martes, 12 de noviembre de 2013

La creación - Día 2: el firmamento

Hola a todos. La vez pasada empecé con esta serie de publicaciones sobre la creación, y sobre lo que ella tiene para decirnos acerca de Dios y acerca de la vida de los creyentes. Prestemos especial atención a lo que tiene para decirnos hoy, que no es poco. Recordemos que la misma creación nos habla de Dios, y que sus atributos invisibles, como dice Romanos, se ponen de manifiesto en la naturaleza.

"Y dijo Dios: «¡Qué exista el firmamento en medio de las aguas, y que las separe!» Y así sucedió: Dios hizo el firmamento y separó las aguas que están abajo, de las aguas que están arriba. Al firmamento Dios lo llamó «cielo». Y vino la noche, y llegó la mañana: ese fue el segundo día".
(Génesis 1:6-8)

Un montón de veces pasé por este pasaje sin detenerme en él, y jamás habría pensado que iba a poder encontrarle tantas implicaciones. En primer lugar, quiero hacer una observación: llamamos "firmamento" al cielo. No sé si alguna vez se pusieron a pensar en eso, pero yo no lo había hecho. "Firmamento" tiene que ver con aquello que permanece firme, y resulta que le pusimos ese nombre al cielo. No a la tierra, no al agua, sino al cielo.

Es que si lo pensamos, el cielo es lo más firme que hay en la creación, incluso más que la tierra. La tierra cambia por la acción de los vientos y de las aguas. Se modifica su forma, la composición del suelo, entre otras cosas. Pero el cielo permanece firme. De hecho, si sacáramos las nubes el cielo se vería prácticamente igual desde cualquier parte del mundo.

En otra versión aparece el firmamento como la "expansión", que es más cercano a la traducción literal de la palabra original. Basta con mirar al cielo para entender por qué el texto habla de una "expansión". Pareciera como si fuera un espacio libre que se extiende indefinidamente. Si pensamos en el espacio, fuera de la atmósfera, esto es mucho más evidente.

Entonces, ¿qué nos enseña todo esto sobre Dios? Salmos 19:1 dice que "los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos". Lo que yo veo es que Dios es lo único firme que podemos encontrar en esta vida, de la misma manera que el cielo es lo único firme que encontramos en la creación. La tierra, y la vida en ella, cambian. Si vivimos con la mirada puesta en la tierra, nuestra vida, y nuestra manera de entenderla, cambian a medida que cambia ella. Si las circunstancias cambian, nuestro punto de vista cambia, nuestra cosmovisión cambia. Por eso, a medida que nos alejamos de Dios, los valores absolutos que él nos propone se van perdiendo en nosotros.

Pero Dios nos invita a mirar al cielo, a fijar nuestra vista en él. "Confíen en el Señor para siempre, porque el Señor es una Roca eterna" (Isaías 26:4). Esto tiene un efecto en nosotros que también tiene que ver con el cielo: nos hace libres. Si lo pensamos, el cielo es el espacio más libre que hay en la creación. Por supuesto, el cielo no es el vacío, aunque sí el espacio. Pero desde el punto de vista de lo que es sólido, es la extensión más grande de espacio libre. Esto me parece muy significativo: la mayor extensión de espacio libre es al mismo tiempo lo más sólido, es decir, lo que más firme permanece.

Por eso, si fijo mi mirada en el cielo, no sólo me afirmo sobre una base segura, sino que me libero de los efectos del cambio de las circunstancias en la tierra. Puedo pensar como creo mejor, vivir como creo mejor y hacer las cosas que me proponga a pesar de que las circunstancias cambien a mi alrededor, porque la base de mi acción está en el cielo.

Para esto, tengo que estar, insisto, firmemente aferrado al cielo, anclado al cielo. La biblia dice que "tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre" (Hebreos 6:19-20). Nos conecta, en definitiva, con esa libertad que él mismo nos anunció. Es nuestra ancla al cielo lo que nos hace libres. Mientras nuestra mirada, mientras nuestra cosmovisión, nuestra forma de entender el mundo, esté anclada a la tierra, jamás vamos a ser libres, porque vamos a estar atados a las circunstancias que vivimos en esta tierra. El cielo está por encima de eso, trasciende a las circunstancias. Por eso permanece firme, y por eso nos hace libres.

Entonces, la libertad y la firmeza van de la mano. El cielo es ambas cosas, libertad y firmeza. Esta firmeza tiene que ver con la obediencia a Dios, con respetar y observar los valores inmutables que él nos propone. Los tiempos cambiaron, y tal vez la forma que toma la aplicación de esos valores puede haber cambiado, pero los valores siguen siendo los mismos, porque Dios no cambia, y creo que eso quiso enseñarnos al crear el cielo. De hecho, decimos, y la propia escritura dice, que Dios está en los cielos. Seguramente no se refiera al cielo material, el que cubre este mundo. Pero indudablemente nos está diciendo que Dios habita allí donde todo permanece firme, donde todo es eterno, donde las circunstancias no cambian: en la eternidad, en el dominio de lo espiritual.

Entonces, si la firmeza tiene que ver con la obediencia a Dios, no existe verdadera libertad sin obediencia a Dios, porque esta firmeza es lo que me hace libre. Si no observo los valores inmutables de Dios, voy a observar los valores cambiantes del mundo. No existe tal cosa como "seguir mis propios valores libremente", porque siempre voy a estar influido por alguien más, consciente o inconscientemente. Por mi parte, prefiero absolutamente elegir de manera consciente seguir los valores trascendentes de Dios y ser libre de las circunstancias que me rodean.

Por supuesto, quiero hacer una aclaración: aunque tengamos la mirada puesta en el cielo, vivimos en la tierra, y esto tenemos que entenderlo, porque ambos forman parte de la misma creación. Si Dios hubiera querido que solamente viviéramos en el terreno de lo que no se modifica, viviríamos en el cielo. Pero vivimos en la tierra, desde mucho antes de la caída. Entonces, Dios quiere que vivamos en la tierra, que trabajemos en esta tierra, creando, cultivando, disfrutando. La mirada tiene que estar en el cielo, pero los pies en la tierra. No podemos hacer de cuenta que las circunstancias cambiantes no existen, o que está todo bien porque nuestro ancla está en el cielo. Eso nos mantiene seguros, y nos permite seguir adelante y permanecer firmes a pesar de las circunstancias, pero ellas siguen estando ahí.

Digo esto porque a veces tendemos a ocultar de nosotros mismos que las cosas no son como quisiéramos que fueran, o como deberían ser. Dios nos habla muchas veces de un mundo perfecto, y tenemos que conservar esa esperanza de que las cosas un día van a ser como deberían, ideales, perfectas, pero sin olvidarnos de que todavía no es así. Si no acepto mi propia realidad no-ideal, difícilmente pueda trabajar sobre ella para hacerla un poco más ideal.

Entonces, vivimos con los pies firmes en la tierra, pero la mirada firmemente puesta en el cielo, nuestra ancla aferrada en una manera trascendente de ver el mundo, según parámetros que no cambian con las circunstancias. Esta obediencia firme a nuestro Dios es lo único que puede hacernos libres, para vivir una vida plena, llena de acción, emoción y sentido. Espero que esta reflexión haya sido de bendición.

Que el Dios creador del cielo y de la tierra nos incite a mirar hacia arriba, a contemplar los cielos y recordar dónde debe ser aferrada nuestra ancla para que podamos vivir en su libertad, cumpliendo con su voluntad en la tierra tal como se cumple en el cielo. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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