domingo, 28 de agosto de 2016

El fruto del Espíritu 1 - Amor

Hola a todos. En la publicación anterior empecé a compartirles una serie de reflexiones que forman parte de una charla que me tocó dar.  Mi idea es aprovechar este espacio para expandir los puntos de esa charla, desarrollarlos y agregar también más base bíblica.

En la reflexión pasada, introduciendo el tema, decía que nuestras vidas fueron creadas por Dios para dar fruto, que quiere decir, básicamente, tener vidas que impactan positivamente a nuestro alrededor, y a la vez, vidas que podemos disfrutar nosotros mismos. En Eclesiastés 3:12-14 vimos que lo mejor que podemos hacer, en otras palabras, la voluntad de Dios para nuestras vidas, es hacer el bien y alegrarnos, es decir, disfrutar, y que a eso no hay nada que agregarle ni quitarle. En estos días descubrí que esto es perfectamente coherente con la muy breve descripción de la voluntad de Dios en Romanos 12:2, "buena, agradable y perfecta" ("buena": "hacer el bien"; "agradable": "alegrarse"; "perfecta": "nada que añadirle ni quitarle"). Y todo esto es un don de Dios, un regalo suyo, es decir, él mismo lo hace en nosotros.

Sin embargo, decíamos, nosotros tenemos una responsabilidad, que es cuidar de ese regalo, cultivar ese fruto. Y entonces traje a la reflexión el pasaje de Gálatas 5:22-23, "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio". Hoy quisiera expandir un poco la cuestión del amor.

La palabra griega para "amor" en este pasaje, AGAPE, es bastante conocida, y se dice mucho sobre ella. Está asociada al amor desinteresado y sacrificial de Dios hacia nosotros. Pero quiero empezar por aclarar qué cosas no son amor, porque creo que en nuestra cultura tenemos un concepto bastante errado de lo que es el amor, incluso de lo que es no amar, y eso puede filtrarse con facilidad en nuestra interpretación del concepto bíblico de amor.

Cuando observamos el cuadro bíblico general sobre el amor, descubrimos cosas bastante interesantes. En primer lugar, el amor no es una emoción. Insisto: el amor no es una emoción. Involucra nuestras emociones, pero no es en sí una emoción. El amor no es lo mismo, obviamente, que estar enamorado, en el sentido que solemos usarlo. "Te amo" quiere decir mucho más que "estoy enamorado de vos", y eso puede ser un problema a veces. El amor no es ayudar siempre a todos. Esto ya puede ser más espinoso, pero quiero insistir: el amor no es ayudar siempre a todos. Tampoco, por supuesto, complacer siempre a todos. Y aunque alguien pueda querer apedrearme por esto, el amor no es descuidar mi vida por otros. Voy a explayarme un poco más sobre esto un poco más abajo, pero el amor no es descuidar mi vida por otros.

Pero entonces, ¿qué es el amor? Sabemos que tiene que ver con interesarnos por otros, y sabemos de muchos pasajes que describen al amor, pero en ningún lugar parecería estar definido. Sin embargo, Pablo nos dejó, inspirado por el Espíritu, una perlita:

"Llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento. No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad, consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás" (Filipenses 2:2-4).

Entonces, creo que la definición bíblica de amor aparece acá bastante clara, y es coherente con lo que podemos ir recogiendo de las enseñanzas del resto de la Biblia:

+Amor es velar por las necesidades e intereses de otros, además de por las propias.

Esto implica muchísimas cosas: una persona que da frutos es una persona que cuida de sí misma, que se ocupa de sí misma, que se ama a sí misma, en este sentido. Una persona que está contenta consigo misma. Dios mismo considera que somos hermosos y dignos de ser amados (Isaías 43:4). Pero una vez que tengo cubierta la cuota adecuada (no más, pero tampoco menos) de amor hacia mí mismo, dar fruto significa que amo a los demás como a mí mismo. Es decir, que realmente (y esto es fundamental, realmente) me interesan las necesidades e intereses de los que tengo alrededor, o de los que se cruzan en mi camino. Esto es algo que no se puede obligar a sentir. No puedo pretender que me interesan. Si no me interesan, es un problema, pero que se resuelve desde el interior, desde el corazón, y no desde la conducta, o no sólo ni principalmente desde la conducta. Si cambio la conducta pero no cambio el corazón, mi amor es falso. Y Jesús es claro en eso (Lucas 11:39).

Entonces, ya sabemos cómo es esta característica del fruto. La pregunta es, ¿por qué puede ser que me esté faltando este "sabor" del fruto en mi vida? ¿Por qué puede ser que me esté costando interesarme genuinamente en los demás? Y ojo, es verdad que es un problema "serio", pero no es para desesperar. Recordemos que Dios nos ama incondicionalmente, y que nuestra salvación es por fe en la obra de Cristo, de principio a fin. Así que si nos falta una característica fundamental de un discípulo de Jesús, así y todo estamos salvados y aceptados, y seguimos siendo para Dios preciosos y dignos de honra. Pero seguramente, si amás a Dios y tenés este problema, te gustaría entender por qué, y hacer algo al respecto.

Bueno, cuando vemos lo que los psicólogos cristianos observan, podemos ver que la raíz de la falta de amor en nosotros es justamente, la falta de amor. Es decir, nos cuesta amar porque no tenemos suficiente "gasolina" de amor. El combustible del amor es el amor. Alguno puede pensar "pero yo creo firmemente que Dios me ama, y sin embargo me cuesta amar". Sí, pero muchas veces creemos con la cabeza y no con el corazón. Porque al corazón no lo podemos obligar. Si no recibimos suficiente amor de afuera, de las personas, a lo largo de nuestra vida, o lo recibimos de forma condicional o manchada de cosas que no eran amor, es muy lógico que nos cueste amar. Muchas veces nos convencemos a nosotros mismos de que creemos en el amor de Dios porque eso es lo cristianamente correcto. Sin embargo, Dios no tiene miedo de que no creamos en su amor. Al contrario, quiere que podamos aceptarlo, para poder empezar a hacer algo al respecto.

Entonces, a veces nos falta amor. ¿Cómo se manifiesta eso, o cómo afecta? Por un lado, puede que tengamos heridas de nuestro pasado sin sanar. Sobre todo, heridas que nos quedaron de cuando éramos chicos. Si fuimos muy lastimados, y nunca resolvimos ese dolor, podemos estar sufriendo silenciosamente, incluso sin darnos cuenta. Por ahí nos enseñaron que estar sufriendo estaba mal, entonces lo fuimos tapando hasta no verlo ni nosotros (y no hablo en abstracto, esto es perfectamente real). Si estamos sufriendo, nuestra cabeza, queramos o no, no tiene espacio para ocuparse de los demás porque está ocupada en mantener esta coraza que nos protege del sufrimiento. Hasta que no nos pongamos a ver cuál es ese dolor, no tenemos cabeza para ocuparnos de los demás.

También puede ser que hayamos experimentado mucho rechazo en nuestro pasado. En este caso, nos quedamos con miedo de ser rechazados otra vez, y entonces nos escondemos, desconfiamos de los demás, no nos abrimos afectivamente y eso nos impide relacionarnos también con las necesidades del otro. Nos volvemos, sin darnos cuenta, insensibles a lo que le pasa al otro. Cuando nos cuentan algo, no podemos abrirnos a recibir la experiencia del otro, sobre todo si se pisa con la nuestra, porque nos hace sentir que somos rechazados por lo que el otro siente, o porque estamos muy metidos en nuestra propia experiencia sobre el tema. Es particularmente difícil si lo que siente el otro tiene que ver con algo que yo estoy haciendo mal, o con algo de mí que al otro lo está afectando. Pero no sólo en esos casos.

Finalmente, puede ser que tenga pecados sin resolver. Es decir, puede que haya hecho cosas feas en el pasado que nunca pude confesarle a nadie por miedo, justamente, al rechazo, o al castigo, o al aislamiento o lo que fuera. Y en el fondo, siento que soy condenado por esos pecados. Justamente porque al no sacarlos a la luz, nunca experimenté un perdón exterior sobre eso. Y por lo tanto, difícilmente pueda perdonarme yo, o sentir que Dios me perdona realmente. Esto me hace vivir con culpa. Incluso, no siempre son pecados reales. A veces nos hicieron sentir que ciertas cosas eran condenables, o que nosotros éramos condenables por ciertas cosas, que para Dios no tienen nada de malo. Y nadie nunca nos dijo que para Dios no tienen nada de malo, entonces cargamos con la culpa y la condena por algo que ni siquiera es condenable.

Muchas veces, por causa de estas cosas, nos vamos al otro extremo de la falta de amor, que es la falta de límites. Decimos que sí a todo porque tenemos miedo de perder el amor de otros si decimos que no. Terminamos diciendo que sí a cosas que realmente no queremos, con lo cual o nos desgastamos terriblemente, y nos llenamos de resentimiento contra esas personas que "nos roban" tiempo, energía, etc. (no es que realmente nos roben, sino que nosotros les entregamos todo por miedo); o decimos que no a todo, y ponemos murallas contra los demás, justamente para que no nos "roben" el poco amor y la poca energía que tenemos.

Ahora, ¿qué se puede hacer frente a esto? ¿Cuál es el camino para aprender a amar? Es importante entender que no alcanza con forzarnos a salir de nosotros mismos, porque la motivación es incorrecta en el fondo. Seguiríamos haciéndolo, incluso sin saberlo, por miedo: por miedo a que nos dejen de querer por no ser suficientemente amorosos, o por miedo a que Dios nos rechace por no ser suficientemente amorosos. Necesitamos cubrir nuestra necesidad de amor antes de poder realmente amar más o mejor a otros. Si empezamos a hacer eso, entonces sí está bueno y es útil, al mismo tiempo, tratar de cambiar las conductas. ¿Cómo llenamos nuestra necesidad de amor?

La respuesta es: vinculándonos. Dios nos creó como seres comunitarios. El amor de Dios nos llega, en gran medida, a través de los demás, porque Dios así lo dispuso. Cuando nos amamos entre nosotros, aparece en la escena concreta y material el amor de Dios (1 Juan 4:12). Y para recibirlo, necesitamos hacer algunas cosas: en primer lugar, encontrar personas con las que nos sintamos seguros, que sepamos que no nos van a juzgar por lo que podamos traer a la luz. Especialmente porque necesitamos dejar de escondernos de los demás para recibir amor. En segundo lugar, necesitamos atrevernos a mostrarnos vulnerables con estas personas, permitirnos dejar de querer ser fuertes y de demostrar que nuestra vida está en orden, y que estamos "bien", y permitirnos mostrar nuestros costados débiles, esos que nos dan vergüenza. Mostrar que en realidad sí lloramos, que sí estamos tristes, que sí tenemos miedos (incluso esos miedos que sentimos que son "tontos"), que sí nos sentimos ridículos, que sí sentimos que no valemos nada, que sí sentimos que nadie nos quiere, o lo que sea que realmente estemos sintiendo en el fondo. A veces necesitamos ayuda de gente más experimentada para darnos cuenta de lo que realmente sentimos (un consejero, un psicólogo, un pastor, etc).

Y finalmente, necesitamos confesar esos pecados que sentimos que son imperdonables. Porque "a quien poco se le perdona, poco ama" (Lucas 7:47). Necesitamos poder sentirnos aceptados y queridos por las personas a pesar de nuestros pecados y defectos. Si no, no podemos sentirnos plenamente aceptados y perdonados por Dios en el fondo. Y esto traba nuestras fuentes de amor.

Es importantísimo entender esto. Es en las relaciones donde, a través de las heridas y la condicionalidad, se origina nuestra falta de amor; y por lo tanto es sólo en las relaciones donde sanamos y nos nutrimos de amor. Dios así lo dispuso. Necesitamos vincularnos en relaciones seguras donde el vínculo no esté en juego al exponernos, al revelar lo que sentimos e incluso al decir que no. Sólo así podemos aprender a amar, si tenemos problemas con eso. Sólo al sentir que no estamos solos en la vida y que nuestras necesidades e intereses son valiosos para alguien podemos empezar a sentir que las necesidades e intereses de los demás son valiosos para nosotros.

Y acá quiero terminar aclarando algo: el amor sacrificial es bíblico. Pero Jesús no entregó su vida porque sí. Él entregó su vida porque esa era la única manera de salvar a la humanidad. Jesús muchas veces dijo que no. Y amar sacrificialmente, servir sacrificialmente, y demás, no es algo que deberíamos hacer sin ganas. "Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación" (2 Corintios 9:7). Si estamos dando poco, habrá que ver en todo caso qué pasa en mi corazón que no puedo interesarme más por el otro (heridas, rechazo, culpa, etc.). Pero no creer (ni enseñar) que Dios condena al que no se sacrifica por otros, como muchas veces pareciera que se enseña. Seamos comprensivos y compasivos con los que, por no tener suficiente amor adentro, no pueden dar más de sí mismos. Porque Jesús, otra vez, lo establece claramente: "vayan y aprendan lo que significa: "Lo que quiero de ustedes es misericordia y no sacrificios."" (Mateo 9:13).

Entonces, para terminar, el amor es ocuparme de mis necesidades e intereses, y también de los de los demás. Dios produce esto en nosotros al amarnos incondicionalmente y darnos perdón y aceptación, por sí mismo y a través de otros. Las relaciones son el recurso principal a través del cual él nos hace llegar ese amor, produciendo ese fruto en nosotros. No podemos producir fruto de amor si no estamos conectados al árbol de amor (el cuerpo de Cristo, la comunidad). Si tenemos envidia, rencor, desinterés o indiferencia por otros, necesitamos revisar qué nos pasa dentro, ver qué heridas, miedos y culpas tenemos y buscar relaciones seguras donde exponer esas cosas y recibir aceptación. Así, vamos a llenar nuestro tanque de amor y, les puedo asegurar por experiencia propia, vamos a empezar a tener un corazón más genuinamente interesado en el otro, en sus intereses y necesidades, y compasivo.

Que el Dios de amor incondicional nos haga sentir su presencia, su perdón, y su aceptación, que nos provea esas relaciones que necesitamos y que nos hacen falta, y que haga brotar de nosotros manantiales abundantes de amor para proveer también ese amor incondicional a los que nos rodean, creando una reacción en cadena de frutos de amor, y mostrando así al mundo su gloria. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

Algunos libros de referencia:
- Henry Cloud, Cambios que sanan, Editorial Vida (2003).
- Henry Cloud y John Townsend, Límites, Editorial Vida (2006).
- Henry Cloud, Integridad, Editorial Vida (2008).
- Anselm Grün, Límites sanadores, Bonum (2005).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Querés compartir tus propias reflexiones sobre el tema?