sábado, 20 de julio de 2013

2 Corintios: Los servidores del nuevo pacto

Hola a todos. Como hice ya otras dos veces antes, voy a tratar de resumir y redondear las últimas publicaciones en esta reflexión, y les adelanto también que voy a hacer algo parecido la próxima vez con todas las reflexiones sobre la segunda carta a los corintios, una especie de conclusión general, digamos. Quiero insistir en que esto que escribo y publico por supuesto que son cosas que siento que Dios me dijo al leer su palabra, pero no es comparable a la palabra de Dios, ni mucho menos. Tampoco soy teólogo, así que probablemente haya cosas de mi interpretación que son poco acertadas por falta de conocimiento general sobre algunos sentidos en la escritura. Fuera de eso, insisto en otra cosa: primero oren, después lean los pasajes, recién después la reflexión, y si quieren anoten para ustedes mismos y comenten.

2 Corintios 11 - Ministros de Cristo 11:1-6
2 Corintios 12 - Entrega desinteresada 12:7-15
2 Corintios 13 - La autoridad de la gracia 13:5-10

En estos tres capítulos, Pablo defiende su ministerio, y creo que eso nos permite sacar algunas conclusiones acerca de lo que nosotros debemos considerar como ministros (servidores) de Jesús. Repasando las reflexiones y los pasajes me di cuenta de que hay un denominador común en los tres capítulos, es decir, en esta última parte de la carta, además de que es la defensa de Pablo frente a quienes los desacreditaban. Ese hilo conductor es la gracia.

Después de todo, el nuevo pacto, como decía en el capítulo 5, está basado en la gracia: Dios mismo, hecho hombre, pagando el precio por nuestra desobediencia sin que nosotros merezcamos que él lo haga. Eso es la gracia, el favor no merecido de alguien, en este caso, Dios. Ahora, si el nuevo pacto se trata de eso, los ministros tienen que ser servidores de la gracia.

Esto implica varias cosas. Primero, que todos los que participamos de esa gracia de Dios por medio de Cristo somos sus ministros. El servicio está basado en esa gracia, o sea que basta con recibirla del Señor para convertirnos en sus servidores. Por supuesto que, por esta razón, servimos desde la gracia. ¿Qué quiere decir esto? Que no es desde nuestra capacidad, nuestras cualidades o nuestro conocimiento que servimos, sino desde aquello que Dios nos da para que demos a otros. Desde el poder que Dios nos da sólo porque es su propósito, no porque nosotros seamos buenas personas o buenos servidores. Diría que es al revés: somos buenos servidores porque tratamos de no ser nosotros los que actúen, sino el poder de Dios manifestándose en y a través de nuestras propias debilidades. La humildad entonces debería ser una característica de los ministros del nuevo pacto.

Además, servimos por y para la gracia. Por gracia, porque no esperamos recibir nada a cambio por lo nuestro servicio, "pues no me interesa lo que ustedes tienen sino lo que ustedes son" (12:14). Nuestro servicio al Señor, al ministerio de la gracia, debería ser, justamente, gratuito. Esto no siempre quiere decir que no recibamos en realidad algo a cambio, sólo que este no es nuestro objetivo. A veces incluso podemos estar sirviendo indirectamente desde nuestro propio trabajo, es decir, recibimos a cambio una paga, pero así y todo podemos no tener como foco, como objetivo, esa paga. En fin, es la entrega desinteresada de la que hablaba hace algunas publicaciones. Servimos por gracia porque tratamos de no ser una carga, sino ser una bendición. Y servimos para la gracia, porque ese es el fin último del evangelio: instruir en la gracia de Cristo y acercar a otras personas a esa gracia, a través del arrepentimiento para recibir ese perdón que Jesús compró en la cruz para cada uno de nosotros.

Es por eso que, como habíamos visto, un ministro de Cristo tiene celo por aquellos a los que sirve. Si nuestro deseo es que esas personas crezcan en la gracia de Dios, y por lo tanto en su gloria, es lógico que tengamos un especial sentido de cuidado hacia esas personas. Es natural que nos preocupemos por su salud, en todo sentido, y por su crecimiento y su manera de vivir. También es normal que no sólo nos preocupemos, sino que nos ocupemos. Si nuestro servicio es genuino, este celo es natural. Y nos lleva a tomar decisiones y hacer cosas para lograr ese objetivo, que esas personas a las que servimos estén bien y que puedan conocer y crecer en la gracia del Señor. Estas acciones son en definitiva, como vimos, las que realmente acreditan nuestro servicio. Nuestra autoridad como ministros viene también de la gracia, porque es Cristo mismo quien nos autoriza al manifestarse a través de esas acciones de servicio. Por eso nos alegramos cuando somos débiles o atravesamos situaciones difíciles, porque entonces el poder de Cristo se hace más evidente. Creo que puede resumirse en que "pedimos a Dios que no hagan nada malo, no para demostrar mi éxito, sino para que hagan lo bueno, aunque parezca que nosotros hemos fracasado" (13:7).

Entonces, en definitiva, para un servidor del nuevo pacto, la gracia es todo. Es el motor, es la herramienta, es el servicio, es el objetivo, es el propósito. No importa lo que parezca, lo que se vea, lo que los demás piensen o digan sobre nuestro servicio. Todo proviene de Cristo y es para Cristo, "pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad" (Filipenses 2:13). Es muy importante entender esto. No hacemos o dejamos de hacer cosas buenas porque tienen éxito en que otros conozcan a Dios, o sólo porque Dios nos lo pide, o para que los demás vean que somos buenos servidores. Lo hacemos simplemente porque es lo correcto para hacer. Al fin y al cabo es por eso que Dios nos lo pide, no por otro motivo. Me quedo con esta exhortación: "consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio" (Filipenses 4:8). ¿Por qué? ¿Para que me elogien o me admiren? No, pero sí para servir a los demás gratuitamente, sin esperar retribución ni reconocimiento por eso, pero reconociendo nosotros mismos que en definitiva, esas acciones simplemente van destinadas a elogiar a Dios o dirigir hacia él la admiración, hacia ese mismo Dios que en definitiva nos envolvió en su gracia y nos envía, por y a través de la gracia, a servir a los demás.

Que el Dios de la gracia sublime y asombrosa, que pagó él mismo el precio de nuestra vida, nos inunde con ese favor que no merecíamos para que nosotros podamos servir a los demás, ser ministros de Cristo, desde esa misma posición, favoreciendo a aquellos que no necesariamente hacen algo por nosotros, y sin esperar que hagan o nos den nada como retribución. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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