viernes, 3 de agosto de 2012

Dichosos 4 - Hambre y sed de justicia

Mateo 5:6; Isaías 55:1-2

Hola a todos. Seguimos con esta serie de reflexiones acerca de las bienaventuranzas, o bendiciones de Dios. El tema de esta reflexión puede que resulte significativo para muchos, así como lo fue (y es) para mí, porque creo que nuestra vida gira mucho en torno a encontrar y hacer justicia.

De hecho, creo que casi cualquier persona normal tiene "hambre y sed de justicia". Dice la palabra que los que experimentan esto, "serán saciados". A pesar de eso vivimos en situaciones injustas, bajo condiciones injustas. La primera reacción que esto nos provoca suele ser tomar las riendas de la justicia en nuestra mano y encargarnos de esos asuntos que nos molestan y nos indignan.

Sin embargo, la biblia nos plantea una perspectiva que, a mi modo de ver, es difícil de adoptar como propia, y va contra todo lo que suponemos. Creo que la raíz del problema, y lo dije en otra reflexión, es lo que entendemos por justicia. Pero por respetar la relativa brevedad de la reflexión voy a limitarme a asumir que entendemos por "justicia" que las cosas sean como deben ser, de la manera correcta, con todo lo ambiguo que esa definición puede tener.

Si aceptamos la verdad contenida en la biblia, Dios estableció un orden para todas las cosas, determinó lo que TIENE que ser y lo que NO TIENE que ser. Nosotros mismos, al volvernos contra Dios, nos volvimos contra esa determinación de lo correcto y lo incorrecto y continuamente tratamos de establecer por nosotros mismos qué es y qué no es válido, bueno, correcto. Es, digamos, el principio de la autojustificación.

Ahora bien, según el pasaje de Mateo, no parece que esto sea malo. La traducción en lenguaje actual dice que "Dios bendice a los que desean la justicia". Lo que importa es que se haga justicia, no importa cómo. Ahora bien, esta manera de pensar nos puede llevar a la falacia de hacer justicia de manera injusta. Por ejemplo, ¿quién nos hizo creer que la retribución tiene que ser acorde a lo que una persona hace, bien o mal? ¿Quién nos hizo creer que los buenos van al cielo y los malos no? ¿Quién nos hizo creer en que a una causa corresponde necesariamente un efecto correcto? Si estudio mucho voy a aprobar seguro. Si trabajo mucho voy a ganar mucho. Si me hacen mal, tengo que hacer mal. Si hago las cosas bien, voy al cielo seguro.

Dios jamás dijo que eso fuera la justicia. Es verdad, "El Señor es justo, y ama la justicia; el hombre honrado contemplará su rostro" (Salmo 11:7). Pero eso no quiere decir que ser "justo", ser "honrado" tenga que ver con nuestra acción. La biblia lo dice de manera extremadamente clara: "No hay un solo justo, ni siquiera uno" (Romanos 3:10). Nadie puede argumentar "yo soy justo", porque basta con examinarse un poco para descubrir fallas, errores. Justo implica correcto en todo momento, y para los estándares de Dios eso es totalmente imposible para un humano. Pero entonces, ¿quién "contemplará su rostro"?

Bueno, dice Romanos 8:33 que "Dios es el que justifica". ¿Cómo? A través de la obra de Jesús. Él, el único justo que caminó sobre la tierra después de la caída, el gran regalo de Dios, es el único capaz de hacernos quedar como justos delante de Dios aún sin que lo seamos realmente. ¿Eso quiere decir que puedo haber sido la peor persona del mundo (desde el punto de vista humano) y aún así ser justificado sólo por creer en Jesús? Sí. Por supuesto, creer de verdad en Jesús implica necesariamente un cambio de conciencia que nos hace querer dejar de hacer lo malo que hacíamos y empezar a hacer lo bueno con todos. No nos sale del todo, siempre fallamos en algo, descuidamos algún aspecto. Pero ese cambio de conciencia caracteriza a los que Dios justifica, o sea, caracteriza a los justos.

Entonces, empezamos a acercarnos a una nueva definición de justicia, una que realmente me asombró cuando la descubrí. Ser justo no se trata tanto de buenas obras, sino de un cambio de conciencia. ¿Hacia qué dirección? Hacia Dios. ¿Cómo? A través de Jesús.

Creo que el pasaje de Isaías es muy claro respecto de esto. "¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, y su salario en lo que no satisface? Escúchenme bien, y comerán lo que es bueno, y se deleitarán en manjares deliciosos" (55:2). Está más que claro que no está hablando específicamente de comida. Nadie va a comer sólo con escuchar. Es cierto, Dios favorece a los que lo buscan y lo escuchan en todo sentido, incluso materialmente. Pero principalmente está hablando, pienso, de ese hambre y sed de justicia de las que habla Jesús en el pasaje de Mateo. Nadie puede comprar la verdadera justicia con dinero, ni trabajar por ella. No importa qué tan duro trabaje, el cambio de conciencia no viene por trabajar duro o por comprar algo que nos lo transmite. Sólo viene por escuchar bien la palabra de Dios, por creer en las cosas que dice, en lo que nos cuenta, y encontrar a aquél a quién la palabra nos lleva: a Jesús. Es sólo por conocerlo a él y dejarnos envolver por él que encontramos justicia.

Esto es comer del bien. "Si no comen la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen realmente vida. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna" (Juan 6:53-54). Otra vez, nadie va a ir a buscar el cuerpo de Jesús (no lo encontraría, además) para comer su carne. Comer de Jesús es participar de él, dejarlo entrar en mi interior, llenarme, saciarme de él. "Se deleitarán en manjares deliciosos", dice Isaías.

El deleite de mi corazón, la satisfacción de mi hambre y sed de justicia, está entonces en la justicia que Dios puede conferirme a través de su Hijo. Él es mi justicia. Y Dios bendice a los que buscan la verdadera justicia, es decir, la que viene por buscar a Dios, porque sacia esa búsqueda. "El que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre" (Lucas 11:10).

Que el Dios de justicia llene sus mentes y corazones de la nueva conciencia que nos hace desear el bien, y que los guíe cada vez más hacia él, dándoles la sabiduría de buscar a Dios en todo para que en todo sean ustedes justos, y puedan satisfacer su sed de justicia. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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