jueves, 2 de enero de 2014

La creación - Día 4: los astros

Hola a todos. Después de un largo intervalo que tuvo varias causas, sigo ahora con las publicaciones sobre la creación. Quiero primero recordarles, a los que venían siguiéndolas, que la idea de estas reflexiones es prestar atención a lo que la creación del mundo nos enseña con respecto a la propia experiencia del creyente y con respecto a Dios mismo. Da la impresión de que cuando una persona se acerca al Señor, el proceso de la creación, al menos conceptualmente, ocurre en pequeña escala en su interior.

Otra cosa que quiero resaltar es que simplemente soy un cristiano compartiendo mis estudios bíblicos personales. No tengo formación teológica formal, aunque sí he conversado con personas que la tienen y he leído algún que otro libro. Quiero decir que no hablo con autoridad de experto, sino simplemente con autoridad de experimentado. Parece un simple juego de palabras, pero cambia bastante el sentido: mi experiencia es más bien práctica, y puedo llegar a tener algunos errores de interpretación por falta de conocimiento. Por lo tanto, ante todo, lo más importante es que cada uno preste atención a lo que el texto bíblico en sí le dice, y por supuesto orar para escuchar lo que tenga Dios para decirles, antes que lo que yo tenga para explicar.

"Y dijo Dios: «¡Que haya luces en el firmamento que separen el día de la noche; que sirvan como señales de las estaciones, de los días y de los años, y que brillen en el firmamento para iluminar la tierra!» Y sucedió así. Dios hizo los dos grandes astros: el astro mayor para gobernar el día, y el menor para gobernar la noche. También hizo las estrellas. Dios colocó en el firmamento los astros para alumbrar la tierra. Los hizo para gobernar el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios consideró que esto era bueno. Y vino la noche, y llegó la mañana: ése fue el cuarto día."
Génesis 1:14-19

Este pasaje me parece sorprendente. Creo que es fácil olvidarnos de que el sol, la luna y las estrellas también tienen un propósito que trasciende al meramente material. Dios le dio a los astros una función suprema, que creo que como creyentes deberíamos tener siempre presente al disfrutar del sol o mirar a la luna. Los astros tienen que ver con la soberanía y la guía de Dios sobre su creación, y por lo tanto, también sobre los creyentes.

El texto dice que hizo los astros para gobernar el día y la noche, y para darnos señales claras de cuándo es el día, cuándo es la noche, cuándo es verano, cuándo es primavera. Podríamos reflexionar durante horas acerca de esto. De las estaciones, de los momentos del día, y otras cosas más. Pero quiero centrarme en esto: Dios quería que tuviéramos siempre presente que él es soberano, y que por encima de los tiempos, de las etapas de la vida humana, está él, eterno e inmutable.

Para recordarnos, entonces, que no somos lo único de la creación. Que la existencia no se agota en este mundo y en lo que tenemos al alcance, sino que existen muchísimas más cosas, inalcanzables para el ser humano. Nadie puede llegar al sol. Incluso en las historias futuristas más lanzadas, el sol es demasiado para alcanzar. Por otro lado, hay cosas que están muy por encima de nosotros, como las estrellas, como recordándonos que los pensamientos de Dios son mucho más altos que los nuestros, como dice Isaias 55:8-9.

De esta forma, Dios se manifiesta como soberano a través de los astros. Éstos deberían llevarnos a maravillarnos y caer rendidos ante Dios por su grandeza, y adorarlo, en humildad, reconociéndolo como nuestro Señor. A veces le escapamos a este concepto de Dios como Señor, a la sumisión, a la obediencia; pero se trata de eso. Todo el plan de salvación se trata de eso: de que elijamos obedecer a Dios.

Por otro lado, la idea de los astros es guiar la vida humana. Cuando es de día, se trabaja, o se hacen cosas. Cuando es de noche, idealmente, se descansa. Por supuesto que la vida humana a cambiado bastante, y esto no siempre se respeta. Pero en definitiva, era la intención inicial. Por eso, Salmos 127:2 dice: "en vano madrugan ustedes y se acuestan muy tarde, para comer un pan de fatigas, porque Dios concede el sueño a sus amados". Yo no sé si les pasa, pero en este punto es donde más me cuesta ser prudente. A veces por ocio y a veces por trabajo, me quedo levantado hasta tarde y (a veces "o", a veces "y") me despierto muy temprano. Después mi día transcurre normalmente, pero yo estoy más cansado, o termino más cansado. Dios no lo había planeado así.

Además, como dice Eclesiastés 3:1, "todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo". Creo que los astros pueden servir como recordatorio de esto también. Dios, a través de ellos, nos da dirección momento a momento, pero lo mismo hace sin la mediación de ellos cuando tomamos decisiones, cuando queremos saber qué está bien y qué está mal, en fin, nos guía en cada aspecto de nuestra vida, siempre y cuando se lo permitamos.

Me gusta además el hecho de que Dios, a través de los astros, gobierna el día y la noche. La noche, asociada siempre con el miedo, con el mal, y otras cosas, es también territorio de Dios. Por supuesto, él no es quien siembra el miedo, el mal, y lo demás, sino que él es quien lo quita. Por eso, tanto de día como de noche, hay luz. De día, el sol hace que haya muchísima luz. Podríamos pensar en los buenos momentos, en los tiempos de tranquilidad. Lo bueno parece el doble de bueno, y Dios parece más grande. En cambio a la noche, brilla la luna, con luz más tenue, pero luz al fin. En los momentos de dolor o de dificultad, Dios puede parecernos más chico, pero su luz siempre brilla. Dios no se hace más chico, y de hecho su poder para fortalecernos crece en nuestra debilidad, como es de esperarse. Pero lo que cuenta de todo esto es que tanto de día como de noche, la luz brilla.

Y por último, además de que Dios nos recuerda su soberanía y su guía a través de los astros, también nos convierte a nosotros en astros. Nosotros, "que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor" (2 Corintios 3:18), brillamos con una luz que nos es prestada, como si fuéramos lunas que surcamos el cielo nocturno. Todo lo que hacemos, en definitiva, no hace más que reflejar una gloria más grande, que nos excede, que no nos pertenece. Por eso no podemos jactarnos de lo que logramos, tanto para nosotros como para otros. Dios hace la tarea de principio a fin. Lo que ponemos nosotros es la actitud. De la misma forma, portamos dentro de nosotros la soberanía y la guía de Dios, por lo que idealmente, donde estamos, influimos para que otros tomen decisiones correctas o para que obedezcan a Dios, independientemente de la situación, o incluso aunque no sea de manera consciente.

Incluso en nuestras vidas hay personas que funcionan como astros, recordándonos la soberanía de Dios o reflejando su guía a través de un consejo, de alguna palabra, o de sus propias acciones. También brillando en medio de la noche, o simplemente acompañándonos de manera constante, como ocurre con el sol, con la luna o con las estrellas.

Se podría decir mucho más, pero por cuestiones de espacio quiero simplemente volver sobre esta idea: los astros nos dicen que Dios es soberano, y que gobierna sobre la creación de manera que tiene todo bajo control. Con la misma grandeza nos da dirección, y nos ofrece ser él quien conduzca nuestras vidas, en el ritmo que llevamos y en las decisiones que tomamos. Y si le damos lugar para que así sea, nos convertimos nosotros mismos en astros en miniatura, para seguir expandiendo ese efecto por todos lados.

Que el Dios soberano nos dé dirección en cada momento de nuestras vidas, para que podamos reflejarlo en todo y ser sus colaboradores para reunir todas las cosas bajo su gobierno en Cristo Jesús. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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