lunes, 19 de septiembre de 2016

El fruto del Espíritu 6 - Bondad

Hola a todos. El mes pasado empecé a publicar una serie de reflexiones basadas en una charla que tuve la oportunidad de dar, relacionada con el tema de dar fruto. Había planteado el tema de dar fruto como una combinación de hacer el bien y alegrarse, como lo propone Eclesiastés 3:12-14. En realidad, es Dios el que produce en nosotros este fruto, él es quien lo diseñó así, y lo produce a través de su Espíritu. Por eso Gálatas 5:22-23 dice que "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio". Por lo general se usa este pasaje para mostrar cómo deberíamos comportarnos, y los cristianos tratamos de adaptar nuestras conductas para ajustarnos a esas características, sin darnos cuenta de que estas no son conductas, formas de hacer, sino formas de ser.

Por eso, lo que planteé desde el principio fue que si queremos desarrollar más este fruto necesitamos trabajar con lo más íntimo de nuestra persona, revisar nuestra vida para encontrar qué nos traba en cada una de esas características del fruto, y reparar lo que haya que reparar para destapar el fluir del Espíritu en nosotros y que dé fruto. Si lo tratamos de forzar por nuestros propios medios, solemos irnos al extremo opuesto: nos descuidamos nosotros mismos por cuidar a otros, ignoramos o escondemos nuestras tristezas para estar alegres siempre, etc. En cambio, si logramos respondernos por qué no nos sale ser así, podemos encontrar herramientas que nos ayuden a tratar con la raíz del problema.

El tema de hoy es la bondad. Creo que es un tema sobre el que podemos llegar a tener un poco de confusión, porque la palabra "bueno" se usa para demasiadas cosas. Empecemos por pensar qué no es la bondad. Bondad no es conformar a todos. Generalmente nos dicen que somos buenos cuando están contentos o conformes con nosotros, o cuando complacemos a alguien. Pero eso no es exactamente la bondad. Bondad no es tampoco ser tranquilo, no enojarse nunca o dejarse pisar. Como cuando alguien dice "es demasiado bueno, siempre se deja pisar", o "es re bueno, nunca se enoja". Bondad no es perfección, y esto tenemos que entenderlo. Ser bueno y ser perfecto son dos cosas diferentes.

La palabra que se usa para "bondad" acá es AGATHOSUNE, que tiene que ver por un lado con la virtud y por otro lado con el bienestar. No sé si ya a esta altura les resuena con algo que había planteado desde el principio: una de las caras de las vidas fructíferas es "hacer el bien", leíamos en Eclesiastés. El apóstol Pablo nos da otra pista sobre qué es hacer el bien:

"Al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo" (Efesios 4:15).

La verdad, en este contexto y entendida desde el punto de vista bíblico, son los valores de Dios, el modelo justamente de Jesús. Él mismo dijo, "yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6), y también dijo, orando al Padre, "tu palabra es la verdad" (Juan 17:17). Entonces, la bondad tiene que ver con vivir en la palabra de Dios y en el ejemplo de Jesús.

+Bondad es vivir los valores de Dios con naturalidad, y libremente.

La bondad es equivalente a la salud espiritual, o a lo espiritualmente sano. Las dos cosas son en realidad una misma cosa. Lo contrario, por supuesto, es la maldad, y por lo tanto, lo espiritualmente insalubre o enfermo. Esta característica del fruto entonces tiene que ver con tener en nuestra vida una forma de vivir que esté en línea con la propuesta de Dios para la vida humana, valorar lo que Dios valora, rechazar lo que Dios rechaza, vivir lo más parecido posible a como Jesús vivió. Acá, uno podría pensar "bueno, entonces soy bueno, no robo, no mato, no cometo adulterio". Sin embargo, la bondad y la maldad, como todas las demás cosas de las que vengo hablando en esta serie, son un problema del corazón. Es ahí donde vamos a encontrar las trabas que tenemos para desarrollar bondad. "Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad" (Marcos 7:21-22).

La primera traba que tenemos, precisamente, es el pecado, y esta nos excede ampliamente. Nacemos con la disposición a hacer las cosas a contramano de Dios, porque esa es nuestra herencia desde Adán. Esto es importante entenderlo. No es que cuando somos malos aparece el pecado, sino que es al revés: como nacemos con el pecado a cuestas, lo malo nos sale fácilmente. En otras palabras, nacemos espiritualmente enfermos. También aprendemos lo malo de nuestra familia y de nuestra cultura. Incluso las personas con las mejores intenciones (por ejemplo, nuestros padres, si son bienintencionados), nos enseñan cosas malas, cosas que no se corresponden con lo que Dios quiere enseñarnos, o con cómo Dios nos diseñó para vivir. La cultura, la sociedad que nos rodea, también; tiene formas de hacer las cosas que muchas veces van a contramano de lo que Dios nos enseña, y por lo tanto, a medida que la cultura que nos rodea nos va formando, nos imprime ciertas formas malas de actuar y pensar, malas en el sentido que vengo diciendo: contrarias a Dios, y por lo tanto, objetivamente insalubres.

Esto es importante entenderlo, porque obviamente tenemos grabada a fuego la imagen que nuestra familia y nuestra cultura nos transmitieron sobre qué es bueno y qué es malo. Necesitamos entender cuanto antes que lo bueno y lo malo no son cosas relativas sino absolutas. Lo que Dios dice que es bueno, es bueno; lo que Dios dice que es malo, es malo. Y si no lo entendemos, vamos a vivir preguntándonos por qué pasa lo que pasa, en nuestra vida o alrededor, y hasta angustiándonos por no poder entenderlo. Las cosas malas pasan porque rechazamos a Dios y la humanidad se volvió espiritualmente enferma. Vivimos en un mundo caído. Caído de ese plan original de Dios, que era bueno. Ese es el primer origen de la maldad, la primera traba que tenemos para desarrollar bondad en nuestra vida. La primera traba que tenemos para poder vivir la verdad de Dios.

Por otro lado, a veces simplemente ignoramos qué es lo bueno. Tal vez a veces ni siquiera nos preguntamos qué es lo bueno. Vivimos nuestra vida según nuestros propios parámetros, según lo que nosotros mismos creemos que es bueno o malo, porque nuestra experiencia nos demuestra que eso es bueno o es malo, pero muchas veces perdemos de vista que nuestra percepción es muy limitada. Dios mismo nos dejó dicho, "mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes" (Isaías 55:9). Él mira el camino desde mucho más arriba que nosotros, y por eso sabe mejor que nosotros qué es lo que conviene y qué es lo que no. Y por otro lado, él creó todo; él es el que sabe cómo las cosas funcionan. Y además, lo creó en parte para disfrutar de su creación, por lo tanto, lo que no funciona como él planeó, le disgusta. Nosotros, sin embargo, vivimos, obviamente, centrados en nosotros mismos, pensamos la vida como si el ser humano fuera el centro, y no nos preguntamos "qué es lo que Dios querrá en una situación como esta", o "con este tema", o "con esta área de la vida". Entonces, no podemos ser buenos; simplemente porque no sabemos qué es lo bueno (porque no lo averiguamos y ni siquiera nos lo preguntamos). Incluso puede pasar que estemos tan acostumbrados a manejarnos de determinada manera que terminamos asumiendo que eso que es bueno para nosotros es también lo bueno desde el punto de vista de Dios, en lugar de revisar si es así o no.

Finalmente, muchas veces estamos demasiado cómodos para poder descubrir qué es lo bueno. Cómodos no quiere decir que estemos realmente bien, que nos sintamos realmente bien. Cómodos significa más bien que no reflexionamos sobre nuestra propia conducta y sobre nuestra propia vida. Vivimos irreflexivamente, como en modo automático, yendo de un lado a otro, resolviendo las cosas a medida que se presentan, sin detenernos a pensar, a mirar "desde fuera" nuestra vida para ver cómo estamos viviéndola. En este sentido, vivimos como necios, y no como sabios (Efesios 5:15). Al no pensar en lo que hacemos o vivimos, o en lo que sentimos, o en lo que creemos u opinamos sobre la vida, ni siquiera surge la posibilidad de preguntarnos qué es bueno y qué no. O nos lo preguntamos en el momento en que surge algo, cuando la presión de la situación hace difícil que lo podamos determinar con claridad. Terminamos haciendo a veces una cosa, a veces otra, o simplemente andando por la vida sin importarnos qué clase de efecto tienen nuestras acciones y decisiones.

Por supuesto que, y quiero insistir en esto, incluso aunque sí sepamos lo que es bueno, no siempre nos va a salir, porque el pecado nos tira para lo malo, constantemente. Es importante entender esto. Igual que con las demás características del fruto, lo importante es poder ver cuándo estoy viviendo más cerca o cuándo más lejos del modelo que Dios nos propone, y poder pensar de dónde viene.

También es importante entender que si mi confianza en Dios está en crisis por algún motivo, es muy posible que mi manera de vivir refleje menos sus valores. Pero eso es tema de la próxima publicación. Por ahora, asumamos que nuestra fe está en condiciones pero nuestra vida no lo refleja. Entonces, la pregunta es, ¿cómo hacer para crecer en bondad? ¿Cómo se puede hacer para desarrollar más este "sabor" del fruto?

En primer lugar, por supuesto, es importante preguntarme cuánto creo que Dios quiere lo que es bueno, que Dios es un Dios bueno. Es decir, preguntarme si realmente lo siento así. Si no, ahí es otra característica la que tengo que trabajar, no tanto la bondad. Pero si creo que Dios es bueno, hay algunas cosas que se pueden hacer.

"Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría" (Colosenses 3:16). Es importante que podamos acompañarnos entre nosotros en el camino de hacer el bien, porque el fruto que Dios desarrolla en nosotros no lo diseñó de manera solitaria sino comunitaria. Se supone que seamos una comunidad (idealmente, que lleguemos a ser una humanidad) que haga el bien, y que dé fruto en el mundo. Tal vez por eso Dios nos alienta a que "no dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros" (Hebreos 10:25). Es más fácil crecer en bondad si me junto con otros que también están creciendo en bondad, y que pueden aconsejarme y animarme desde la palabra de Dios. Y acá tenemos que entender que las personas que no creen en Jesús van a darnos muchas veces consejos muy útiles y prácticos, pero no necesariamente buenos. Porque no creen en la palabra de Dios, y por lo tanto no se basan en ella. Siempre tenemos que contrastar lo que nos aconsejen con la palabra de Dios, o el modelo de vida de Cristo, o asegurarnos que la persona de la que viene es una persona que ama a Dios y tiene su vida arraigada en su verdad.

"Al necio le parece bien lo que emprende, pero el sabio atiende el consejo" (Proverbios 12:15). Por supuesto, de nada me sirve rodearme de personas de bien (en el sentido que vengo diciendo, personas que viven en la palabra de Dios y en el modelo de Jesús), si no estoy dispuesto a escuchar no sólo sus consejos y palabras de ánimo, sino también su corrección e instrucción. Si no escucho lo que me enseñan sobre la base de la Biblia, porque me suena feo, o porque contradice lo que yo pienso que está bien, es poco probable que pueda crecer en bondad. Lo mismo si ignoro lo que me dicen sobre mi manera de vivir. Si mis amigos me corrigen algo porque les parece que estoy haciendo mal, y yo ni siquiera lo considero, me estoy perdiendo una oportunidad de oro de crecer en bondad, de aprender a hacer el bien. Necesitamos escuchar cuando alguien nos dice que estamos haciendo algo mal, y sobre todo si es sobre la base de la enseñanza bíblica, y obviamente, si es con amor. Las personas que nos quieren nos corrigen para que estemos mejor. Seamos sabios, recibiendo esas correcciones y valorando a esas personas por dárnoslas.

"Somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica" (Efesios 2:10). Originalmente, habíamos sido creados para hacer el bien. Era parte de nuestra esencia y de nuestro propósito. El pecado distorsionó esto, pero en Cristo volvemos a nacer para ese propósito original. Dios dispuso de antemano, desde la creación del mundo, que andemos por sus caminos, que practiquemos el bien. Por eso es importante que nos informemos sobre qué es el bien desde el punto de vista de Dios, porque su punto de vista sobre esto es el definitivo. Y nuestro propósito en la vida está en juego. Nunca vamos a sentirnos del todo plenos hasta que no sintonicemos con el bien, con el proyecto de Dios, y nos pongamos en marcha en el camino de practicarlo. Y obviamente, practicarlo es practicarlo: entrenarnos para el bien. Ejercitar los valores de Dios, para que se nos vayan grabando y vayan saliendo cada vez más naturalmente. Meditar en esas cosas, reflexionar, pensar qué es lo bueno, leer la Biblia y quedarnos pensando en ella, en lo que nos enseña, en las cosas con las que nos confronta. Este es el camino para crecer en bondad. "Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra" (2 Timoteo 3:16-17).

En fin, la bondad es hacer las cosas a la manera de Dios, y para conocer esa manera tenemos por un lado la Biblia, por otro lado el ejemplo mismo de Jesús, y por otro lado la comunidad de fe, siempre y cuando los valores del reino de Dios sean la base de la vida de esa comunidad, o por lo menos tengan esa importancia. Si ignoramos lo que la Biblia nos enseña, o no conocemos a Jesús, o no compartimos con otros nuestra fe, es muy difícil que podamos conocer o poner en práctica esas obras de bien para las que además fuimos creados, y por lo tanto es muy probable que la bondad se vaya desdibujando o apagando en nosotros, hasta quedar al mínimo. O en el mejor de los casos, nos terminamos fundiendo con nuestra cultura y adoptando su estilo de vida, mezclando lo bueno con lo malo. Si esto pasa, nuestras vidas no van a poder dar todo el fruto que podrían dar, y tampoco vamos a encontrarle tanta belleza y placer a la vida como podríamos. Recordemos la observación que hace el autor de Eclesiastés: "nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva" (Eclesiastés 3:12). Por supuesto, Dios nos acepta más allá de lo que hagamos, si tenemos nuestra fe depositada en él. Si nos damos cuenta de que no estamos viviendo la vida como a él le gustaría, no desesperemos; simplemente giremos el timón, recalculemos la ruta y esforcémonos por aprender y practicar el bien.

Que el Dios bueno, creador de todas las cosas, haga nacer en nosotros el deseo de hacer el bien, de vivir según su palabra y el ejemplo de su Hijo, para que podamos reflejar su belleza y bondad, hacer que su luz brille a nuestro alrededor y colaborar en la obra de restauración que él está llevando a cabo en el mundo. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Querés compartir tus propias reflexiones sobre el tema?