martes, 14 de mayo de 2013

2 Corintios 5 - La nueva manera de vivir

Hola a todos. En mi opinión, hoy llegamos al punto central, al climax, por así decirlo, de la segunda carta a los corintios. Creo que este es uno de los pasajes más intensos de la carta, y plantea de alguna manera el nudo del ministerio del nuevo pacto, que creo que es lo que viene desarrollando Pablo en los primeros capítulos. Seguramente pronto haga una recapitulación, como para ir retomando algunos puntos que después vamos a estar profundizando.

Texto: 2 Corintios 5

En lo personal, este capítulo me encanta. Es uno de los pasajes más reveladores que leí en todo el Nuevo Testamento desde que conozco al Señor. En un primer momento había pensado en dividir esta publicación en dos partes, pensando que hablaba de dos cosas diferentes. Pero en realidad todo está integrado.

En primer lugar, este pasaje se atreve a hablar de algo sobre lo que a nosotros, seres humanos, incluso siendo cristianos, nos incomoda hablar: la muerte. Dice que vivimos en una tienda de campaña. Una tienda de campaña es una vivienda pasajera, que hoy está y mañana no. Estas tiendas se usaban principalmente en tiempos de guerra, y esto lo voy a retomar más adelante. Pablo está diciendo: estamos en guerra, y lejos de casa, viviendo en un hogar pasajero.

Dice el pasaje que esta tienda va a deshacerse un día, pero también dice que si se deshace, tenemos una certeza que es fundamental: tenemos una casa eterna, indestructible, en el cielo; una casa que no fue hecha por manos humanas, en cuyo caso sería efímera, sino por Dios, que permanece para siempre. Pero parecería que esta certeza no es suficiente para nosotros: dice el pasaje que nosotros suspiramos, deseando que ese momento en que esta casa temporal se deshace no fuera necesario, sino que fuéramos revestidos de la morada celestial sin pasar por esa instancia, sin ser "desnudados" en primer lugar.

Y esto es natural. Pablo mismo lo dice: "es Dios quien nos ha hecho para este fin" (5:5). Estamos acostumbrados a pensar que la muerte es algo natural; y lo es, pero sólo desde el punto de vista del mundo tal como nosotros lo experimentamos: el mundo caído. Cuando el ser humano no había desobedecido a Dios, la muerte no era algo natural. Al menos no para el hombre. Dios le anuncia su nuevo destino después de la desobediencia: "...hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás" (Génesis 3:19).

Entonces, lo que es natural es que la muerte nos genere tanta incomodidad. No solamente porque es algo desconocido, algo que no podemos medir, que no podemos ver; sino porque es algo que no podemos aceptar, ni siquiera desde la perspectiva de Dios. ¡El cuerpo separado del espíritu! Dios nos creó para ser una misma cosa, cuerpo y espíritu al mismo tiempo. Y esa es la forma de nuestra morada celestial. La muerte, esa separación, es algo incluso antinatural, al menos en el ser humano. Pero en esta naturaleza caída, es algo ineludible. Y es importante estar mentalmente preparados para comprender que un día, antes o después, nos llega a todos. Seguramente algún día me tomaré el tiempo de publicar una reflexión sobre este tema.

Lo importante ahora es que nosotros, de hecho, ya fuimos revestidos de nuestra morada celestial. Podríamos decir, siguiendo con la metáfora de la ropa, que somos vestidos de adentro hacia afuera. Primero, creemos en nuestro corazón que Jesús es el que nos salva y nos libra, y nos acerca a Dios: somos vestidos interiormente. En ese momento, somos revestidos bien cerca de nuestro cuerpo por nuestra morada celestial, pero todavía queda por fuera la vestimenta terrenal, que no nos podemos sacar a nosotros mismos: sólo esperar a que se deshaga. Esto ocurre cuando morimos físicamente, o cuando Jesús vuelva a buscarnos, lo que ocurra primero.

Pero esto es central. El pasaje dice claramente: "si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!" (5:17). Podríamos parafrasear diciendo que si estamos en Cristo, somos un nuevo tipo de creación, no ya solamente terrenal, sino que somos una creación íntegra, celestial, que permanece para siempre. Esto implica que las cosas pasadas ya se fueron. Lo que antes fui, los errores del pasado, las experiencias que viví... ¡Soy libre de todo eso! No es que pueda olvidar todo eso, pero ya no necesito dejar que esas experiencias me condicionen. Dios me da la oportunidad de empezar de nuevo, desde el lugar donde estoy.

Entonces, empieza una nueva manera de vivir, y esto es lo que decía el capítulo anterior al final. Ya no importa lo visible, pasa a un lugar secundario. Lo que realmente importa es lo invisible. No vivimos por vista, sino por fe, y la fe es la capacidad de percibir lo invisible, de verlo, de darle importancia. Sólo la fe puede lograr eso. Fe es abrir los ojos al mundo tal cual es, aunque algunas cosas de esa realidad se nos escapen debido a nuestra limitación como seres que vivimos revestidos de lo terrenal, todavía.

Pero esa es la nueva manera de vivir. Ya no vemos nada ni conocemos a nadie según la vista, sino que conocemos la realidad según lo que hay detrás de la vista. Las personas ya no son sólo personas: son seres humanos que actúan y piensan condicionados por lo que viven y vivieron, por lo que otros hicieron de ellos, por los miedos y expectativas que tienen. Empezamos a reconocernos en el otro. Esa es la única manera de amar al prójimo de manera profunda y real. Cualquiera puede realizar actos de amor esporádicos por el prójimo, pero amarlo en profundidad y valorarlo en el corazón como persona integral requiere que pueda ver lo invisible, lo que está detrás. Requiere que viva por fe, y no por vista.

Por eso deseamos de todo corazón que los demás también sean revestidos de la nueva morada celestial. El mensaje que transmitimos es una locura, pero como dice Pablo, "si estamos locos, es por Dios; y si estamos cuerdos, es por ustedes" (5:13). Pero el amor de Cristo me impulsa a compartir el mensaje con otros. Entonces, no necesito hacerme pasar por normal para que no parezca que estoy loco. Lo que realmente importa es que tenemos un mensaje importantísimo para transmitir, aunque quedemos como locos.

Y este mensaje es el que nosotros también recibimos y creímos, y es el que nos reviste del hogar celestial, eterno. Por nuestra desobediencia, éramos enemigos de Dios. Pero Dios descargó su ira, su enemistad, sobre el único que no la merecía: Jesús. Sólo por no haber pecado jamás pudo ser eficaz ese intercambio. Como el no merecía para nada ese castigo, Dios lo declaró culpable en lugar de cada uno de nosotros. Por lo tanto, si él es el único culpable, todos nosotros tenemos el status de inocentes, aunque no sea cierto en el mundo terrenal. Y otra vez volvemos a lo mismo: en el mundo visible, somos culpables por vivir siempre pecando. En el mundo invisible, somos inocentes por depositar nuestra fe en la inocencia de Cristo, por reconocer que el único motivo por el que soy inocente es que Jesús cumplió mi condena sin merecerla.

Entonces, Cristo murió por TODOS los humanos, para que TODOS puedan participar de su muerte. Nosotros tenemos que mirar la cruz y reconocer que estamos muertos. Se necesita que en nuestra conciencia seamos clavados en esa cruz junto con Cristo. "Estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron". Y sigue: "Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado" (5:14-15). Nos transfiere su propia justicia, y su propia vida. Jesús murió por todos, pero resucitó. Si nos entregamos de corazón a su muerte, participamos también de su propia vida: la vida revestida de eternidad. Somos justos por la justicia de Cristo. Justicia que no se ve, sino que simplemente se confía en ella, porque nosotros no vemos con nuestros ojos a Cristo. Los vemos con el espíritu a través de la fe. Tanto la justicia de Cristo como la mía, que es en Cristo, pertenecen al orden de lo invisible.

Resumiendo esta última idea, Dios trató como injusto a Jesús, que era justo, para tratarnos como justos a nosotros, injustos que vivimos en y por Cristo. Éste es el mensaje que anunciamos: el ministerio de la reconciliación. En Cristo, Dios lo que hizo fue pasar por alto los pecados y la desobediencia del ser humano, para reconciliarse con él, porque lo amaba, y lo ama. Y con esta idea cierro la reflexión. Espero que haya sido de mucha bendición para todos, y que haya sido tan intensa para ustedes como lo fue para mí, tanto la primera vez que la hice como ahora mientras la publicaba.

Que el Dios eterno, artífice de nuestra morada celestial, los llene de esperanza mientras viven en esta tienda de campaña, anunciando el hermoso mensaje de la reconciliación y justificación en Cristo Jesús. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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