sábado, 24 de diciembre de 2016

Navidad: el Dios íntimo

Hola a todos. El significado de la celebración de Navidad es múltiple. Cada creyente tiene su propia vivencia, experiencia y por lo tanto significado de lo que el nacimiento de Jesús representa. Y hasta puede cambiar con el paso del tiempo.

Desde el punto de vista de los hechos, celebramos la llegada de Jesús a este mundo. Dios se dio a conocer a los seres humanos de una manera totalmente nueva: en la forma de otro ser humano.

Pero esta Navidad, un pensamiento especial cruzó mi mente. De todas las posibilidades humanas que podía elegir, Dios eligió la más íntima para darse a conocer: un niño. Dios no eligió mostrarse como un rey guerrero y poderoso descendiendo del cielo, ni como un anciano sabio y venerable surgiendo de pronto desde las montañas. Eligió darse a conocer como un niño, frágil y vulnerable.

Creo que justamente, al elegir nacer en este mundo, y no simplemente manifestarse como un ser humano ya adulto, Dios estaba también invitándonos a tener una relación de intimidad con él, mostrándonos que él mismo, el creador de todo el universo, es un Dios íntimo. La realidad es que nuestra vitalidad, nuestra paz interior y nuestra felicidad requieren que nosotros desarrollemos una intimidad cada vez mayor con Dios.

Los niños tienen total intimidad con su madre. El momento más cómodo y seguro para todo bebé es en los brazos de su madre. Hay tres cosas que creo que hacen tan fuerte esa intimidad: la cercanía, la vulnerabilidad y la dependencia. Quiero invitarlos en esta tarde a reflexionar en estas tres caras de la intimidad.

La cercanía tiene que ver con el tiempo. El niño, en sus primeros años, pasa casi todo su tiempo en compañía de su madre. Para tener mayor intimidad con Dios, necesitamos dedicarle tiempo a estar en su presencia, en su compañía. Esto no quiere decir que tengamos que pasar todo el tiempo orando, leyendo la biblia o participando en actividades de la iglesia. Pero si quiero tener una mayor intimidad con Dios, necesito invertir parte de mi tiempo en él. Es cierto que puedo orar en cualquier lugar y momento, pero necesito poder hacerlo también en la quietud, cuando no estoy haciendo ninguna otra cosa sino hablar con él. Puedo leer la biblia mientras viajo a otra parte, pero también necesito concentrarme y leer tranquilo, con el corazón. Puedo escuchar prédicas de otros y pedir a otros que me enseñen, pero yo también necesito explorar a Dios personalmente si quiero tener intimidad con él.

La vulnerabilidad tiene que ver con ser sinceros. El niño llora cada vez que quiere o siente algo, se ríe despreocupadamente cuando algo le da placer o alegría, y grita con fuerza si algo le molesta o no le gusta. Por supuesto que a medida que crecemos, aprendemos formas más eficaces de comunicar lo que pensamos y sentimos y de expresar nuestras necesidades y emociones, pero a veces perdemos esa espontaneidad que un niño tiene para hacerlo. Nos vamos poniendo filtros (por lo general a causa de cómo el entorno nos trata de acuerdo a lo que pensemos, sintamos, queramos, etc.) y podemos perder nuestra capacidad de ser transparentes y sinceros. Pero si queremos tener intimidad con Dios, necesitamos entender que con él no necesitamos tener filtros. Él nos acepta, nos ama y nos valora sin importar lo que nos pase por dentro. Él quiere escuchar lo que realmente pensamos, sentimos y queremos, aunque a nosotros nos parezca incorrecto, ofensivo o despreciable. Quiere conocer nuestros miedos, enojos, tristezas, alegrías, sueños, ideas, pasiones. Quiere escucharnos hablar de ellos. La intimidad con él tiene que ver con que lo hagamos parte de nuestro mundo, pero de nuestro verdadero mundo, el que día a día habitamos.

La dependencia tiene que ver con la confianza. Un bebé ni siquiera se pregunta si mamá es confiable. Simplemente siete total tranquilidad cuando está en sus brazos. Nosotros no siempre podemos esperar que esto sea así con Dios todo el tiempo, porque nuestra confianza sube y baja según muchos factores, pero sí podemos poner a prueba la confiabilidad de nuestro Dios. El Salmo 34:8 dice "prueben y vean que el Señor es bueno". A veces, todo lo que hace falta es hacer una mirada hacia atrás y esforzarnos en ver las cosas que él hizo por mí últimamente. Detenernos a pensar en las cosas que se resolvieron y que no dependían tanto de nosotros, las cosas que recibimos y que no perdimos, y demás. A veces necesitamos conocer las promesas y enseñanzas de Dios (o volver a encontrarnos con ellas). Otras veces, simplemente, cuando vamos a enfrentar una decisión que nunca enfrentamos, necesitamos dar un salto de fe. Pero si queremos tener mayor intimidad con Dios, necesitamos dar nuevos pasos hacia una mayor dependencia.

Para alentarnos a la cercanía, Dios se hizo hombre, y habitó junto a nosotros como uno más de los nuestros; para la vulnerabilidad, Dios vino a este mundo tal como estaba, en un tiempo de opresión y dolor para su pueblo, para que entendamos que él quiere encontrarse con nosotros en nuestra realidad tal como es; para estimularnos a la dependencia, Dios anunció previamente lo que iba a pasar, lo cumplió al pie de la letra y hasta lo hizo a través de milagros, tal vez queriendo mostranos que si lo que hace falta es crear intimidad, él está dispuesto a desplegar todo el poder necesario.

Para las personas que estuvieron involucradas de una u otra manera en los acontecimientos de Navidad, también fue un momento de intimidad, tanto hacia otros como hacia su interior. Podemos pensar en José y María, todo lo que habrán tenido que atravesar, tanto juntos como individualmente. Todo lo que tuvieron que meditar, procesar, aprender y descubrir. Lo mismo podemos pensar de los pastores, a quienes se les aparecieron nada menos que ángeles, anunciando el cumplimiento de profecías que se les habían hecho a los abuelos de los abuelos de sus abuelos.

La intimidad interior está hecha de las mismas tres cosas: tiempo, sinceridad y confianza. Necesitamos pasar tiempo con nosotros mismos, encontrarnos cara a cara con lo que sentimos sobre las cosas, con lo que realmente pensamos, con lo que verdaderamente deseamos, así con lo que no nos gusta, no queremos y no sentimos. Necesitamos estar cerca de nosotros mismos, porque tendemos a distraernos, sumergirnos en la rutina o llenar nuestros huecos con amistades, actividades o recreación; todas cosas muy buenas, pero que sólo están alejándonos de nosotros mismos si no tomamos conciencia. Para ser personas más íntimas, necesitamos detenernos a mirar hacia adentro, hacernos preguntas, conocernos bien a fondo. Y necesitamos desarrollar la confianza en nosotros mismos, aceptarnos con nuestros defectos y limitaciones pero también entender que ellos no nos hacen menos confiables. En realidad, muchas veces es el desconocimiento (o la negación) de nuestros defectos y limitaciones lo que puede hacernos más impredecibles e inseguros. Si nos exploramos a nosotros mismos, podemos conocernos mejor, aceptarnos con sinceridad y animarnos a confiar en nuestras fortalezas sin miedo de nuestras debilidades.

Esta también es la base para ser personas que se relacionan de manera íntima con otros. Si quiero tener vínculos íntimos, tengo que desarrollar mi propia intimidad personal primero. Pero una vez que lo estoy haciendo, también necesito invertir tiempo en las relaciones que quisiera volver más íntimas. Pero no sólo tiempo de diversión o de actividades compartidas, sino tiempo de conocimiento mutuo. Tiempo de hablar y escuchar. Y también necesito poder abrirme con sinceridad, ser vulnerable en esas relaciones. Que las dos personas puedan expresar lo que sienten, piensan y quieren, y ser escuchadas, aceptadas y respetadas, es la base de una relación íntima. Y por supuesto, la confianza mutua es otro pilar. Es lo que hace que podamos estar tranquilos de que esa intimidad de la relación es un espacio seguro. Estas tres cosas se refuerzan mutuamente.

Por supuesto, no alcanza con que yo dedique tiempo, me abra con sinceridad y confíe en la otra persona. Es importante que yo mismo pueda convertirme en una persona que alienta a los demás a la intimidad. ¿Tengo un trato agradable, que hace que las personas quieran pasar tiempo conmigo, estar cerca? ¿Dejo espacio para que los demás elijan cómo y cuándo quieren pasar tiempo conmigo? ¿Escucho con verdadero interés lo que me cuentan los demás, para conocer realmente un poco más acerca de la mente y el corazón del otro? ¿Acepto, respeto y trato de ponerme en el lugar del otro en lugar de tratar de cambiar lo que siente y piensa? ¿Cuido la manera en la que doy mi opinión, teniendo en cuenta con quién estoy hablando y el nivel de seriedad de lo que me cuenta? Estas preguntas tal vez puedan ayudarnos a ser personas que ayudan a que los demás quieran pasar tiempo, ser sinceros y confiar en nosotros.

Dios, de todas las posibilidades que tenía, eligió ser adorado primero como un niño. El mensaje de la Navidad es que Dios, además de ser un Dios enorme, poderoso, amoroso y justo, es un Dios íntimo. Y nosotros, hechos a su imagen, fuimos creados para vivir en intimidad, hacia el interior, hacia los demás y hacia Dios mismo. Cuanto más espacio haya para la intimidad en nuestras vidas, más vamos a desarrollarnos como seres humanos, mejor vamos a vivir y más vamos a poder aprovechar y disfrutar de nuestra vida.

Que el Dios íntimo llene hoy nuestros corazones y nuestros pensamientos, para que esta Navidad sea una invitación a la intimidad, en nuestras iglesias, en nuestras casas y en nuestras vidas. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Querés compartir tus propias reflexiones sobre el tema?