viernes, 9 de septiembre de 2016

El fruto del Espíritu 3 - Paz

Hola a todos. Las últimas semanas vengo publicando sobre un tema que creo que suele ser abordado de una forma poco constructiva, que tiene que ver con lo que significa tener vidas que dan fruto, más específicamente con la enseñanza bíblica acerca del fruto del Espíritu. En la introducción mencioné el pasaje de Eclesiastés 3:12-14, donde Dios deja claro que lo mejor que puede pasarnos en la vida es disfrutar y hacer el bien, y que eso es un regalo de Dios, trascendente y completo en sí mismo. Es decir, si logramos dar fruto, vamos a tener vidas plenas, que también impactan positivamente a nuestro alrededor.

También decía que esto no es algo que podamos forzar desde la conducta si primero no trabajamos con lo que está trabando el fruto en nuestro corazón, es decir, en nuestras motivaciones más profundas, en nuestra forma de sentir y ver la vida. Por eso, la idea de esta serie es preguntarnos qué características tiene el fruto (qué "sabor"), qué nos suele impedir dar fruto con esas características y qué podemos hacer al respecto. Ya publiqué sobre el amor y sobre la alegría. El pasaje de Gálatas 5:22-23 describe las demás características del fruto: "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio". Hoy me toca hablar de la paz.

Empecemos, como las veces anteriores, por ver qué no es paz, para tratar de sacarnos de encima definiciones que vienen más de la cultura, de las costumbres, que de Dios. En primer lugar, paz no es que todo nos resbale, que nada de lo que nos pasa nos afecte en lo más mínimo. Tampoco es no tener problemas, o no sufrir nunca. Paz no es tampoco conformarse con "lo que hay", resignarnos a lo que nos toca.

Como con todas estas características del fruto, la Biblia no nos da una definición exacta de paz, pero nos aporta palabras claras sobre lo que representa la palabra. En el original griego, la palabra es EIRENE, y está relacionada con la quietud, con el descanso y con la armonía, estar "integrado", ser "uno", no estar dividido por dentro, digamos. Lo opuesto de esto podríamos pensar que es la ansiedad. Jesús nos deja una enseñanza hermosa acerca de la ansiedad:

"No se preocupen diciendo: "¿Qué comeremos?" o "¿Qué beberemos?" o "¿Con qué nos vestiremos?" Porque los paganos andan tras todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan" (Mateo 6:31-32).

La comida, la bebida y la ropa son medios para sostener nuestra vida y proteger nuestro cuerpo. Es obvio que necesitamos proveernos esas cosas, pero lo que este pasaje trata de decirnos es que no desesperemos por estas cosas, porque nuestra vida y nuestro cuerpo tienen valor para nuestro Padre celestial, y él sabe que necesitamos cubrir ciertas necesidades para estar bien.

+Paz es vivir con la certeza de que somos cuidados y de que nuestras necesidades se pueden cubrir.

Lo contrario, entonces, es la ansiedad. No quiero meterme mucho en el tema, pero digo lo mismo que dije para la tristeza y el desánimo: que sea lo contrario no quiere decir que esté mal. Dios no condena al que está ansioso por su vida y por sus necesidades. Simplemente, si vivimos llenos de ansiedad no disfrutamos de nuestra vida ni la aprovechamos como podríamos, y Dios quiere llevarnos a disfrutarla y aprovecharla. Recordemos que Dios quiere que tengamos vida en abundancia.

Creo que en este punto muchas veces los cristianos hacemos agua, y de la forma más arriesgada: creyendo que estamos en paz, obligándonos a estar en paz, porque lamentablemente, nos enseñan muchas veces que si no estamos en paz, somos malos cristianos. Se nos enseña que estar muy preocupados (es decir, ansiosos o asustados) por algo está mal, porque significaría que no estamos confiando lo suficiente en Dios. Es cierto que la confianza y la paz van de la mano, pero lo que en realidad necesitamos hacer es preguntarnos, ¿por qué me cuesta tanto sentir que Dios me cuida? ¿Por qué me cuesta sentir que él va a proveerme lo que necesito? Dicho en otras palabras: ¿de dónde vienen mis trabas para tener paz en la vida, para sentirme seguro y cuidado?

Recordemos que no estamos hablando de cuando un día tengo miedo, o cuando un día estoy muy preocupado por algo. Eso no significa no dar fruto con sabor a paz, sino que todos tenemos momentos y momentos. La falta de paz se refleja en un miedo o ansiedad más constantes, cuando esa es la forma en la que solemos percibir el mundo y la vida. Se trata de esas etapas de la vida donde alguna necesidad o situación en particular nos supera y nos hace estar con la cabeza y las energías puestas en eso durante la mayor parte de nuestro tiempo, y nos desesperamos porque sentimos que va a pasar algo malo, porque nuestra necesidad va a quedar sin atender. En algunos casos, no se trata sólo de etapas en la vida, sino de la forma en la que nos sentimos la mayor parte del tiempo con cualquier necesidad o situación importante de la vida.

Parecería haber tres grandes disparadores para esta falta de paz profunda. Por un lado, muchas veces estuvimos expuestos a ambientes en los que la mayor parte del tiempo estábamos (o nos sentíamos) en peligro. Puede haber sido nuestra escuela cuando éramos chicos, incluso nuestra propia casa o algún otro ámbito en el que pasábamos mucho tiempo, pero también puede haber sucedido siendo más grandes, en nuestro trabajo, en nuestra universidad, o donde fuera. Estábamos todo el tiempo bajo amenaza o sucedían cosas malas muy seguido, a veces sin razón aparente o a veces como respuesta a nuestras acciones, entonces nos quedó la sensación de que eso puede volver a suceder en nuestros ámbitos actuales, aunque las cosas hayan cambiado.

Por otra parte, puede ser que hayamos atravesado momentos de carencias muy grandes, ya sea carencias materiales o afectivas. Tal vez nos criamos en condiciones materiales muy pobres, y no siempre era seguro que comiéramos, que durmiéramos bajo techo, que tuviéramos con qué abrigarnos. La pasamos realmente muy mal, y nos quedó la sensación de que nuestras necesidades no necesariamente van a quedar cubiertas. Pero también puede ser que nos hayamos criado en familias donde había violencia, malos tratos (y los malos tratos son a veces muy sutiles, como vamos a ver más adelante), o donde el afecto era condicional, y si no cumplíamos con ciertas expectativas (buenas notas, buen comportamiento, ayudar cada vez que se nos pedía, o cualquier otra condición) nos hacían saber que ya no éramos tan valiosos o queridos como antes. Como consecuencia, en el fondo, sentimos que no es seguro que nuestra necesidad de afecto vaya a ser atendida, y eso genera miedo y ansiedad (muchas veces también culpa).

Como habrán visto, lo que vivimos de chicos puede influir mucho en cómo nos sentimos de grandes, muchas veces sin que nos demos cuenta. Pero también las experiencias que vivimos siendo más grandes nos pueden marcar profundamente. Una persona que se haya sentido muy sola o desprovista durante mucho tiempo (a veces la mayor parte de sus vidas) necesita sanar para volver a sentir que la vida es un lugar seguro. Lo mismo las personas que vivieron experiencias muy traumáticas.

Si lo que tenemos es falta de paz, entonces, lo primero que necesitamos hacer es dejar de lado el teatro de que confiamos en que Dios provee y aceptar que en el fondo, no confiamos tanto. Entendamos que Dios nos ama y nos acepta igual. Porque si no aceptamos lo que nos falta, no lo podemos conseguir. "Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán" (Mateo 7:1) dice Jesús. ¿Cómo vamos a pedir o buscar si no aceptamos lo que nos falta?

No estoy diciendo que no sea importante trabajar en nuestra confianza en la soberanía y cuidado de Dios, por supuesto. Eso es clave. Y es clave acercarnos a Dios. Justamente, a Dios no necesitamos hacerle creer que confiamos totalmente en su provisión para pedirle cosas. Podemos acercarnos "confiadamente al trono de la gracia", dice Hebreos 4:16. Muchos de los grandes personajes de la Biblia tuvieron problemas para confiar en que Dios iba a proveerles lo que necesitaban: Abraham, José y Moisés son algunos de ellos. Y Dios no dejó de escucharlos, amarlos y aceptarlos por eso, ni dejó de proveerles lo que necesitaban.

Entonces, ¿qué podemos hacer para destrabarnos en esto? ¿Qué podemos hacer para recuperar el sabor de la paz en nuestro fruto? O para desarrollarlo, si nunca realmente lo tuvimos. En primer lugar, aceptar. Pero la Biblia nos da algunas otras ideas:

En segundo lugar, orar: "no se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús" (Filipenses 4:6-7). Necesitamos traer a Dios esos miedos y ansiedades sabiendo que Dios quiere escucharnos y sanarnos para que vivamos en paz.

En tercer lugar, compartir: "más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante!" (Eclesiastés 4:9-10). Necesitamos abrir nuestros corazones y compartir con otros lo que nos pone ansiosos o los miedos que tenemos. A veces nos puede dar mucho miedo hacer esto, en primer lugar porque justamente, sentimos que no es seguro. Otras veces porque pensamos que para el otro van a ser tonterías, o que nos va a decir simplemente "no te preocupes, no pasa nada, Dios te cuida", sin entender lo que realmente sentimos, en lo más íntimo. Sin entender nuestra ansiedad y nuestro miedo. Pero necesitamos encontrar personas con las que hacerlo, y atravesar ese primer miedo. Esas personas seguramente van a decirnos lo mismo que los otros, pero después de habernos escuchado y comprendido. Nos van a ayudar a levantarnos y lentamente empezar a confiar otra vez, en la vida y en Dios.

Por último, necesitamos limitar nuestra exposición a entornos peligrosos o de carencias grandes, hacer lo que esté a nuestro alcance para salir de esas situaciones, para que no siga creciendo en nosotros ese sentimiento de inseguridad. Si en un lugar me tratan mal, por ejemplo, o me desmerecen, o de alguna otra forma me descuidan o me ponen en riesgo, no tengo por qué quedarme. Así lo entendieron Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero: "hubo un complot tanto de los gentiles como de los judíos, apoyados por sus dirigentes, para maltratarlos y apedrearlos. Al darse cuenta de esto, los apóstoles huyeron" (Hechos 14:5-6). También lo entendió así la familia de Elimélec, esposo de Noemí, mucho antes: "en el tiempo en que los jueces gobernaban el país, hubo allí una época de hambre. Entonces un hombre de Belén de Judá emigró a la tierra de Moab" (Rut 1:1). Lo vemos también al final de la historia de José y Jacob.

Entonces, la paz es vivir confiados de que somos cuidados, no sólo por Dios sino también por las personas que nos rodean, y que nuestras necesidades, de una u otra forma, se pueden cubrir, más allá de mis esfuerzos y de mi control. Es estar tranquilo con lo que vaya a pasar con mi vida, porque tengo un Padre celestial que vela por mí. También es nuestra responsabilidad protegernos de entornos que nos puedan quitar la paz, no exponernos de manera demasiado prolongada a ellos. Pero no nos va a dar más paz tratar de esforzarnos en estar tranquilos, por nuestros propios medios. Probablemente, sólo nos traiga más ansiedad. A menos que al mismo tiempo, tratemos de apoyarnos en otros y de buscar nuevas experiencias donde nuestras vidas puedan estar seguras, más allá de que en el día a día pasemos por ámbitos que no lo sean. Y, dice Pablo, la paz de Dios va a crecer en nosotros.

Que el Dios de paz nos ayude a entender y sentir que nuestra vida le importa, y que vela con mucho gusto por nuestras necesidades, dispuesto a recibirnos también cuando nosotros no lo creemos así, para que podamos encontrar verdadera tranquilidad en la vida y sentirnos seguros y cuidados. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Querés compartir tus propias reflexiones sobre el tema?