viernes, 16 de septiembre de 2016

El fruto del Espíritu 5 - Amabilidad

Hola a todos. Hace casi un mes vengo publicando una serie de reflexiones basadas en una charla que me tocó dar, sobre cómo desarrollar vidas que den fruto. La idea estuvo inspirada desde el principio en repensar cómo entendemos el pasaje sobre el fruto del Espíritu, bastante conocido, que suele enseñárselo desde el punto de vista de las conductas, sin tener en cuenta la experiencia real personal con cada uno de estos temas, y las cuestiones emocionales que están implicadas en ellos.

Al principio, traté de aclarar qué no era y qué sí era una vida fructífera, y planteaba que no se trata de ser exitosos, ni de ser perfectos, ni de cumplir con una serie de pautas o normas, sino que, como creo que nos muestra Eclesiastés 3:12-14, se trata de tener vidas en las que hagamos el bien y a la vez seamos dichosos, disfrutemos, encontremos placer en la vida. Esto es lo que Dios quiere para nosotros, no sólo ahora sino por toda la eternidad, y si logramos esto, "no hay nada que añadirle ni quitarle", eso es la plenitud de la vida (independientemente de que vengan momentos malos, tengamos situaciones difíciles, y demás, como ya hablamos en la reflexión pasada). El objetivo de Dios con esto es que su nombre sea exaltado y que su hermoso carácter sea conocido, a través de nosotros, en todos lados, por todos.

El pasaje de Gálatas 5:22-23 dice que "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio". Si es fruto del Espíritu, quiere decir que es Dios el que lo produce en nosotros, por lo cual no depende enteramente de nuestro esfuerzo, él determina el ritmo de ese desarrollo. Sin embargo, tenemos la responsabilidad de cuidar y cultivar ese fruto para contribuir a su crecimiento. Y para esto, necesitamos pensar qué cosas traban el desarrollo de cada característica del fruto y qué podemos hacer para destrabarlo.

Hoy quiero hablar de un tema muy importante, y muy cargado de significados, no todos sanos. El tema es la amabilidad. Quiero empezar por decir lo que desde el panorama general que nos presenta la Biblia no es la amabilidad. Primero, amabilidad no es aceptar todo o estar a disposición de todo lo que los demás quieran. Es decir, amabilidad no es igual a complacencia. Casi que la complacencia es una forma de no ser tan amable, después voy a hacer un comentario sobre esto. Amabilidad no es tampoco no enojarse, y tampoco es no llorar. No sé si alguna vez escucharon a una madre decirle a su hijo o hija "no llores, sé amable con tu mamá/papá/abuela/tío/etc". Tal vez nosotros mismos lo dijimos y estamos de acuerdo en el fondo. Pero eso no es amabilidad.

La palabra original que aparece en este pasaje es CHRESTOTES, que se usa para hablar de algo que es constructivo, útil, excelente, que aporta algo bueno. El apóstol Pablo nos da una indicación muy linda al respecto:

"Siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, en especial a los de la familia de la fe" (Gálatas 6:10).

O sea que el tema parecería venir por el lado de edificar al que tengo al lado, tener un trato constructivo hacia él o ella. Relacionarme de una forma que sea útil y aporte cosas buenas al otro. En definitiva, la invitación que nos hace la Biblia es a tener buen trato entre nosotros, buscando siempre construir, siempre mejorar las cosas, siempre enriquecer y siempre bendecir.

#Amabilidad es tener buen trato hacia los demás, cuidarlos en nuestro trato, respetarlos.

Lo contrario del buen trato, y en este caso sí es algo que está mal, aunque no debemos desesperar si este es el caso (porque tiene solución), es el maltrato, y el extremo de eso es el abuso. Si nuestro trato hacia los demás tiende a dañarlos o perjudicarlos, no estamos dando fruto con sabor a buen trato, y necesitamos revisar nuestra vida y trabajar lo que tengamos que trabajar para poder darles a los demás lo mejor de nosotros. Insisto: el maltrato, desde sus formas más suaves y sutiles hasta las más abusivas, está mal. Y ahora vamos a ver por qué. Pero no hay que desesperar, porque Dios igual nos recibe y nos acepta, y quiere trabajar con nosotros para que podamos sanar y aprender a tratar bien a los demás.

Lo que tenemos que tener en cuenta con este tema es la verdad fundamental del ser humano según la Biblia: fuimos creados a imagen de Dios (Génesis 1:27). Eso implica muchas cosas, pero una de ellas es que tenemos un valor esencial como seres humanos, un valor que nada puede quitarnos, porque es parte de la definición misma del ser humano desde el día que Dios lo creó. Es decir, al hacernos a su imagen, Dios nos dio valor, tanto valor como se da a sí mismo, podríamos pensar. Nos ama tanto como se ama a sí mismo, y nos valora tanto como se valora a sí mismo.

Alguno podría decir, "bueno, pero después desobedecimos a Dios y la imagen de Dios se rompió en nosotros, y ya no tenemos su imagen, por lo tanto ya no somos valiosos, somos un desecho de lo que en aquel día fuimos, y merecemos lo peor". NO. Un contundente y rotundo NO. Génesis 9:6 (mucho después de la desobediencia de Adán) lo establece claramente: "si alguien derrama la sangre de un ser humano, otro ser humano derramará la suya, porque el ser humano ha sido creado a imagen de Dios mismo". En otras palabras, las personas no se tocan. Con las personas no se juega. Es la creación más preciada del Señor (Salmo 8:4-8). El apóstol Santiago también lo entendía perfectamente cuando se quejaba de que "con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios" (Santiago 3:9). Finalmente, hasta Dios mismo, hablando por medio del profeta Isaías, es bien claro al respecto: "a cambio de ti entregaré hombres; ¡a cambio de tu vida entregaré pueblos! Porque te amo y eres ante mis ojos precioso y digno de honra" (Isaías 43:4).

Dicho todo esto, creo que queda bastante claro por qué es tan importante el buen trato entre nosotros. Cada vez que tratamos a alguien, Dios se siente tocado, o tratado. Si lo tratamos mal, estamos en cierta forma tratando mal a Dios. Si lo tratamos bien, estamos tratando bien a Dios. "Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí" (Mateo 25:45). Y esto no depende de qué tan "pecador" sea alguien. Todos merecemos buen trato. Por supuesto que un asesino no puede andar suelto y recibiendo buen trato porque nos viene a matar. Pero no porque merezca maltrato, sino porque es peligroso y tenemos que proteger al resto de las personas de él. Voy a volver sobre este punto al final.

Ahora, la pregunta que deberíamos hacernos es, en el caso de que alguno de nosotros tenga problemas para tratar bien a otros, ¿de dónde vienen esas trabas? ¿Por qué nos cuesta? Y las formas de maltrato son muchas: hablar por encima del otro, decirle cosas feas (aunque para mí no lo sean), y no sólo me refiero a insultos, desmerecer al otro, rebajarlo, hablar mal de sus capacidades, hablar mal de cualquier aspecto de su persona en realidad, sea en su presencia o en su ausencia. Y con esto no quiero decir que a veces no haya que confrontar a alguien con sus defectos o errores, o que no se pueda comentar con otros lo que pienso sobre alguien. Pero siempre con el respeto que esa persona merece, y la convicción de que esa otra persona es tan valiosa como yo, y que no es peor que yo, ni merece malos tratos.

Las trabas que solemos tener pueden venir de muchos lados, pero podríamos dividirlas en dos grupos: por un lado, límites dañados de nuestra persona. Cuando éramos chicos, o incluso de más grandes, estuvimos expuestos de manera recurrente a situaciones donde nuestros deseos, nuestra persona, nuestros pensamientos o lo que sea no fueron respetados. Es decir, no respetaron nuestro "no". Cuando decimos que no, ponemos un cerco entre nosotros y la otra persona, como diciendo, bueno, ahí estás vos, y está bárbaro, pero yo estoy acá, este es mi territorio y eso que traés no me gusta para mi jardín. Si todo el tiempo nos rompieron la cerca y traspasaron nuestros límites, seguramente fuimos volviéndonos resentidos, y siempre estamos esperando que el otro vaya a traspasar nuestros límites. Estamos como un país que fue invadido muy seguido por mucho tiempo: las defensas al máximo, armados y esperando siempre un ataque.

En otras palabras, tenemos un enojo profundo, una ira acumulada que sale siempre que tiene oportunidad. No quiere decir que siempre sale toda, muchas veces sale de a poquito, en determinadas formas de burla (que solemos camuflar con la excusa de que "es un chiste, nada más, no te lo tomes a mal"), en formas de menospreciar a otros, en formas de despreciar a otros, en insultos, o en mal temperamento. A veces, el problema pasa a mayores. Si tenemos brotes de ira, puede también venir de acá. Si tenemos alguna forma de conducta abusiva (y mejor empezar a aceptarlo desde ahora, y escuchar a todas esas personas que por ahí nos lo dijeron y nosotros ignoramos o atacamos), también puede que venga de acá. Y no te olvides que Dios te sigue queriendo y considerando exactamente igual de valioso si este es tu caso. El punto es que tal vez fui maltratado yo, y tal vez incluso llegué a creer que merezco ser maltratado. Tal vez cuando vi ese pasaje de mi valor como persona sentí una profunda resistencia a creerlo porque aprendí que yo no valgo tanto, o que no valgo nada. Pero parece que Dios opina distinto.

Por otro lado, puede que en nuestra familia, o en algún entorno en el que pasamos mucho tiempo (por ejemplo, la escuela), aprendimos formas disfuncionales de relacionarnos con otros, es decir, formas que no responden al correcto funcionamiento de las relaciones humanas sanas. Aprendimos que el maltrato es la forma de relacionarnos con otros, a veces con malos tratos más suaves (la forma de relacionarnos es burlarse, la forma de relacionarnos es mentirnos, la forma de relacionarnos es imponiendo nuestro deseo y compitiendo con los demás), o a veces con malos tratos más serios (la forma de relacionarnos es a los empujones, o a los gritos, o a los insultos). Lo cierto es que en cualquier caso, es algo que aprendí y que incorporé como lo natural, al punto que cuando otros lo hacen conmigo no me molesta, ya ni lo siento, es lo natural. Llegué a creer que merezco ese mal trato, también. O que así es la vida. Tal vez no conozco otra cosa.

Cualquiera sea su origen, la pregunta que por ahí a esta altura nos podemos hacer es, ¿cómo hago para salir de ese círculo de malos tratos, y desarrollar el "sabor" del buen trato en mi fruto? ¿Cómo hago para pasar de tener formas dañinas, perjudiciales o destructivas de tratar a otros a tener formas constructivas, lindas y amables de hacerlo?

Primero que nada, muchas veces necesitamos hablar con alguien de lo que sentimos, sacar afuera toda esa ira de forma sana, con alguien que no la dispare, digamos, y empezar a entender un poco nuestra historia con los malos tratos. Si es simplemente algo que tengo naturalizado, necesito primero desnaturalizarlo, dejar entrar las verdades bíblicas con las que empezaba esta reflexión. Dios nos hizo a su imagen, y nos dio un valor incalculable. A mí, y a los demás. No podemos tratarnos como se nos antoja. No es "sólo un chiste". El maltrato es maltrato. Punto.

Una regla de oro que nos da la Biblia para aprender a tratar mejor a los demás, es pensar en lo siguiente, meditar en esto, darle vueltas al asunto: "en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes" (Mateo 7:12). Por supuesto, esto funciona una vez que creí las verdades sobre cómo quiere Dios que nos tratemos, una vez que entiendo que yo no merezco malos tratos. Porque entonces puedo empezar a desear para mí mismo buen trato, y empezar a tratar a los demás como ahora quiero que me traten a mí. Pero esta regla es útil. Esta forma en la que estoy tratando a esta persona, ¿es la forma en la que me gustaría que me traten? ¿Me gustaría que hagan esto conmigo? En una situación así, ¿querría yo recibir una respuesta como esta?

Por lo general pensamos en estas cosas cuando ya tratamos mal al otro. Y está bien. Siempre hay tiempo para pedir perdón, y es importante, porque justamente nos ayuda a desnaturalizar el maltrato. Si le pido perdón, grabo en mi cabeza esa sensación de haber hecho algo mal, y mi cabeza empieza a trazar conexiones nerviosas nuevas al respecto. Y esto es real. Por supuesto que si puedo darme cuenta antes del maltrato, mejor; puedo recalcular la ruta y tratar a la persona de otra forma antes de que el mal trato salga de mí.

Otra cosa muy importante es prestar atención a lo que otros nos dicen sobre nuestro trato, dejarnos confrontar. "El que corrige al burlón se gana que lo insulten; el que reprende al malvado se gana su desprecio. No reprendas al insolente, no sea que acabe por odiarte; reprende al sabio y te amará. Instruye al sabio, y se hará más sabio; enseña al justo, y aumentará su saber" (Proverbios 9:7-9). ¿Queremos ser como el burlón, como el malvado, como el insolente o como el sabio? El desafío de Gálatas 5:22 es ser como el sabio, que escucha la reprensión, es decir, la confrontación, especialmente de los que más cerca están (que son los que más nos conocen, y también los que más se ven afectados por nuestras conductas ásperas), y aprende, cambia de rumbo. El mejor espejo de mí, es el otro. Si el otro me confronta con algo, tal vez haya algo de verdad, y algo que necesite cambiar, especialmente si me lo dice varias veces. No despreciemos ni ataquemos al que nos confronta, al revés, abramos nuestro corazón para mostrarle lo débiles que su confrontación nos hace sentir, y dejemos entrar la corrección para volvernos más amables.

Es importante también tratar de rodearnos de gente amable. Así como por estar en ámbitos en los que los malos tratos son costumbre, los incorporamos, lo mismo pasa con los buenos tratos. Tratemos de alejarnos un poco de los grupos que se relacionan a través del maltrato (no siempre es tan fácil dejarlos, porque pueden ser nuestra propia familia o grupo de amigos más cercano, pero es importante limitar nuestra exposición a esas relaciones), y pasemos más tiempo con gente de buen trato. "No te hagas amigo de gente violenta, ni te juntes con los iracundos, no sea que aprendas sus malas costumbres y tú mismo caigas en la trampa" (Proverbios 22:24-25). Por lo general, al distanciarnos, a esas personas les estamos haciendo un bien, porque si varios lo empiezan a hacer, se van a dar cuenta de que algo anda mal con ellos mismos, y tal vez, sólo tal vez, logren ver que es un problema del trato, y puedan cambiar, y vivir ellos también vidas, en definitiva, más sanas, y por lo tanto más fructíferas.

Es importante para todo esto, obviamente, salir del automático, animarme a revisar cómo fui tratado yo, qué formas de trato aprendí a lo largo de mi vida, para poder decir "no, esperá, yo no quiero ser así, esto no está bien, yo no lo quiero reproducir en mi vida". Tenemos que desaprender el maltrato para aprender el trato que Dios quiere: "con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:22-24).

Recordemos que nuestro valor como personas no está en duda, ni está en juego, ni siquiera aunque seamos personas que maltratan. Nuestro valor ya está garantizado. Por lo tanto, no permitamos que traspasen nuestros límites, aprendamos a decir que no. Si no lo aprendimos, es posible que al principio nos salga de formas bruscas. Está perfecto, es parte del proceso. Sepamos que es importante que eso cambie, pero permitámonos ese margen de brusquedad al principio. Pero digamos que no, para poder decir que sí a lo que sí queremos, en este caso, el buen trato. Digamos que no a lo que no queremos. No dejemos que abusen de nuestro tiempo, de nuestra energía, de nuestro amor. Demos nuestro amor libremente. Para eso, a veces vamos a necesitar recuperar nuestra libertad, si siempre transgredieron nuestros límites. Si ya tenemos edad para esto, si somos ya adolescentes, jóvenes, adultos, empecemos a preguntarnos qué queremos realmente para nuestra vida y, con la mayor amabilidad que podamos, decirle a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros primos, a nuestros amigos, "no, esto no me gusta, yo en mi vida no quiero esto".

Y demos la libertad también a los demás para decirnos que no a nosotros, aceptando que decir que no es una forma de amar, porque si puedo ser sincero con mi "no", mi "sí" va a ser sincero también. Si no, digo que sí para complacer, para no tener que decir que no, y evitar así "ser un problema" para el otro. Por eso decía que complacer no es ser amable, sino incluso es lo contrario. Complacer es, aunque suene fuerte y un poco duro, una forma de manipular al otro para que me quiera. Te digo que sí, porque si no, no me querés. Es preferible que no me quiera, si así son las cosas, porque en el fondo, alguien que no respeta mi "no", está queriéndome a medias (aunque tenga las mejores intenciones de quererme). Hagamos valer nuestro "no", y valoremos el "no" de otro, para que todos podamos cumplir lo que nos pidió Jesús, "cuando ustedes digan "sí", que sea realmente sí; y cuando digan "no", que sea no" (Mateo 5:37).

Entonces, para resumir, la amabilidad es el buen trato. Todos nosotros fuimos creados a imagen de Dios, y eso nos da un valor esencial como personas, que es innegociable. Merecemos ser bien tratados, y necesitamos aprender a tratar bien a los demás. Muchas veces aprendimos malos tratos porque nos criamos o vivimos mucho tiempo expuestos a ambientes donde esa era la norma; necesitamos desaprenderlos y practicar nuevas formas de tratar. Otras veces fuimos traspasados e invadidos de muchas formas, más sutiles o más evidentes, y necesitamos aprender a decir que no, para aplacar la ira que tenemos guardada y escondida y que a veces nos impide tener buen trato. De esa forma, vamos a poder edificarnos unos a otros, y tener vidas que impacten a nuestro alrededor de manera hermosa, llenando todo de fragancia de Cristo (2 Corintios 2:14).

Que el Dios de amor, que nos creó a su imagen y nos dio un valor absoluto e incalculable como seres humanos, nos ayude a sanar nuestras experiencias de maltrato y nos enseñe cómo tratarnos unos a otros de manera que sea constructiva, y que nos potencie, para que entre todos podamos hacernos la vida cada vez un poco más linda y placentera. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

Algunos libros de referencia:
- Henry Cloud, Cambios necesarios, Editorial Vida (2010).
- Henry Cloud, Cambios que sanan, Editorial Vida (2003).
- Henry Cloud & John Townsend, Límites, Editorial Vida (2006).
- Henry Cloud, Integridad, Editorial Vida (2008).
- Anselm Grün, Límites sanadores, Bonum (2005).
- María Elena Mamarian, Esperanza en medio de ilusiones perdidas, Ediciones Kairós (2008).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Querés compartir tus propias reflexiones sobre el tema?