos habilita para usar todas nuestras armas y herramientas, de las que hablamos en las reflexiones anteriores. Sin su amor, nada de eso nos sirve. Si intentamos hacer las cosas por nosotros mismos, vamos a sufrir derrota tras derrota. El amor de Cristo enciende nuestra capacidad de defendernos y de avanzar sobre la oscuridad.

Además, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos, el amor de Cristo permanece. No nos da su amor solamente mientras hacemos las cosas bien, sino que su amor está ahí, siempre al alcance de nuestras manos, para que lo tomemos. Romanos 5:20 dice que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". El amor de Cristo es más fuerte que el pecado, más fuerte que mi desobediencia, que mis errores. No lo afectan nuestras malas acciones. Su amor, de hecho, limpia nuestra culpa por esas acciones, y hasta nos limpia progresivamente de los pensamientos que nos llevan a comportarnos así.

Pero, ¿cómo hago para alcanzar su amor? ¿Todos pueden hacerlo, todos pueden tenerlo? Bueno, sí. Eso es lo que enseña la biblia. Sólo hay un requisito: confiar. Esto no es porque Jesús no ame a los que no confían en él. Todo lo contrario: los ama tanto que su amor sigue estando disponible para una persona, sin importar cuántas veces esta persona haya rechazado su amor. Pero para que el poder de su amor obre eficazmente en mi vida, tengo que recibirlo, aceptarlo. Esto ya es confiar. Esto es la fe, básicamente. Confiar en el amor de Cristo, en que es totalmente genuino, desinteresado, gratuito, en que es verdadero, o sea que en serio tiene ese amor por mí, y en que es poderoso, confiar en que realmente el amor de Cristo puede liberarme, fortalecerme, protegerme.

Ese amor, entonces, está ahí para nosotros, para que lo tomemos. Al apropiarnos de ese amor, al tomarlo para nosotros, estamos apropiándonos nada menos que de nuestra victoria definitiva en la lucha espiritual, y con el tiempo, también podemos apropiarnos de la certeza sobre esa victoria, a medida que ganamos confianza en el Señor. Esto es la clave de todo. En cualquier relación, el principal pilar es la confianza, especialmente la convicción de que la otra persona tiene buenas intenciones hacia mí. La relación con Cristo no es una excepción a esta regla.

La confianza, la fe, refuerza los nudos que me unen con Dios. Agranda cada vez más mi conocimiento de él, y cada vez lo conozco además en mayor profundidad. De esto habla, según entiendo, el pasaje de Colosenses. A medida que lo vamos conociendo más, vamos dando más y mayores frutos de luz, obras cada vez más fuertes en el impacto que tienen a nuestro alrededor, o en nuestras propias vidas. Acciones de vida, podríamos decir, si retomamos la distinción entre acciones de vida (que construyen, que acercan a Dios) y acciones de muerte (que destruyen, que alejan de Dios). Recordemos que la lucha es por las acciones de las personas. Dar fruto de vida es un aspecto de la victoria.

Ahora, si todo se basa en la confianza, en la fe, y esto es un estado mental, en el que todas esas cosas que dije antes (el amor de Cristo es genuino, verdadero y poderoso) son ciertas, podríamos decir que la fe es una fortaleza espiritual construida sobre un sólido cimiento, la piedra angular, la Roca, que es Cristo. Todo el secreto está en eso. La victoria es EN Cristo (sólo si estoy dentro de su amor), DE Cristo (sólo porque él vence a la muerte) y PARA Cristo (él es nuestro Señor, y para él es que hacemos todo esto).
Por esto, ya no existe ningún enemigo que sea capaz de derrotarnos. El pecado tenía poder sobre nosotros, lo tiene, de hecho, influyendo en nuestras acciones para que demos fruto de muerte, y de tanto en tanto, lo damos. A veces más seguido, a veces menos seguido. Pero nuestra actitud ya no es esa. Nuestra actitud ya no es la de desobedecer, por lo tanto ya no estamos separados de Dios, que era la principal función del pecado. Por eso, ya no hay muerte. Es lo que dice el pasaje de 1 Corintios: "el aguijón de la muerte es el pecado" (15:56). Sin pecado, no hay muerte. Por eso dice la biblia que Cristo quiebra el pecado, y que vence a la muerte. Son dos caras de la misma moneda.

En cuanto al mundo, tenemos que recordar que no es que las personas se ponen en contra nuestra porque seamos cristianos. Su ataque es más sutil, y está en el fondo. Está en la sociedad, en el "espíritu de la sociedad", diríamos; en la manera de pensar de la mayoría, en la manera de comportarse, en un estilo de vida que es contrario al que Dios nos propone. Esta es la lucha contra "el mundo". Ahora bien, el mundo puede agredirnos por no amoldarnos, puede perseguirnos por dar un mensaje incómodo, tratar de absorbernos, o lo que sea, pero sus "ataques" no pueden derribarnos si nos mantenemos en el amor de Cristo. Jesús nos dice: "en este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo" (Juan 16:33).

Es importantísimo tener esto en mente. Victoria no quiere decir que la vida va a ser sólo alegría y buena fortuna para los que confían en Cristo. El mundo sigue estando quebrado. Seguimos formando parte de una humanidad que está rota. Dios nos está reparando, pero eso lleva tiempo y mientras tanto, duele. La victoria está en las etapas del proceso. Cristo venció al mundo, del mismo modo que su amor vence al pecado. Nos rescató del mundo. De hecho, el pasaje de Colosenses lo dice muy claramente: "Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo" (Colosenses 1:13). ¡Nos transladó! Eso quiere decir que YA estamos en el reino de la luz, en el reino de Dios. El amor de Cristo, o más bien nuestra fe en él, corrige el gran engaño del diablo, corrige en nosotros el efecto de la caída, por el simple hecho de que nos sometemos de corazón a la enseñanza de Cristo, a la obediencia a Dios. Esto es el final de la caída.

Por eso, el amor de Cristo vence también al diablo. Pierde control sobre nuestra percepción, pierde control sobre nuestra mente y por lo tanto pierde control sobre nuestros actos. Puede tentarnos, y hasta hacernos fallar, pero su poder, acusarnos y hacernos caer de la gracia de Cristo, ya no existe. Su plan de ponernos en contra de Dios falla en el momento en que nos ponemos de parte de Dios. La sangre de Cristo pagó el precio de todo lo que hicimos controlados por él, así que se acabo, ya no hay condena, ya no hay muerte, no hay más separación entre yo y Dios. Es lo que dice el pasaje de Apocalipsis 12, un pasaje además muy intenso en mi opinión. Y pronto, ¡su poder se va a acabar del todo! "Muy pronto el Dios de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes" (Romanos 16:20).

En fin, esa es la etapa final de la victoria, la que todavía falta: el regreso triunfal de Cristo. Si sólo por su amor ya tenemos la victoria en esta vida, en lo que vivimos diariamente, mucho más potente va a ser la victoria final cuando Cristo venga a buscar a todos los que confiamos en él. A buscarnos sí, pero además a liberarnos de todo lo demás. Esto también es importante, y también es fácil perderlo de vista. La vida no se agota en el día a día, ni en el ahora. Un día, Cristo va a volver, como dice el pasaje de 2 Timoteo, y todos los que confiamos en él, o sea, los que lo estuvimos esperando, activa o pasivamente, vamos a recibir "la corona de justicia", la luz de los hijos de Dios en toda su potencia. Si mantenemos la fe en Cristo (la confianza en su poder y en su amor) hasta el fin, estamos peleando "la buena batalla".

Por eso, por todo esto, somos no solamente vencedores, sino "más que vencedores" (Romanos 8:37). No sólo NO somos derrotados y sobrevivimos, sino que avanzamos un paso más y vamos recibiendo la plenitud de Dios, en su totalidad, poco a poco. La vida cristiana no se trata de sobrevivir en medio de la oscuridad, sino de vencer a la oscuridad, día a día, paso a paso. No olvidemos que todo esto, esta victoria, tiene lugar ya mismo, en esta vida, con cada pequeña victoria en Cristo. El mensaje de la victoria, el mensaje de la redención, de la próxima venida de Cristo, no es un mensaje solamente para el futuro: es un mensaje principalmente para hoy.

Que el profundo, poderoso y eterno amor de Cristo los inunde totalmente, y que puedan confiar en él, para que puedan experimentar la victoria definitiva en cada una de las áreas de su vida. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.


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