martes, 2 de julio de 2013

2 Corintios 11 - Ministros de Cristo

Hola a todos. Pasó un tiempo ya desde la última publicación, estuve bastante apretado de tiempos en esta última semana y media, pero bueno, acá estoy de nuevo. Sigo entonces con la publicación sobre la segunda carta a los corintios. Ya hablamos del ministerio del nuevo pacto, relacionado con reflejar la gloria de Dios, que se manifiesta en nuestras vidas concretas a partir de nuestra entrega sincera a los demás y nuestra actitud de humildad y arrepentimiento frente a Dios. Por supuesto, hay más: la pureza, una forma de vivir agradable a Dios. Toda esta cuestión práctica de la entrega y la generosidad tiene como consecuencia que se formen, a raíz de este nuevo pacto en el Espíritu, comunidades vivas que crecen y que sirven como modelo de comunidad ideal, aunque sin serlo del todo. Ahora, nos queda ver qué pasa con cada persona dentro de esa comunidad, cómo es que funcionan y crecen estas comunidades. Repito algo que siempre digo: primero que nada, lean y reflexionen en el pasaje que cito. Recién después, y como complemento, lean mi reflexión, que es sólo eso, una reflexión. Y si se animan, comenten qué sintieron que Dios les dijo.

Texto: 2 Corintios 11

Ya habíamos visto que algunos cuestionaban a Pablo como ministro, como líder de la iglesia, como maestro. Lo hacían, según él, a partir de parámetros humanos, y en este pasaje se ve con más claridad. Argumentaban, aparentemente, que no era suficientemente bueno, que no tenía suficiente capacidad de oratoria, o tal vez que no estaba capacitado para enseñar, para corregir, para reprender, y que no tenía derecho a hacerlo. Pero también aplicaban parámetros humanos para justificarse o recomendarse a sí mismos, considerándose ellos mismos como buenos maestros, mejores que Pablo.

Es interesante la manera de responder de Pablo. Ya habíamos visto también que él no responde a estas acusaciones con argumentos, sino con su testimonio. Habla desde la experiencia, y de la experiencia, no tanto de razones. En este capítulo, sin embargo, toma los propios argumentos contra él y los revierte. "Si ustedes son buenos, sepan que yo soy igual que ustedes en todo", podríamos expresar. Todo aquello de lo que estos maestros se jactaban se cumplía también en Pablo.

Pero lo que Pablo destaca de todo esto no son los requisitos humanos, sino justamente la entrega. Si en algo se enorgullece, no es en quién es él socialmente (según su origen familiar, su posición social, etc.), sino en lo que tuvo que dejar en el camino de ser un servidor de Dios. De hecho, la palabra que suele traducirse como "ministro" tiene este significado tanto en hebreo como en griego, el de "servidor". Y el servicio está asociado aquí con las circunstancias que tuvo en contra y a pesar de las cuales siguió perseverando con tal de entregarse a estas comunidades al 110%. Voy a volver sobre esta idea en la próxima publicación, pero quiero quedarme con esta idea del servidor de Cristo.

Esto es, entonces un ministro. Una persona que, contra toda circunstancia adversa, está dispuesta a entregarse por los demás. Por supuesto, esto se aplica hacia cualquier persona, pero en particular, este capítulo sirve para pensar cuáles son las características de un servidor de Cristo hacia el resto de la iglesia, es decir, la comunidad que crece en Cristo. Y me parece que el papel del servidor, es decir, el ministro, es fundamental.

Primero, ¿quiénes son los ministros? Bueno, más allá de la estructura de cada iglesia, tenemos que entender que desde el punto de vista de Dios, todos somos ministros. "Ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pedro 2:9). Cada creyente es un sacerdote, desde el punto de vista de que todos somos responsables por el mensaje de Cristo, por el servicio a los demás y por la administración de todo lo que pertenece a Dios, toda la obra de sus manos. Digo esto porque es fácil caer en la falacia de que sólo las autoridades de la iglesia tienen la responsabilidad de enseñarle a otros, de leer y conocer la palabra de Dios, de trabajar por la iglesia.

Pero no es así, la biblia no nos muestra eso. Cada creyente es un sacerdote, aunque esté bajo autoridad de un sacerdote ordenado como tal. Lo mismo todo creyente es un maestro, aunque a su vez esté bajo la guía espiritual de otro maestro. Todo creyente es un teólogo, aunque sea instruido en la palabra por otros teólogos. Y finalmente digo que todo creyente es un ministro de Cristo, porque todos somos servidores y tenemos la responsabilidad de trabajar por nuestra comunidad de fe.

Ahora, ¿a qué me refiero con "trabajar por nuestra comunidad de fe"? Bueno, el objetivo es edificar a la iglesia, lograr que todos los que comparten comunidad con nosotros crezcan en el conocimiento de Dios. Ya había hablado de esto en el capítulo 2 y en el 7, pero ahora voy a tratar de precisar cómo pasa esto. Había dicho que las comunidades cristianas son comunidades vivas, que crecen en santidad, es decir, en parecerse a la comunidad ideal, la que Dios mismo soñó al crear a la humanidad. Y esto se lleva a cabo justamente a través de la acción de los ministros, los servidores, es decir, todos los creyentes.

En primer lugar, un ministro de Cristo tiene celo por aquellos que ministra. ¿Qué quiere decir que tenga celo? Es una preocupación, o mejor, una ocupación continua de que los que nos rodean conozcan al Señor y crezcan en la vida que él nos propone. Que crezcan en entrega y en santidad. Todo creyente debería estar preparado siempre para transmitir lo que ya aprendió en su caminar con Dios, sin miedo y sin vergüenza, porque es la práctica la que nos acredita. Haber experimentado el amor de Dios me permite hablar de él. Experimentar el poder de Dios me permite hablar de él. Lo mismo experimentar la precisión de la palabra de Dios, o cualquier otra cosa que hayamos aprendido por la vida misma. Un ministro de Cristo observa y cuida a sus hermanos en la fe, está atento a sus necesidades y a su manera de vivir, para aportarle lo que esté a su alcance y para corregirlo cuando esté yendo por un camino que lo aleja de la imagen de Cristo. Reprender es responsabilidad y privilegio de todo creyente.

Por supuesto, siempre, como veíamos en el capítulo 2, desde la humildad de alguien que está en la misma posición frente a Dios, y con el motivo de que la persona crezca, no para que viva como a mí me parece que tiene que vivir. El propósito de esto lo deja claro Pablo: "el celo que siento por ustedes proviene de Dios, pues los tengo prometidos a un solo esposo, que es Cristo, para presentárselos como una virgen pura" (11:2). Ésta es una imagen fuerte, pero quiero quedarme con esta idea: una virgen pura. La expresión se puede traducir también como "limpia", sin mancha. Y esto ocurre sólo a través de la fe, como ya vimos. Entonces, un ministro de Cristo trabaja para fortalecer la fe de otros, desde la palabra y desde el ejemplo.

Otra característica del ministro de Cristo es que va de frente, siempre con la verdad, como lo hace Pablo en este capítulo. Denuncia lo malo con naturalidad, con amor, con suavidad y con humildad. Pero sobre todo, con firmeza, sin dudar. Tiene grabados en sus mentes los parámetros de Cristo, y no está dispuesto a negociarlos. Dice las cosas como son. Por supuesto que cuidar de los demás creyentes implica tratar de no herirlos con las palabras, de respetar su espacio personal y su experiencia de vida, de ser comprensivo y compasivo. Pero no por eso menos sincero. Si algo está mal, y estoy seguro de eso, no puedo callarme, por lo menos no si la persona que lo practica es un creyente. Tal vez la persona ya sabe que está mal, y está luchando con eso, pero tal vez no. O tal vez no se lo plantea, o no se puso a pensar que está mal. Por eso es fundamental que, desde el amor y el respeto, hablemos con esa persona y tratemos de mostrarle qué es lo que está mal y por qué.

Y esto está ligado totalmente a otra característica: un ministro de Cristo es humilde, es decir, no se endurece ni se gloría según su propia capacidad. Si tengo conocimiento teológico, no es eso lo que me acredita como un buen servidor. Tampoco pertenecer a una familia cristiana muy conocida, o a una iglesia que trabaja mucho, o lo que sea. Es el servicio el que me acredita, no porque yo sea capaz de servir mucho y bien, sino porque a pesar de mis debilidades, Dios me usa de formas inesperadas, demostrando su propio poder. Si mi servicio pone en evidencia el poder de Dios y no el mío, entonces mi servicio es válido. Por eso Pablo dice que prefiere jactarse de sus debilidades y sufrimientos, para que sea evidente que su tesoro, la gloria de Dios, viene en una vasija de barro, frágil y que si no se rompe en el camino es porque Dios la protege y sostiene. Esa debería ser mi actitud, porque entonces voy a querer servir hasta en las condiciones más adversas, y porque así voy a ser cuidadoso de los demás creyentes, que también son débiles y frágiles, y atraviesan dificultades cuando intentan crecer y servir. No es fácil vivir con los parámetros de Dios en medio de una sociedad que empuja por moldearnos con otros criterios que son a veces muy diferentes, y que nos "castiga", implícita o explícitamente, si no nos amoldamos.

Entonces, el nivel de entrega a Cristo y las consecuencias que tiene en mi vida son una medida de mi ministerio, de mi servicio. O sea que no hay motivo de orgullo o jactancia que no sea Cristo o mis propias aflicciones y debilidades. Es importante, como hace Pablo, reconocer también cuáles son mis fortalezas, para no desmerecer mi propio trabajo, porque aún para Dios es importante. Pero es crucial entender que Dios sabe todo, y si yo quiero parecer más capaz o fuerte de lo que realmente soy, es con Dios con quien no tengo las cuentas claras. Porque todos fallamos y todos tropezamos, y si me considero más capaz que otro estoy ignorando esto. Este es el principio de la humildad. Estoy en igualdad de condiciones que los demás creyentes, y si llegué a determinada posición de servicio o logré determinadas cosas, es sólo por el poder de Dios. De hecho, cuanto más alta la posición, no se espera menos trabajo por mi parte, sino el mismo o incluso más que cualquier otro. Si Dios me puso en una situación donde tengo oficialmente a muchas personas a cargo, también va a pedirme cuentas por todas esas personas más adelante. Si soy un verdadero servidor de Cristo, mi entrega va a ser absoluta en cualquier caso, sea un sacerdote ordenado, un líder de jóvenes, o la persona que acomoda las sillas.

En ese sentido, termino con esta idea, para ejemplificar lo que quise decir con esto último de la humildad: si alguno es sacerdote, no es más que el que acomoda las sillas, y si hay muchas sillas para acomodar, un sacerdote comprendió el sentido del servicio si se ofrece a sí mismo para acomodar las sillas. Si hay que limpiar, un líder de jóvenes se acredita como servidor si está dispuesto a limpiar. Esto es, no se enorgullecen de su posición dentro de la comunidad, sino que sirven en lo que sea necesario en cada momento, no como quien cree que es demasiado bueno para rebajarse a esa tarea, sino como quien entiende que Jesús, "siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo" (Filipenses 2:6-7). Y Marcos 10:43-45 dice que "el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni aún el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos". Entonces, nuestra actitud como ministros de Cristo tiene que ser, justamente, como la de nuestro gran ministro y servidor, que es Cristo mismo.

Que el Dios de gloria, que nos conduce a servir con entrega y nos sostiene para que lo hagamos, nos contagie su celo, su sinceridad y su humildad para que en todo seamos como Cristo, y así nos acreditemos como ministros, no según los parámetros humanos, sino los criterios divinos. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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