martes, 1 de octubre de 2013

La nueva vida 5 - La voz de la conciencia

Hola a todos. Esta vez publico dentro de un tiempo razonable. Ya estamos llegando al final de esta serie, y espero que hayan sido muy bendecidos hasta ahora. Recuerden que no soy teólogo, así que todo lo que comparto son interpretaciones personales, que pueden ser más o menos acertadas, pero a las que le falta seguramente conocimiento teórico importante. Sin embargo, considero siempre el Espíritu Santo puede aportar algo sobre el conocimiento de Dios a partir de la palabra si se lo pedimos. Importante entonces orar antes de leer, y pedirle a Dios que nos guíe en la lectura y reflexión.

Dios nos ofrece una vida nueva, nacer otra vez. Para acercarnos a esta nueva vida, tenemos que animarnos a descubrir la palabra de Dios como verdadera y eficaz, buscar a Dios con sinceridad tratando de conocerlo y tener una relación personal y fluida con él, y estar dispuestos a abandonar ciertos prejuicios sobre cómo funciona la vida basados en el llamado "sentido común", que no responde a los mismos parámetros que el sentido común de Dios.

Si vamos a tener esta nueva vida, tenemos que vivirla en serio, en nuestro día a día, no sólo en la iglesia. O mejor dicho, siempre estamos en la iglesia, en cualquier lugar en el que estemos. En algún momento esto choca con lo que nos propone la sociedad, y tenemos que elegir cómo queremos pensar y vivir. Si superamos esta encrucijada y seguimos buscando esta nueva vida, vamos a tener que arriesgar posiblemente muchas cosas, o hasta relaciones. No siempre vamos a perderlas, pero sí tenemos que estar dispuestos a arriesgarlas, jugarnos todo por esta nueva vida. ¿Por qué? Porque vale la pena, porque del otro lado de esta gran apuesta nos esperan toneladas de bendiciones y una vida plena. Plena de disfrute, plena de sentido. Esto implica pasar de una actitud donde no me interesa qué diga Dios sobre tal o cual cosa, o en general, sino que quiero saber qué dice y hacerlo, hacer las cosas de esa manera. También implica necesariamente acercarme a su palabra y tratar de vivirla y aplicarla, y arrepentirme, del pecado y de los pecados, como decía la vez pasada. Cuando hago eso, todo empieza a cambiar.

"Así que les digo esto y les insisto en el Señor: no vivan más con pensamientos frívolos como los paganos. A causa de la ignorancia que los domina y por la dureza de su corazón, éstos tienen oscurecido el entendimiento y están alejados de la vida que proviene de Dios... Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad".
(Efesios 4:17-18,22-24)

"Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte... Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu, fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz".
(Romanos 8:1-2,5-6)

"Nosotros, por nuestra parte, tenemos la mente de Cristo" (1 Corintios 2:16)

¿Cuántas veces estamos por hacer algo y sentimos que no es lo correcto? ¿Cuántas veces sentimos que deberíamos hacer algo y no lo hacemos? Es como si hubiera algo en nosotros que nos trata de convencer de que actuemos como corresponde. Todas las personas parecieran tener como este sentido de lo correcto, algunos más desarrollados, otros menos. Es lo que normalmente llamamos la voz de la conciencia. Nos dicta qué hacer en cada momento, o nos dice que nos equivocamos.

Pero, ¿funciona realmente así? ¿Cómo hago para desarrollar este sentido de lo correcto? Bueno, hay una sola respuesta: Jesús. Cuando yo me arrepiento, lo que hago es romper con el pecado, como veíamos la vez pasada, es decir, terminar con el tiempo en el que no tenía en cuenta a Dios, y reconocer que si quiero vivir de verdad necesito tenerlo en cuenta todo lo que pueda. Eso es arrepentirse. Y el pasaje de Efesios dice que ese arrepentimiento implica necesariamente un compromiso: el de dejar de vivir como vivía antes. Estar dispuesto a cambiar lo que tenga que cambiar, incluso en mi forma de pensar. Tengo que cambiar mi mentalidad, la actitud de mi mente.

Efesios lo pone en estos términos: quitarme la ropa de la vieja naturaleza y ponerme la ropa de la nueva naturaleza. Vieja y nueva naturaleza. Antes era de una forma, ahora soy de otra. ¿Pero no era que Dios me ama como soy? Sí, precisamente. Esta nueva naturaleza es la que Dios había pretendido para nosotros. Esta nueva forma de ser, en realidad somos nosotros mismos, en una mejor versión. Es como que cuando venimos a este mundo, el pecado sabotea nuestra verdadera forma, y quedamos en esa forma rota, que tiene la tendencia a desobedecer a Dios, hacer las cosas por fuera de su plan. Sabotea en definitiva nuestra vida, lo que podemos llegar a ser.

Pero Jesús restaura esa idea original. De a poco, claro, y apoyándose en nuestra propia actitud y compromiso al respecto. Una cosa es segura: fuimos creados para ser mucho más de lo que somos ahora, seamos como seamos. Estamos viviendo al 1%, 2%, 3% de lo que realmente podemos llegar a ser. Tal vez un poco más... ¿10%? No importa el número, pero ciertamente queda mucho más por ser. No podemos alcanzar eso sin el arrepentimiento, o sea, sin alinearnos de nuevo, voluntariamente, con el proyecto de Dios. Y el arrepentimiento es reconocer que necesito tener a Dios en cuenta, siempre. Por eso este compromiso implica, por ejemplo, tomar más en serio la biblia, que es la palabra de Dios, la oración, que es nuestra comunicación con Dios, y por supuesto, el modelo de vida que él nos propone.

Ésta es la nueva naturaleza: vivir como Jesús vivió, ser la persona que originalmente Dios pretendió que fuéramos, no sólo una porción de ella. El cambio no tiene que ver con nuestros intereses, gustos, y esas cosas que en definitiva son cosas relacionadas con la vida en este mundo. El verdadero cambio tiene que ver con la manera de pensar, con qué cosas tenemos en alta estima, con la forma en la que miramos y entendemos el mundo. Se trata de dejar de mirar con el filtro de la sociedad y mirarlo con el filtro de Dios.

Claro, dicho así suena fácil, pero no lo es. El filtro de la sociedad probablemente no lo perdamos del todo mientras estemos en esta tierra. Y el filtro de Dios no podemos tenerlo porque no somos Dios. Sin embargo, hay una proporción directa entre acercarnos a la visión que tiene Dios y alejarnos de la que tiene la sociedad. La clave para esto está en esas tres cosas con las que asocié la nueva naturaleza: conocer la biblia, hablar con Dios y vivir cómo él me enseña.

Lo importante es que esto se manifiesta como una especie de lucha permanente entre dos formas de pensar diferentes. Romanos lo pone de esta manera: una mentalidad pecaminosa, una mentalidad del Espíritu. Dijimos que el pecado es ignorar a Dios. La mentalidad pecaminosa es la forma de pensar que desestima a Dios, a la que no le importa qué dice él sobre cualquier cosa particular. La mentalidad del Espíritu es todo lo contrario: la que nos da a conocer los pensamientos de Dios sobre cada cosa. El choque de estas dos mentalidades es la que produce en nosotros esa sensación de estar por hacer algo que no debería. Es, en definitiva, eso, una lucha permanente.

Antes, cuando no prestábamos atención a lo que Dios decía, no había tal lucha. Todo lo que hacíamos era por fuera del proyecto de Dios, justamente porque directamente no lo teníamos en cuenta. Por eso dice Efesios que nos dominaba la ignorancia, porque no conocer o no tener en cuenta a Dios nos quitaba opciones para decidir. Sin proponérnoslo, hacíamos siempre lo que queríamos nosotros, sin pensar en qué me diría Dios al respecto. Tal vez no hacía nada moralmente malo, pero el problema está en la raíz: ni siquiera pensaba en Dios, en si eso le gustaba o no a Dios.

Pero dice Romanos que "la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte" (8:2). Esto es por medio de Jesús, o sea, por acercarme a él, por recibirlo, por buscarlo con sinceridad. La forma de vivir de Jesús me libera de la forma que me impone mi propia forma de pensar, para poder disfrutar de la verdadera vida (por eso me libra de la muerte). Entonces, cuando trato de enfocar mi mente en la manera de pensar de Jesús, soy libre, tengo más opciones al elegir, tengo más poder de decisión, y puedo entonces empezar a habilitar un porcentaje mayor de mí mismo, avanzar hacia la plenitud, ¡hacia mi "yo" completo!

Esto parece un poco místico. ¿Tener el "Espíritu" de Dios? Pero no, se trata de eso: pensar cada vez más como Jesús. "Eso es imposible", podrían decirme, "Jesús era el Hijo de Dios". Bueno, pero la biblia dice claramente que nosotros "tenemos la mente de Cristo". Así que no es imposible. Es un proceso, pero empieza por buscar un poco más de su manera de pensar cada día. ¿Cómo? Biblia, oración, acción. No hay otra fórmula. Y en cada momento particular, cuando tenga un conflicto con lo que estoy por hacer, acordarme que la clave está dónde fije mi mente: en mi opinión sobre lo que estoy por hacer, o en la opinión de Dios. Tal vez no conozco la opinión de Dios sobre esa cosa particular, pero el hecho de preguntármelo ya fija mi mente en sus deseos. Lo más probable es que termine haciendo, entonces, lo correcto para ese momento particular.

Si tomo en cuenta a Dios, su mentalidad forma parte de mi conciencia, y entonces seguir a mi conciencia va a ir transformándose lentamente en seguir a Dios. ¿Me voy a equivocar? Sí, seguramente. Pero la mentalidad de Dios me va a marcar mi error para que pueda corregirlo la próxima vez. ¿Cuántas veces me voy a equivocar? ¡Quién sabe! Sólo Dios sabe, de hecho. Pero a Dios no le importa, lo que le importa es que mi actitud sea tenerlo siempre en cuenta. Eso es una actitud de arrepentimiento: tener la intención de seguir siempre los deseos de Dios. Mientras tanto, Dios va trabajando en mi vida para sacar lo mejor de mí, formando en mí una nueva imagen, un nuevo aspecto, una persona diferente a la que nació y vivió hasta ahora, similar pero mejorada. De eso vamos a hablar la próxima.

"Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio" (Filipenses 4:8). Esta actitud hace que vivamos mejor, disfrutando más, y que estemos en paz con la vida, incluso con nosotros mismos, incluso cuando sentimos que nos equivocamos. Nos saca la culpa, nos saca el miedo, nos saca la inseguridad y la vergüenza. ¿Así, de una? No, claro que no. Progresivamente, a veces más rápido, a veces más despacio. Eso es la vida. Va cambiando de ritmo. A veces crecemos de un salto en algunas cosas, pero después muy despacio en otras.

En fin, hay una sola vida, y está en Jesús. Fuera de él, no hay vida; solamente una cosa falsa que se parece a la vida pero no lo es. Para vivir como Jesús, y disfrutar de esa vida nueva, tengo que aprender a pensar como él. Cuanto antes empiece, mejor, porque eso lleva tiempo y mientras tanto me pierdo de disfrutar de muchas cosas que podría estar disfrutando, incluyendo disfrutar de mí mismo. Tengo que animarme a dejar atrás lo que fui, aunque sea más cómodo quedarme ahí, en lo que ya conozco. Porque sino, no voy a descubrir que lo que no conozco, lo que está delante de mí, es muchísimo mejor. Si empezamos a tener en cuenta a Dios en todo lo que hacemos, superamos la encrucijada, salimos del molde de la sociedad, somos libres. Subimos la apuesta cada vez más, porque la confianza en que Dios nos da cosas mejores que las que dejamos atrás ya deja de ser ciega y empieza a estar confirmado por la propia experiencia de la vida. De la verdadera vida, de la nueva vida.

Que el Dios de paz y de la vida renueve nuestras mentes y nos ayude a sacarnos la ropa vieja, sucia, manchada por formas de pensar que nos vendieron y nos hicieron creer, y nos ayude a vestirnos con la ropa nueva, limpia, que es la ropa de nosotros mismos en nuestra mejor versión. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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