viernes, 3 de mayo de 2013

2 Corintios 2 - Reprender en el amor

¡Hola a todos! Como les había dicho, voy a tratar de publicar cada tres o cuatro días, cuando pueda, porque tengo muchas otras reflexiones pendientes de publicación también, y para que puedan ir siguiendo la reflexión.

Antes de empezar, les recuerdo uno de los fundamentos básicos de este blog: la palabra de Dios es la palabra de Dios. No importa tanto todo lo que yo pueda llegar a decir, es simplemente mi experiencia o lo que yo entiendo de los pasajes que esté analizando. Por supuesto que Dios también me habla a mí al volver a ese pasaje y al publicar, pero lo que escribo sale mezclado con mis propios pensamientos. Lo más importante es que ustedes puedan tomarse uno o dos minutitos para pedirle a Dios que les hable a través de su palabra, y que en todo caso, de lo que yo haya escrito, quede en sus mentes aquello que él haya querido decirles. Y por eso es muy importante que antes de empezar a leer la reflexión, lean atenta y detenidamente el o los pasajes que esté citando. No los publico como parte de la reflexión por cuestiones de espacio, pero como ya les dije, si no tienen una biblia a mano, pueden entrar en http://www.biblegateway.com/, una biblia online que tiene incluso muchísimas traducciones diferentes, muchísimas versiones, digamos. Lo cual puede incluso ser muy útil para comparar.

Texto: 2 Corintios 2

Bueno, en la publicación pasada hablé del consuelo de Dios. Así empezaba de alguna manera esta carta a los corintios, y vamos a ver que el tema de la tristeza y el consuelo juega un papel importantísimo en esta carta. En este segundo capítulo, Pablo avanza un poco más. Creo que podríamos resumir su reflexión en la siguiente pregunta: ¿qué pasa cuando, en vez de las circunstancias, soy yo mismo el que les causo tristeza? Alguien podría preguntar, ¿de qué manera?

Pablo lo responde y se explaya bastante. La manera es reprendiendo. Cuando corregimos a alguien, cuando le marcamos una falta o un error, podemos llegar a causar mucha tristeza. Detengámonos un poco en esto. ¿Es malo, entonces, corregir a alguien? Mateo 7:4 dice: "¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Déjame sacarte la astilla del ojo', cuando ahí tienes una viga en el tuyo?". Parecería que no es algo bueno. "No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes" (Mateo 7:1).

Pero ahí está el punto, ¿no? Ese pasaje de Mateo me parece muy revelador, desde el 1 al 5. No se trata de no juzgar. Es cierto que dice "no juzguen a nadie", pero no se queda ahí, sino que dice "para que nadie los juzgue a ustedes". Podríamos expresarlo así: si no están listos para recibir la corrección que otro les haga, no corrijan. Si no están dispuestos a que les marquen sus faltas, no marquen las de otros. Y creo que ésta es la idea. Para poder reprender a otro tengo que estar listo para reprenderme a mí mismo, o al menos para aceptar y recibir con humildad la reprensión de otros.

Proverbios 1:9 va todavía más lejos. Hablando de las correcciones de nuestros padres, aunque podríamos pensar también en las correcciones de cualquier otra persona que sea o más experimentada, dice que "adornarán tu cabeza como una diadema; adornarán tu cuello como un collar". ¿La reprensión puede entonces ser incluso un adorno? ¿Algo que nos haga lucir mejor, o que resalte nuestras cualidades? ¿Cómo puede la reprensión resaltar mis cualidades si está justamente marcando mis faltas?

Y acá volvemos a la idea de Pablo. El punto, el verdadero punto, está en la intención. "El Señor disciplina a los que ama, como corrige un padre a su hijo querido" (Proverbios 3:12). Por esto el otro pasaje de Proverbios también tomaba el ejemplo de un padre o una madre. Porque cuando uno de ellos ama a su hijo, lo reprende en lo que cree que no le hace bien. Se ocupa de su bienestar.

Ahora, esto me parece que es muy difícil. Si alguien me reprende, me marca mis errores o mis faltas, ¿cómo hago para aceptar humildemente esa corrección? Todos somos más o menos orgullosos, en un punto o en otro, y nos dolemos cuando nos reprenden. Están atacando nuestro orgullo, nuestra intención de ser personas que hacen las cosas bien. Pero, ¿es siempre así? Pienso que deberíamos estar siempre preparados para darle lugar a la corrección. A veces la persona nos corrige algo que no es cierto. Otras veces sí lo es, pero lo negamos por orgullo, porque reconocer mi error es reconocer mi vulnerabilidad a equivocarme, y eso implica a veces mirar lugares de mí mismo que no me gustan mucho, y además implica que hay cosas que tengo que cambiar. Me saca de mi zona de comodidad, digamos.

Pero es importante que al menos reflexionemos por un momento si lo que nos corrigen es cierto o no. Y si es cierto, tenemos que saber que la reprensión, aunque venga a través de una persona, viene de parte de Dios. Él mismo tiene un objetivo al corregirnos, y ahora vamos a pasar a eso. Pero es importante que al reprender tengamos en cuenta lo difícil que es aceptar la corrección. Y preguntarnos a nosotros mismos, precisamente: ¿cuál es mi objetivo al reprender?

Creo que hay algunos riesgos. De hecho, no necesariamente corrijo porque amo a la otra persona. Incluso un padre puede corregir a su hijo por motivaciones diferentes. En lo que respecta a la fe, que es de lo que habla Pablo, una motivación equivocada puede ser la de tener autoridad sobre la fe de otros. Por eso el capítulo anterior aclaraba, "no es que intentemos imponerles la fe, sino que deseamos contribuir a la alegría de ustedes" (1:24). Otro riesgo es que reprendamos porque consideramos que estamos más avanzados que la otra persona en la fe, y entonces sabemos qué está bien y qué esta mal, y por eso se lo marcamos. El otro riesgo es que, como yo aprendí mucho, estoy preparado para enseñarle a la otra persona cómo es mejor vivir. No quiero decir que esto no sea cierto, por supuesto. Estoy mejor preparado para reprender a otros si aprendí muchas cosas. Pero el problema es que la motivación sigue siendo la misma. En todos estos casos, la corrección apunta a mostrar lo que yo sé. Apunta a tener control sobre el comportamiento de otra persona.

Me parece que Pablo nos propone una mirada totalmente diferente, que se corresponde con el objetivo que él mismo tiene al reprender (el que dice en 1:24), y con el que Dios mismo tiene al reprendernos. El objetivo, al reprender, tiene que ser que el otro pueda ser un perfume agradable para Cristo y para los demás. Que al mirar su corazón, Dios pueda gozarse en él. Que esa otra persona pueda vivir con mayor intensidad en el amor y el gozo del Señor. Es lo que dice también Proverbios 13:18, "el que atiende a la corrección recibe grandes honores". Si el objetivo al reprender es el bienestar de esa otra persona, ESO es reprender con amor. Todo lo que no responde a esa motivación, en mi opinión, es egoísmo, y no es verdadera disciplina.

Ahora, si ésta es mi motivación, el método para reprender tiene que ser igualmente de edificación y no de tropiezo. Si mi motivación es correcta pero mi manera de reprender es dura e hiriente, entonces hay un problema. Porque yo también tengo que ser un perfume agradable para Cristo y para otros, y ahí volvemos al punto que planteaba Jesús en el pasaje de Mateo. Si yo no soy un perfume agradable, ¿cómo puedo pretender que lo sean los demás?

Por eso, para reprender tengo que tener: por un lado, humildad, para aceptar mi lugar como persona que también se equivoca y no considerarme superior a la otra persona, aunque en esa circunstancia concreta pueda estar en una mejor posición. En segundo lugar, paz, para que mi forma de decir las cosas no genere conflictos o enojos con esa persona, porque la idea es generar mejores relaciones, y no peores. En tercer lugar, tengo que tener la mayor calidez posible al corregir a esa persona, es decir, tratarla con amabilidad y consideración, con respeto y comprensión. Y por último, ser compasivo, comportarme con bondad, ser, precisamente, aroma de Cristo para esa persona.

Claro que esa persona puede tomarse a mal mi corrección, incluso aunque yo tenga todos estos reparos. Pero eso ya queda en la otra persona. Lo importante es que yo tenga la actitud adecuada, porque sino mi corrección es inválida. Si yo mismo no estoy dispuesto a pasar primero por la corrección mía y del Señor, no puedo corregir de manera válida a otra persona.

Para terminar, quiero agregar un caso que es muy frecuente. Cuando quiero corregir a alguien que me ofendió a mí, hay dos cosas que tengo que hacer sí o sí primero. Una es fijarme si yo mismo no ofendí también a esa persona, ocasionando su respuesta ofensiva. La otra es, en cualquier caso, perdonarlo, para poder amarlo de verdad y reprenderlo no para tener razón yo, sino para su propio bienestar. Pero perdonarlo en serio, perdonarlo, como dice Pablo, "en presencia de Cristo" (2:10). Dios me perdonó a mí, y me perdona constantemente, así que yo también puedo perdonar y sé lo que significa. Porque sino, como Pablo también dice, el diablo aprovecha cualquier oportunidad que tiene para sembrar discordia, y la reprensión, por todo lo que se pone en juego, es una ocasión ideal. No le demos cabida al diablo, ni le dejemos aprovecharse. Actuemos con amor.

Espero que la reflexión les haya sido de tanta bendición como a mí. Recuerden que a veces nos sentimos ofendidos por cosas que en realidad las otras personas no hicieron, sino que nuestra mente empieza a armar toda una situación que muchas veces no existe. Eso también es una trampa que el diablo usa seguido, y lo digo por experiencia. En esos casos, aunque la persona no me haya hecho nada y yo lo sepa, igual tengo que pasar por el proceso de perdonarla, porque adentro mío la imagen que tengo de la persona es negativa mientras no la perdone. Para perdonar, no hace falta que me pidan perdón. Sino Dios no nos habría perdonado.

Que el Dios justo y compasivo, que corrige a los que ama, los ayude a saber cuándo es necesario que corrijan a alguien, y llegado el caso les de la actitud correcta por medio del Espíritu de Cristo, que nos hace ser perfumes agradables para los demás. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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