martes, 28 de mayo de 2013

2 Corintios 7 - Comunidades vivas

Hola a todos. Ya hace casi un mes vengo publicando sobre la segunda carta a los corintios, un libro de la biblia que, no sé si pensarán lo mismo que yo a esta altura, tiene mucho para enseñarnos. La primera parte tenía que ver con el mensaje del evangelio, de qué se trata el mensaje de Dios. La segunda parte, como ya había anticipado, tiene que ver con cómo se ve eso en la práctica, y en particular en la vida de las comunidades que suscriben a ese mensaje del evangelio. Sugiero que oren antes de empezar a leer, para que sea a Dios a quien escuchen principalmente, lo que él tenga para decirles hoy, y que sobre todo lean el pasaje y reflexionen sobre él, en lo posible antes de leer el resto de la reflexión. Si tienen tiempo y ganas, comenten.

Texto: 2 Corintios 7

Pablo, que venía hablando de nuestra relación con las cosas que no vienen de Dios, afirma acá lo que para mí es el centro de este capítulo. El crecimiento es, básicamente, "completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación" (7:1). Ante todo quiero hacer una aclaración sobre la palabra "temor". No es el temor del que estamos acostumbrados a hablar, asociado al miedo. La palabra que está traducida acá como "temor" tiene que ver con un sentido profundo de la autoridad de Dios, de su inmensidad y superioridad. Una especie de admiración que nos conduce a tener por él una intensa reverencia. Esa es la clave de nuestro crecimiento como personas, en todos los órdenes de la vida: es lo que activa y desarrolla en nosotros la obra de santificación, el proceso de ser transformados por el Señor a imagen de Cristo, el modelo definitivo de ser humano completo.

Entonces, vivir es crecer, y crecer es crecer en santidad, o sea, en similitud con Cristo. Estamos vivos en tanto estamos siendo transformados más y más a su imagen. Y esto es activado e impulsado por esa actitud de reverencia y reconocimiento de Dios. Ahora, ¿cómo funciona este crecimiento?

Pablo da una respuesta bastante extensa de esto, me parece. Crecer es un proceso tortuoso, complejo, difícil. Para poder crecer pasamos por ciertas experiencias que nos van marcando. A esto apunta la carta, me parece, cuando habla de la tristeza que proviene de Dios. Quiero vincular esto con lo que había dicho en la segunda publicación acerca de "reprender en el amor". Dios mismo nos corrige y nos reprende para que podamos comprender las cosas que hacemos equivocadamente. Y lo hace porque esa tristeza que nos genera saber que desobedecimos al que nos ama más que ninguna persona en el mundo, nos conduce al arrepentimiento.

Esto es muy importante. Hoy existe en la sociedad un consenso generalizado de que tanto la culpa como la tristeza son cosas malas en sí mismas. Me parece que esto es un error. Hay dos tipos de culpas, dos tipos de tristezas. Uno de estos tipos, en ambos casos, es patológico. No sé mucho de psicología ni quiero extenderme por ese lado, pero hablo de lo que he visto en mi vida y experimentado. Este primer tipo nos lleva a castigarnos a nosotros mismos, a reprimirnos, a achicarnos y desvalorizarnos como personas. El segundo tipo de tristeza, o de culpa, es el que nos lleva a reflexionar, a meditar sobre nuestros actos o sobre lo que pasó.

Este tipo de tristeza, dice Pablo, no sólo no es malo, sino que es muy bueno. Y lo es porque el arrepentimiento, el reconocimiento de mis propias faltas, de mi estado incompleto, de mi imperfección, es una señal de que tengo en mí este "temor" del que habla el pasaje. Esta reverencia profunda por Dios, que me lleva a querer hacer las cosas cómo él me pide, y me lo hace vivir como una meta personal, tanto que me entristece si fallo.

Lo bueno de la tristeza que proviene de Dios, además, es que, como dije cuando hablé en alguna oportunidad sobre las bienaventuranzas para los que lloran, Dios mismo nos consuela. Y el consuelo de Dios transforma. Eso es, me parece, lo que Pablo está mostrando de los corintios: "Fíjense lo que ha producido en ustedes esta tristeza que proviene de Dios: ¡qué empeño, qué afán por disculparse, qué indignación, qué temor, qué anhelo, qué preocupación, qué disposición para ver que se haga justicia! En todo han demostrado su inocencia en este asunto" (7:11). Evidentemente, estas cosas no estaban en ellos antes de que experimentaran esa tristeza.

Entonces, el arrepentimiento es la base del temor de Dios, y el temor de Dios la base del crecimiento como personas integrales. Porque el mensaje que Dios nos propone es integral: abarca todo nuestro ser, cuerpo, mente y espíritu, nos dirían los griegos clásicos. Y por eso, este crecimiento es la base de una comunidad de creyentes que crece, individual y colectivamente.

Este es el otro tema central de este capítulo, a mi entender. Es evidente que Pablo tiene un afecto especial por su comunidad. Me encanta lo que cuenta sobre Tito, toda esa situación en la que los corintios lo reciben y lo tratan con tanto amor, con tanto respeto. Me imagino a Tito reuniéndose con Pablo y diciéndole "Pablo, tenías razón, ¡la iglesia de Corinto es una comunidad admirable!". ¡Y cómo se habrá sentido Pablo! Personalmente, cuando alguien a quien invito a mi comunidad, creyente o no, me dice que se sintió cómodo, bienvenido, y que disfrutó de formar parte al menos temporalmente de esa comunidad, me pone feliz. Me siento, como se siente Pablo, orgulloso de mi comunidad.

Claro que Pablo tenía motivos para sentirse orgulloso de esa comunidad, porque él mismo había hecho un gran esfuerzo y había atravesado momentos de profunda tristeza para reprender a los corintios con respecto a las cosas que les hacían mal. Y es muy interesante, porque la comunidad de los corintios respondió a Pablo con una actitud de confianza. Entendieron que era desde el amor que él les corregía esas cosas, y eso los convirtió en una comunidad viva: que se arrepiente, que teme al Señor, y es transformada por él. Una comunidad que se arrepiente, que no se conforma, que escucha la reprensión de Dios, es una comunidad que crece, y por lo tanto, que vive.

Esto los llevó justamente a reconocer en Pablo a alguien que los amaba profundamente, y respondieron a esto demostrando ser dignos de su confianza, al mostrar ese amor y respeto hacia Tito, esa preocupación por Pablo mismo, ese interés por su bienestar, físico y espiritual. Pablo, por su parte, tenía un profundo amor por su comunidad, y por eso se entristecía por su tristeza, pero al mismo tiempo se alegraba por su renovación espiritual. Y estaba atento a sus necesidades.

Y muy importante: no se avengonzaba de esa comunidad. Por eso con total confianza envía a Tito, sabiendo que lo iban a recibir como él esperaba de ellos. Esto animó mucho a Pablo, que además pudo sentir la contención, la compañía, el afecto de los corintios.

Me encanta todo esto porque me desafía. Me desafía como persona, y como miembro de una comunidad. Me hace preguntarme: ¿aporto vida a mi comunidad? Vida en la forma de reprensión desde el amor, vida en la forma de interés por el crecimiento, las necesidades y el bienestar de los demás, vida en la forma de arrepentimiento y temor reverente hacia Dios. ¿Confío en mi comunidad? Pablo dice, "me alegro de que puedo confiar plenamente en ustedes" (7:16). ¿Puedo decir yo lo mismo? ¿Me enorgullezco de mi comunidad? Si tuviera que dar una referencia, si tuviera que emitir un juicio sobre mi comunidad, respondiendo tal vez a una pregunta de otra persona, ¿cómo sería ese juicio? ¿Qué opino de mi comunidad?

Bueno, personalmente quiero decir, y lo hago público, que considero que la comunidad a la que pertenezco, al menos hablando en términos generales, es una comunidad viva, que teme al Señor, que se arrepiente, que está atenta a cada uno de sus miembros, y una comunidad por la que, como le pasaba a Pablo con los corintios, tengo un amor profundo y una enorme confianza. Espero que esta reflexión haya sido de mucha bendición para ustedes y que puedan pensar en sus propias comunidades, y en lo que esa comunidad de pertenencia les genera. Que se puedan hacer esas preguntas y que la respuesta sea, en todos los casos edificante.

Hago una última aclaración: Pablo no tenía una comunidad de pertenencia, tenía múltiples. Ante todo, era discípulo de Cristo, y ese mismo afecto lo tenía por todas las comunidades por las que había pasado: romanos, tesalonicenses, gálatas, efesios, y demás. Eso nos dice mucho sobre qué actitud deberíamos tener hacia otras comunidades, y eso incluye otras confesiones y denominaciones. Hoy llamamos a eso "ecumenismo", y me parece que la biblia apunta hacernos reflexionar sobre eso.

Que el Dios inmenso, poderoso y eterno nos llene de temor reverente hacia él y nos conduzca al arrepentimiento, para que podamos vivir en permanente crecimiento hacia la imagen de su Hijo, y formar de esa manera comunidades vivas a las que amemos profundamente. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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