viernes, 26 de julio de 2013

2 Corintios: el nuevo pacto

Hola a todos. Durante los últimos meses estuve publicando una serie de reflexiones sobre la segunda carta a los corintios, una carta que, desde mi punto de vista, tiene un montón de contenido. Habla de cosas que me parecen muy importantes, y en definitiva nos da un panorama de lo que es el nuevo pacto con Dios, a partir de la llegada de Jesucristo a la tierra. En esta publicación voy a hacer una síntesis de todas las ideas centrales que fuimos tocando, tratando de articularlas para sacar una conclusión. No una conclusión sobre la carta en sí, porque creo que me falta conocimiento y material para poder hacer algo tan profundo, pero sí sobre todas las reflexiones que fui haciendo a partir de ella. Dejo los links de las síntesis anteriores por si quieren releerlas y recordar un poco por dónde veníamos reflexionando.

2 Corintios 1 al 5 - El ministerio del nuevo pacto
2 Corintios 6 al 10 - La comunidad del nuevo pacto
2 Corintios 11 al 13 - Los servidores del nuevo pacto

Textos: 2 Corintios 1:18-22; 3:13-18; 9:10-14; 13:5-11

De los textos que seleccioné para esta conclusión, quisiera empezar por el versículo 3:17: "Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad". Esto es, por medio del Espíritu de Dios, que es el Señor, somos libres. Creo que ya con esto tendríamos para una reflexión entera, pero quiero resaltar las implicancias que esto tiene para el nuevo pacto. Antes de recibir el Espíritu Santo, no podíamos entender nada de lo que tiene que ver con Dios: ni el pecado, ni el plan de salvación, ni la gracia, ni la restauración, ni siquiera la palabra de Dios. Encontrarle un sentido a lo que dice la biblia es en realidad obra del Espíritu, sobre todo cuando humanamente no lo tendría, o podría parecer solamente un cuento lindo.

Es decir que la única salida para poder empezar a entender y por lo tanto conocer a Dios es Cristo. "Cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado" (3:16). Como habíamos visto para el capítulo 1, todo está centrado en Cristo. Volvernos a él es la llave para recibir el Espíritu que nos hace libres, libres para entender de qué se trata todo, libres para vivir como Dios quiere que vivamos, al máximo de nuestro potencial.

Es el Espíritu de Cristo el que en definitiva lleva a cabo la obra de restauración, y nosotros cooperamos con él. Para eso es necesario que permanentemente, en nuestro caminar diario, nos volvamos a Jesús una y otra vez, en la aflicción, en la necesidad o en la abundancia; siempre. Esto nos conecta con la fuente de nuestra vida, de la vida plena y llena de sentido, que es la vida por definición. Jesús dijo: "Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada" (Juan 15:5). Y permanecer en Cristo es básicamente eso: volver una y otra vez nuestra mirada hacia él, para recibir dirección y guía.

El nuevo pacto, entonces, es en el Espíritu, y por lo tanto en Cristo. El capítulo 1 ya nos advierte también que todo lo que recibimos de Dios por este pacto lo obtenemos por medio de Jesús, y que el sello, la garantía del pacto, es el Espíritu, porque Dios "nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón, como garantía de sus promesas" (1:22).

Y lo que recibimos de Dios no es otra cosa que su gloria, una dosis de aquello que él mismo es. Los atributos de Dios se nos transfieren a nosotros, como también dice Pablo en la carta a los gálatas: "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio" (Gálatas 5:22-23). Es que Dios quiere que nos parezcamos cada vez más a él, como fue en un principio. Y no había nada que pudiéramos hacer para que esto fuera así, no por nuestros propios medios, porque el pecado, la desobediencia, lo impide. Por eso, Dios, mediante la vida, muerte y resurrección de Jesús, nos regala todo eso, nos regala su gloria, que nos hace resplandecer en medio de un mundo quebrado por el poder del pecado. En realidad, merecíamos ser despojados de todo, incluso de nuestra vida, pero Dios hace todo lo contrario: nos ofrece vida en Cristo.

Por eso, el nuevo pacto es además el pacto de la gracia. No ya el de la ley, que se basaba en el compromiso de su cumplimiento. Por supuesto que el denominador común de ambos pactos fue siempre la fe: la obediencia a la ley siempre tuvo que ser sincera y de corazón para que valiera. Pero los antiguos no habían recibido el Espíritu Santo, ni habían conocido al Mesías, a Jesucristo, el que guarda en sí mismo todas las promesas y bendiciones de Dios. El nuevo pacto nos permite un nuevo tipo de obediencia, porque la ley está escrita en nuestros corazones, grabada con la tinta de Cristo que es el Espíritu. Un regalo que no merecíamos; eso es la gracia.

Todos los que entran en este nuevo pacto, los que al recibir a Cristo en sus corazones firman este acuerdo con Dios, participan de una comunión especial con Jesús, pero además entre ellos mismos. En definitiva, recibimos todo esto para resplandecer con la gloria de Dios, y de esa forma, en nuestra manera de vivir, dar a conocer su nombre y sus intenciones. El Espíritu nos impulsa a compartir esa gracia con todos. Como consecuencia, nacen del Espíritu comunidades vivas, como decíamos, comunidades que crecen en el Señor permanentemente, siempre acercándose más y más a la imagen de Cristo. Esto debería reflejarse en ciertas características importantes. Muchas veces funcionan como si fueran grandes familias. Sus miembros velan unos por otros, en oración y en acción, cuidándose y protegiéndose mutuamente. Se alientan unos a otros, y se acompañan, brindando apoyo y contención, o simplemente descanso para el espíritu tanto en los momentos adversos como en los más agradables.

Por supuesto, estas comunidades de creyentes no son perfectas, y siempre hay algún punto en el que fallan. Puede que sea por algunos de sus miembros en particular, pero también como comunidad. Por eso es importante entender que como partícipes del pacto de gracia, nuestro objetivo, y diría que nuestro deber, es derramar esa gracia, compartirla generosamente con todos, tanto con los que también recibieron a Cristo como con los que no. Nadie hizo nada para recibir el regalo de Dios, ni mucho menos para merecerlo. Por eso, estamos todos a la misma altura, a lo sumo en diferentes estados espirituales. No hay méritos en Cristo, sólo hay gracia. Por supuesto, es importante que entre nosotros nos animemos a reprendernos y corregirnos cuando sentimos que algo anda mal, y también es importante que estemos abiertos a recibir la reprensión y corrección de los demás, y a tenerla en cuenta.

Esa es una de las consecuencias lógicas de una humildad sincera. Pero justamente es importante hacerlo desde la humildad, y con el único objetivo en mente de que esa persona pueda estar mejor de lo que está. Al corregir es importante que siempre tengamos en cuenta el bienestar del otro, y que esa sea mi motivación. Que no mostrar lo maduro que creo ser, ni imponer mi forma de pensar sobre el otro, ni nada que se parezca a esto; simplemente tratar de que la otra persona refleje más a Dios y por lo tanto tenga una vida más plena. En definitiva, lo que realmente cuenta es que reflejemos el amor y la paz de Dios. Estas son las características más significativas del nuevo pacto. El amor de Cristo trajo paz entre Dios y los hombres, porque Dios, en su misericordia, así lo quiso, aunque no lo mereciésemos.

Ese es el nuevo pacto, el pacto de la gracia, que nos renueva más y más hasta hacernos a imagen de Cristo. Hoy apenas reflejamos esa imagen como si fuéramos un espejo, pero un día, Jesús va a venir a buscarnos para que habitemos con él donde él está, y ese día vamos a ser revestidos de lo que en realidad somos pero de lo cual reflejamos apenas una parte: la imagen de Cristo. Entonces vamos a ser vistos realmente sin mancha, puros delante de Dios. Esa es la promesa: el Espíritu trabaja permanentemente en restaurarnos, desde el mismo momento en que Jesús viene a vivir a nuestras vidas, porque "el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús" (Filipenses 1:6).

Que el Dios de amor y de paz, que estableció por medio de Cristo un nuevo pacto con nosotros en su gracia, siga corriendo el velo de nuestros ojos para que podamos conocerlo cada vez más, y ser transformados con más y más gloria a imagen de Dios, derramando esa gracia por todas partes por medio del Espíritu, que nos hace libres. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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