sábado, 13 de julio de 2013

2 Corintios 12 - Entrega desinteresada

Hola a todos. Después de una larga pausa, acá estoy de nuevo. Estamos ya llegando al final de la serie sobre este libro del Nuevo Testamento que, al menos desde mi punto de vista, tiene mucho para enseñarnos. Quiero insistir, como siempre, en que lo ideal para leer este blog es: hacer una breve oración, leer primero el pasaje, reflexionar unos momentos sobre él, tal vez anotar alguna que otra cosa que sientan que Dios les esté mostrando en él, y después leer esta reflexión. Por supuesto, podríamos agregar el paso de hacer algún comentario para enriquecer todavía más la publicación. Bueno, espero que esta reflexión les sea de bendición.

Texto: 2 Corintios 12

La vez anterior había marcado algunas características de lo que podríamos llamar el "ministro del nuevo pacto", que como vimos la vez anterior, describe a cualquier creyente que vive con el deseo permanente de servir a Dios, y por lo tanto, a los demás, ayudándolos a crecer en él. Creo que desde ese punto de vista, hay dos cosas centrales que aporta este pasaje.

Pablo que continúa de algún modo defendiendo su ministerio, afirma que si pensara en términos humanos tendría varias cosas de las que jactarse. Sin embargo, de todo lo que experimentó en su servicio a Cristo, elige jactarse de sus debilidades, de las persecuciones en su contra, en fin, de todo lo que demuestra que el éxito de su empresa no depende de su capacidad.

Esto me resultó muy llamativo desde la primera vez que leí este pasaje. Quiero decir, ¿quién puede jactarse de algo que lo hace más débil o lo hace parecer menos capaz de lo que se ve a simple vista? Si esta idea fuese dicha fuera de contexto podríamos pensar que Pablo tenía algunos problemas consigo mismo, es decir, una autoestima relativamente baja.

Sin embargo, en este contexto está claro que él no está dudando de su valor como siervo de Cristo. De hecho, él mismo dice: "de ningún modo soy inferior a los 'superapóstoles', aunque yo no soy nada" (12:11). Podríamos parafrasearlo de esta manera: "yo no soy nada, soy débil y si llegué a este punto no tuvo nada que ver con mi poder, mi capacidad o mi genialidad, y sin embargo para nada soy inferior a otros que desempeñan el ministerio de Cristo".

¿Cuál es la clave de todo esto? Evidentemente es reconocer que todo, absolutamente todo lo que hayamos logrado hasta ahora, y la posición, es decir, la función que llevemos a cabo en nuestra comunidad, proviene de Cristo, y es para su gloria. No tiene nada que ver con que seamos mejores o peores que otros. Tiene que ver sencillamente con el rol que Dios designó para cada uno en función de su propio plan. No es un premio, un favoritismo o un castigo. Podemos pensar incluso que cuando sufrimos adversidades en nuestro servicio, Dios las permite simplemente para que recordemos siempre que no depende de nosotros, sino de él. ¿Qué mayor satisfacción podemos hallar en el servicio que cuando, por ejemplo, las condiciones son absolutamente desfavorables pero aún así el resultado es altamente exitoso? "Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo" (12:10).

A veces, esta actitud puede encontrar resistencia entre los que nos rodean, en especial aquellos que no reconocen a Cristo como tal. He escuchado, por ejemplo, cosas como "pero también es porque vos te esforzaste mucho", o "no te eches a menos, vos sos muy capaz de todas formas", o cosas así. La idea de tener una opinión sólida y sana sobre uno mismo y la de jactarse en las propias debilidades parecen incompatibles desde los parámetros humanos. Sin embargo, pienso que sólo alguien que se conoce lo suficiente y que está seguro de sí mismo puede ver sus propias debilidades como motivo de jactancia, y por supuesto, alguien que además confía en el poder de Cristo, que es el que sostiene nuestro trabajo a pesar y en medio de nuestras debilidades.

Ahora bien, esta humildad de Pablo es absolutamente genuina. No le interesa lo que en este caso los corintios puedan opinar sobre él. No le interesa lo que puedan darle a cambio de su servicio. Como insiste todo el tiempo, no quiere serles una carga. Hay muchas maneras de ser una carga para otros, pero se refiere principalmente a la carga económica que podría significar, y pienso que también a la carga que implica a veces ser reprendido por otros. Pablo tiene un solo deseo y objetivo para su ministerio: la edificación de aquellos a los que está sirviendo, su crecimiento en el Señor. "No me interesa lo que ustedes tienen, sino lo que ustedes son" (12:14).

Y me parece clave lo que dice sobre su regreso a Corinto: "de buena gana gastaré todo lo que tengo, y hasta yo mismo me desgastaré del todo por ustedes" (12:15). Creo que esta actitud es la misma que tuvo Jesús en la cruz. Hizo todo lo que podía hacer, dio todo lo que podía dar, y se terminó dando a sí mismo. El único interés de Jesús: nuestra salvación, nuestro bienestar, nuestra restauración. De hecho, Pablo siente un poco de preocupación por su regreso, porque siente que a pesar de su entrega no van a recibirlo como él quisiera. Sin embargo, decide que va a ir a visitarlos. De nuevo: no le interesa lo que le den, ni tampoco, obviamente, lo que no le den. No le interesa su propio desgaste. Esta dispuesto a dejar todo por la edificación y el crecimiento de los corintios, y no espera recibir absolutamente nada a cambio.

Creo que esta tiene que ser nuestra actitud al servir. No importa si aquellos a los que servimos no reconocen nuestro servicio, o si piensan que viene de nosotros cuando nosotros mismos afirmamos que viene de Dios. Lo importante es la forma en la que nosotros lo hagamos. En definitiva, hay un solo hecho verdadero en todo esto: en medio y a pesar de nuestras debilidades, Cristo manifiesta su enorme poder en nosotros a través de milagros y señales, y nos usa para que otros sean bendecidos, independientemente de que esos otros se den cuenta o no. Lo demás es secundario: lo que recibimos, lo que gastamos en el proceso, lo que ponemos de nosotros mismos. El límite de nuestro propio desgaste en todo caso está dado, precisamente, por la fuente de nuestra humildad: el conocimiento de nosotros mismos y de nuestras debilidades y limitaciones, y no sólo eso, sino también su reconocimiento. Saber que están y aceptarlas. El poder de Dios se encarga del resto.

Que el Dios que se entregó a sí mismo con el único interés de rescatarnos llene nuestra manera de pensar y vivir, para que podamos actuar con humildad sincera y con esa misma entrega desinteresada, manifestando así su inmenso poder a través de nuestras propias debilidades. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Querés compartir tus propias reflexiones sobre el tema?