martes, 11 de junio de 2013

2 Corintios 10 - Parámetros

Hola a todos. Estamos llegando a otra parte importante de la segunda carta a los corintios. Espero que le hayan podido encontrar sentido y jugo a todo lo que vine publicando hasta acá. Como dije en la primera reflexión, creo que esta carta tiene muchísimo para enseñarnos. Les recuerdo (o les digo, si es la primera vez que visitan el blog) que lo más importante es que lean atentamente el pasaje sobre el que se basa la reflexión, porque es la palabra de Dios. Lo mío es sólo pensamientos al respecto. Sin duda el Espíritu debe tener alguna participación en lo que escribo, pero no de modo tan directo como en el caso de la palabra, claramente. Y además, no se olviden de comentar si les surge alguna pregunta, o si quieren agregar algo que sienten que Dios les dijo a ustedes mismos cuando leyeron el pasaje o al leer la publicación.

Texto: 2 Corintios 10

Podemos pensar en este pasaje como la aplicación práctica de lo que hablaba el capítulo 5, sobre la nueva manera de vivir. Pablo se ve obligado, evidentemente, a responder a unas personas que cuestionaban su ministerio y su autoridad hacia la iglesia de Corinto. Lo que resulta llamativo es, sobre todo, cómo se defiende.

Al parecer lo acusaban de guiarse por criterios humanos, de tener, digamos, motivaciones basadas en los parámetros sociales de la época. Tal vez pensaran que se quería imponer sobre la iglesia como una especie de gobernante, como si fuera un líder político. A lo mejor tenía más que ver con lo que Pablo mencionaba en el capítulo anterior sobre la generosidad, y creían que quería demandar de ellos dinero para sí mismo, o para otra iglesia en la que él tenía algún tipo de interés. Incluso podemos pensar que creían que Pablo quería desplazar en importancia o en prestigio a otros apóstoles o misioneros que tenían autoridad en otras regiones.

Lo importante de todo esto es que Pablo no les sigue el juego. Su respuesta ante esas acusaciones es esta: "aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas" (10:3-4). Creo que está diciéndonos algo muy importante. Es la misma lógica que nos propone Jesús cuando dice, "si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra" (Mateo 5:39): no tenemos que entrar en el círculo de acciones que el mundo, la sociedad que no está basada en Cristo, nos propone. O en lo que nos propone nuestra propia naturaleza humana caída. Generalmente tiene que ver con dejarse llevar por lo primero que nos brota, por ejemplo, abofetear al que me abofetea, o responder agresivamente al que me acusa agresivamente.

Pero el texto bíblico nos propone una opción diferente: no pelear con las armas del mundo, es decir, no usar los mismos parámetros, ni para defendernos, ni para analizar las situaciones, ni para comprender nuestra vida, ni para conocer a las personas. Ni siquiera al mirarnos a nosotros mismos. Si alguna persona sabe cuáles son las intenciones de nuestro interior, somos nosotros, y no los demás. Las conclusiones que los demás puedan sacar están vinculadas por lo que se ve, pero lo importante es lo que no se ve. Si yo sé que lo que la otra persona no está viendo al criticarme contradice lo que están diciendo de mí, es importante que me mantenga firme en ese conocimiento y haga oídos sordos de las críticas.

Distinto es cuando se me reprende por algo que hago mal. Eso tiene que ver con la actitud del que me reprende, cosa de la que hablamos en el capítulo 2 de esta carta. Pero en ese caso, entonces, lo importante es que no juzgue apresuradamente al que me reprende, que en mi opinión es lo que hicieron con Pablo. Él había sido bastante duro en su primera carta, y evidentemente algunos se habían sentido ofendidos, y buscaron algo para criticar a Pablo, seguramente tratando de difundir una mala imagen de él en la comunidad. A Pablo, evidentemente, le importaba muy poco, porque sabía que los demás lo conocían suficientemente bien para saber hasta dónde creer en esas críticas. Pero se toma el trabajo de alertar a los corintios acerca de los parámetros con los que tenemos que manejarnos.

En definitiva, la clave de todo esto está, me parece, en que "destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo" (10:5). Destruimos argumentos porque lo que se nos critica con palabras, lo rebatimos con obras, y no entramos en el juego de la discusión inútil sobre temas en los que en realidad, la otra persona sólo tiene como objetivo discutir. Usamos armas espirituales: transparencia en nuestras motivaciones, apertura y confidencialidad, confianza, respeto, amabilidad, calma, oración, palabra de Dios.

Destruimos toda altivez, porque en aquello que obstruye el conocimiento de Dios ponemos de manifiesto los problemas que trae, y porque como dice Pablo, nuestra única gloria es conocer al Señor, "porque no es aprobado el que se recomienda a sí mismo sino aquél a quien recomienda el Señor" (10:18). Otros pueden ostentar sabiduría, inteligencia en sus argumentos, capacidades personales, y otros motivos de orgullo, pero si sólo ostentamos a Cristo, no entramos tampoco en ese juego de quién es mejor. Porque el único que es mejor es Cristo. No necesitamos "construir autoridad" porque más que nada buscamos cumplir el objetivo para el que Cristo nos eligió y nos llamó. "No me avergonzaré de jactarme de nuestra autoridad más de la cuenta, autoridad que el Señor nos ha dado para la edificación y no para la destrucción de ustedes" (10:8).

Y en cuanto a llevar cautivo todo pensamiento ante Cristo, esto se refiere claramente a la conciencia de cada uno, porque no puedo hacer nada con el pensamiento de otro, sino que es mi propia mente la que tengo que someter a Cristo. "No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente" (Romanos 12:2). Si medía las cosas según parámetros humanos, ya no. Me recuerda al capítulo 5, "de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos" (5:16). Ésta es la clave: tenemos que manejarnos entre nosotros según los parámetros, los criterios, de Dios. No dejarnos llevar por las apariencias o por nuestras propias impresiones cuando sacamos conclusiones sobre lo que hacen otros, o lo que dicen.

Porque las personas son complejas, y la distancia entre la forma de pensar y la de actuar puede ser menor o mayor, pero no sabemos qué lleva a una persona a hacer tal o cual cosa sólo por la apariencia. No podemos desconfiar de lo que alguien hace sólo porque normalmente, eso se hace con mala intención. Por ejemplo, no podemos decir que alguien nos critica para hacernos quedar mal sólo porque esa suele ser la intención, y mucho menos en el marco de una comunidad de fe. ¿Puede pasar? Sí, por supuesto. Pero no podemos partir de esa base.

Esto se aplica, en especial, a nuestros líderes. Tenemos que tener especial cuidado cuando juzgamos a los que tienen autoridad sobre nosotros en la iglesia, porque ante todo esa posición les fue dada según el plan de Dios, y en principio tienen intención de que nosotros podamos crecer en el conocimiento del Señor. Si los modos o los criterios no nos parecen adecuados, tenemos que entender que eso no significa que ellos sean malos líderes, sino que simplemente tenemos otra forma de comprender el liderazgo o el funcionamiento de la iglesia. Pero tenemos que cuidarnos de usar los métodos de la sociedad para desprestigiar a nuestros líderes, y lo mismo con el resto de los que se congregan con nosotros, o hacia otras iglesias, otras comunidades, e incluso hacia otras religiones. Creo que hay que ser muy cuidadosos con los parámetros que manejamos, y entender esta idea central: no somos del mundo. Aunque vivimos en una sociedad determinada, en un país determinado, no pertenecemos principalmente a ese país. Primero que nada, pertenecemos al reino de Dios. Y aunque la identidad nacional puede ser importante en cierta medida, la identidad como ciudadanos del cielo es crucial, y tiene que estar por encima de cualquier identidad social.

Creo que esa es la idea central de este capítulo. No pertenecemos a este mundo, sino al reino de Dios. Manejémonos entonces con los parámetros y criterios de Dios, siendo prudentes al sacar conclusiones y mucho más al expresar esas conclusiones, para no generar contiendas ni divisiones innecesarias. El reino de Dios tiende hacia el amor y la armonía. Que nuestros parámetros también vayan en esa dirección. Repito: "aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo" (10:3), sino que, en vez de eso, buscamos la paz. Y si tenemos que librar batalla, lo hacemos sólo con armas espirituales, siendo las más poderosas de estas la amabilidad, la comprensión y el amor.

Que el Dios que reina en los cielos nos recuerde que ante todo, pertenecemos a su mundo, y no a este, y que nuestra mente sea renovada a la luz de sus criterios y parámetros, que nos llevan a ser cada vez más comprensivos, más bondadosos y más abiertos a los demás. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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