lunes, 26 de septiembre de 2016

El fruto del Espíritu 7 - Fidelidad

Hola a todos. Hace ya un mes empecé a publicar una serie de reflexiones sobre un tema que creo que se habla mucho, tanto en ámbitos seculares como en iglesias, que tiene que ver con las vidas que dan fruto, vidas fructíferas, podríamos pensarlo como vidas "exitosas", y demás. Mi idea era redirigir la mirada hacia algo que rara vez se encara y que tiene que ver con la cara de crecimiento personal de este tema. Por lo general se lo piensa en términos de resultado (ser exitoso parecería ser cumplir con ciertos estándares y metas), o desde el punto de vista de la conducta (dar fruto es hacer las cosas bien). Si bien no es del todo incorrecto, me parece que solemos descuidar la parte más importante: ¿cómo se produce ese fruto en nosotros? ¿Por qué a veces estamos trabados y no podemos dar fruto? ¿Por qué no obtenemos buenos resultados, o no hacemos las cosas bien, o incluso, por qué no encontramos placer en la vida, y cómo podemos destrabarlo?

Quiero aclarar que a veces las circunstancias realmente nos sobrepasan, y nos hacen estar a media máquina. No siempre es una cuestión de no estar haciendo un buen trabajo en lo personal. Y de hecho, no tiene nada de malo, es algo que simplemente a veces pasa. Pero sí creo que la Biblia nos ofrece muchas herramientas, indicaciones y recursos para poder sobrellevar mejor las diferentes situaciones de la vida y desarrollar más y más fruto en nuestra vida. Eclesiastés 3:12-14 nos muestra que lo mejor que puede pasarnos en la vida, es decir, el mejor fruto que puede salir de nuestro árbol, es "alegrarse y hacer el bien". Bíblicamente, parecería que esto es dar fruto. Es Dios el que produce esto en nosotros por medio de su Espíritu, pero nosotros tenemos la responsabilidad de nutrir y cultivar ese fruto. Gálatas 5:22-23 nos dice cómo se ve, cómo sabe ese fruto, qué sabor tiene, y enfatiza el hecho de que es Dios el que proporciona el crecimiento, el que pone a funcionar los mecanismos que hacen que nuestro trabajo con nuestra propia vida se convierta en fruto con estas características: "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio".

Esto implica algo que hasta ahora sólo mencioné por encima, pero que voy a enfatizar en la conclusión de todo esto: sólo si pongo mi confianza en Dios para mi crecimiento personal voy a poder desarrollar una vida fructífera. Puedo esforzarme muchísimo, ejercitar, practicar, pensar, pedir consejo, etc. Pero hay un límite, porque nuestros mecanismos de crecimiento están dañados por el pecado (esto tiene que ver con lo que comentaba en la reflexión pasada). La única manera de alcanzar nuestra máxima potencia de crecimiento es sumarnos al proyecto de Dios. Porque lo que primero dañó nuestra persona fue separarnos de él. Eso es la "muerte" de la que habla Génesis 2:17. Eso descompaginó toda nuestra persona, por lo que la única forma de empezar a reparar todo es reparar esa primera ruptura, esa primera separación, que nos sacó de nuestro eje. Lo que digo es que sólo si nos aferramos a Jesús y al mensaje del evangelio vamos a poder crecer como necesitamos, y dar este fruto que Dios promete que podemos dar.

Dicho esto, voy a pasar al tema de hoy, que está relacionado con esto, y que es la fidelidad. La palabra que acá usa el original en griego, PISTIS, aparece traducida muchas veces como "fe". Otra traducción posible es "convicción", estar convencido de algo, dar crédito a algo. Ahora, bíblicamente, nos encontramos con que no cualquier tipo de fe o confianza es fructífera. La gran pregunta es, a qué somos fieles. A qué convicciones somos fieles. La Biblia nos invita, una y otra vez, a poner nuestra confianza en Dios, es decir, dar crédito a lo que él nos dice, ser fieles a lo que él nos enseña, estar convencidos de él. Y esto no es simplemente estar convencido de su existencia, porque Santiago 2:19 nos dice que "los demonios lo creen, y tiemblan". Creo que todos vamos a estar de acuerdo en que los demonios no son fieles a Dios.

+Fidelidad es la convicción sobre las enseñanzas del evangelio, la convicción de que son ciertas y de que son buenas.

En última instancia, es la convicción de que Dios es bueno y veraz, es decir, que lo que nos dice es efectivamente la verdad. Pablo, en Romanos 4:20-21, ejemplifica esto con Abraham, que "ante la promesa de Dios no vaciló como un incrédulo, sino que se reafirmó en su fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tenía poder para cumplir lo que había prometido". Alguno que conozca la historia de Abraham sabrá que él no siempre se mantuvo firme en esta convicción, fue un proceso, tuvo que aprender a confiar, pero lo hizo. Así que la fe, la fidelidad, la confianza y convicción en Dios es una característica del fruto que también se desarrolla o se traba, y por lo tanto se destraba. Dios nos dice un montón de cosas sobre cómo podemos vivir de la mejor manera. Está en nosotros creerle o no. Pero si queremos creerle, y simplemente nos cuesta, es importante poder entender por qué, y cómo destrabar esto.

Lo primero que necesitamos entender es cuál es el mensaje del evangelio. El mensaje es extremadamente sencillo y claro:

"Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrifico de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús" (Romanos 3:23-26).

En otras palabras, todos estamos en falta con Dios. No hay nada que podamos hacer para remediarlo, porque siempre vamos a hacer alguna otra cosa que nos haga seguir estando en falta. Estamos en falta porque es nuestra condición espiritual. Por ser humanos, después de Adán, estamos privados (separados) de Dios. Pero Dios, por el simple hecho de lo mucho que le importamos, lo mucho que nos quiere, que nos valora y nos aprecia, ofreció él mismo la paga del precio que demandaba por la ofensa contra él. Esta paga la cumplió Jesús al vivir en completa obediencia y al morir en la cruz. Dios confirmó la eficacia de este sacrificio al resucitarlo. Y de esta forma, cualquiera que cree en esto, cualquiera que admite su irremediable falta y acepta que Jesús fue el que pagó la justa condena a pesar de ser inocente, queda justificado ante Dios. Esto es la base de todo el mensaje de Dios para nosotros.

A esto, después, cuando ya creímos, se suma el estar convencidos de lo que Dios nos enseña para vivir vidas verdaderamente sanas. Dios quisiera vernos vivir de determinada manera. Personalmente, estoy tan agradecido por lo que Dios hizo por mí, y por el enorme amor y paciencia que tiene conmigo, que quiero hacer cada vez mejor lo que él espera de mí. No para que me apruebe, porque sé que ya me aprobó (aunque a veces me siento desaprobado, pero sé que no es cierto). Sino justamente porque ya me aprobó sin que yo estuviera calificado, entonces me da ganas de hacer lo que a él le gusta. Y eso requiere que estemos convencidos también de que eso, no sólo le gusta, sino que también es lo mejor para nosotros.

Además, Dios nos rescató para poder tener una relación personal e íntima con él. Una vida fructífera es una vida de comunión con él. El deseo de Dios hacia nosotros es que lo amemos y experimentemos su amor, y por eso él es fiel con nosotros, cumpliendo sus propias promesas hacia nosotros, aunque ni siquiera tendría por qué haberlas hecho. Por ese amor, también trabaja permanentemente en nosotros para que, por ejemplo, demos fruto, es decir, podamos desarrollar vidas fructíferas. Estar convencidos de estas promesas de Dios es una característica fundamental de este fruto.

Ahora, muchas veces creemos con nuestra mente, sabemos que lo que Dios nos dice es cierto, pero nos cuesta sentirnos realmente convencidos. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que no podamos estar plenamente seguros de Dios?

Creo que, a grandes rasgos, tenemos dos barreras. La primera es que muchas veces tenemos creencias erróneas sobre Dios, la vida o el mundo. Esto tiene que ver con la influencia de la cultura en la que nacimos, que moldea nuestra concepción del mundo, nuestra manera de entender las cosas. También, algunas creencias tienen un origen emocional, basado en cosas que vivimos cuando éramos chicos. Si nuestra forma de ver las cosas está muy anclada en la manera en que nuestra cultura entiende las cosas, nos va a costar apoyarnos en lo que Dios nos dice y creer que es cierto. Cuando lo que Dios nos dice entre en contradicción con lo que la cultura nos dice, vamos a desconfiar o dudar de Dios, no de la cultura. Muchas veces también, en el fondo, tiene que ver con que apoyar lo que nos enseña nuestra sociedad nos hace ser bien recibidos en ella y no sentirnos aislados o dejados afuera. Es una forma de querer ganarnos la aprobación de las personas que tenemos a nuestro alrededor. En la próxima publicación voy a hablar un poco más sobre esto.

Por otro lado, el otro tipo de barrera que tenemos está relacionado con la imagen que tenemos de Dios en nuestra mente. Cuando somos chicos, nuestros padres son nuestro "dios": son los que pueden aprobarnos o condenarnos, y son los que nos enseñan qué está bien y qué está mal. Nuestra experiencia emocional con nuestros padres nos deja una imagen afectiva de cómo es o cómo puede ser Dios. Si en nuestra casa no había lugar para las emociones, es probable que sintamos que Dios es un Dios frío y emocionalmente distante. Si nuestros padres tenían expectativas sobre nosotros que nunca alcanzábamos, es posible que sintamos que Dios es un Dios que nunca se conforma con nosotros. Si nuestros padres eran violentos o abusivos, es probable que sintamos que Dios quiere pasarnos por arriba. Esto, obviamente, nos hace difícil confiar en Dios. Nadie quiere confiar en un Dios que lo va a pasar por arriba, o al que no le interesa lo que nos pasa, o lo que fuera. Otras veces, la experiencia misma de vivir nuestra fe queda asociada a emociones o sentimientos desagradables. Por ejemplo, si nos maltrataron por nuestra fe, seguramente quede asociada al miedo, o si nos rechazaron por nuestra fe, o si no tenemos personas cercanas que compartan la misma fe, puede quedar asociada a la soledad. Esto hace que nos cueste vivir la fe, apoyarnos en lo que creemos. No desesperes por esto, Dios te ama y te acepta igual. él entiende tu dificultad, y quiere acompañarte en el proceso.

Entonces, ¿qué podemos hacer para desarrollar mayor convicción, mayor confianza en que lo que Dios nos dice es cierto, mayor seguridad en él?

Lo primero es empezar a cuestionar lo que nuestra cultura nos enseña; desnaturalizar lo que tenemos incorporado sobre cómo es la vida, el mundo, las personas, Dios, o lo que fuera. 1 Timoteo 4:7 nos aconseja esto: "rechaza las leyendas profanas y otros mitos semejantes". Sólo Dios sabe cómo funcionan las cosas, porque él creó todo. Si la Biblia contradice lo que se nos enseña fuera, sea en la escuela, en la universidad, en los medios, en casa o incluso en la iglesia, optemos siempre por la Biblia, nunca por el afuera. Si no, nuestra fe se va a ver disminuida.

Además de esto, es importante revisar una y otra vez nuestra manera de pensar sobre diferentes cosas. Un buen punto de partida para esto es pensar en qué áreas de mi vida me cuesta más confiar en Dios, o estoy negado a creer que la Biblia dice determinada cosa sobre eso. Tal vez ahí haya algo de mi cosmovisión (punto de vista sobre el mundo y la vida) que debería revisar. Es a lo que nos invita el apóstol Pablo: "sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta" (Romanos 12:2).

También necesitamos "desintelectualizar" a Dios. Muchas veces nuestro conocimiento de Dios es puramente, o mayormente, intelectual, racional. Conocemos un montón de ideas acerca de él, tal vez incluso reflexionamos mucho sobre él, pero no nos relacionamos con él desde nuestras emociones, lo que verdaderamente sentimos. Esto muchas veces tiene que ver con que creemos que las emociones son algo malo, o tonto, o insignificante. Todo lo contrario. Necesitamos acercarnos a Dios desde nuestra verdad personal, que incluye lo que verdaderamente sentimos, en cada momento particular y también en la vida, en general, y lo que sentimos sobre las cosas, y sobre Dios. Necesitamos abrirnos con él, contarle hasta las "pavadas" que no nos animamos a contarle a nadie. Lo mismo necesitamos hacer al leer la Biblia, acercarnos a ella desde lo que realmente sentimos. Contarle a Dios lo que siento al leer su palabra. Dios mismo nos enseña que este es el camino para encontrarnos realmente con él: "me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón" (Jeremías 29:13).

Por último, necesitamos sanar nuestras experiencias de Dios que nos hacen alejarnos de él, tenerle miedo, tenerle bronca, sentirlo apático e indiferente. Para esto, necesitamos tratar con nuestra realidad emocional y con nuestro pasado, especialmente con nuestra relación con nuestros padres. Esto muchas veces requiere ayuda de un pastor, consejero, psicólogo o algún otro adulto con el que podamos abrirnos y ser fortalecidos por él, porque justamente necesitamos sanar la imagen que tenemos de la autoridad. Si logramos encontrar una autoridad, especialmente si es creyente, que nos reafirme, que nos escuche, que nos demuestre interés, que se preocupe por nosotros y que nos acepte sin expectativas inalcanzables, vamos a empezar a sanar nuestra imagen de Dios. También necesitamos establecer vínculos con personas que nos fortalezcan en la fe, que nos animen, que nos acompañen y que sean comprensivos con nuestra falta de fe, y no nos reten ni condenen por ella. El apóstol Pablo apuesta por esta solución cuando les escribe a los Efesios sobre su oración por ellos: "le pido que, por medio del Espíritu y por el poder que procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser, para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que, arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo" (Efesios 3:16-18).

Entonces, la fe es lo que nos une a Dios. Es lo que hace que podamos apoyarnos en él y sentirnos seguros en nuestra existencia. Dios nos hizo para tener una relación de amor e intimidad con nosotros. Una vida fructífera es una vida de fe y convicciones firmes. Muchas veces, nuestro sistema de ideas o creencias o nuestras experiencias pasadas nos ponen dificultades a la hora de mantenernos firmes en la fe. Pero la invitación de Dios es a renovar nuestra mente, rechazar los mitos de la cultura, abrir nuestros corazones a Dios y echar raíces en el amor de nuestras comunidades de fe. Así, nuestra fidelidad a Dios, nuestra convicción, va a brotar y florecer. Dios es fiel y trabaja en nosotros todo el tiempo. Animémonos a ser perseverantes nosotros también en construir y fortalecer nuestra fe, nuestras convicciones, nuestra fidelidad, porque es algo que nos va a traer mucho disfrute y porque "esto es todo para el hombre" (Eclesiastés 12:13).

Que el Dios fiel que persevera en nosotros nos fortalezca en lo más íntimo de nuestro ser, ayudándonos a sanar y renovando nuestra manera de pensar para que podamos perseverar nosotros en él, y así dar un verdadero buen fruto, teniendo una relación cada vez más cercana con él. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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