martes, 13 de septiembre de 2016

El fruto del Espíritu 4 - Paciencia

Hola a todos. Hace un mes empecé a publicar una serie de reflexiones sobre cómo tener vidas que dan fruto, pensando un poco en el pasaje del fruto del Espíritu, que suele enseñárselo como una guía de conducta pero siempre sin tener en cuenta lo que nos pasa dentro con estos temas, las trabas que tenemos y cómo hacer para superarlas. Dios es un Dios de restauración, y trabaja en nosotros (por eso es fruto del Espíritu) para que podamos sanar y dar fruto, y muchas veces lo hace a través de su palabra (que nos ofrece herramientas y soluciones) y de otros creyentes (que nos dan ese "arraigo en el amor" que necesitamos para funcionar bien).

Dar fruto está relacionado con poder alegrarnos en nuestra vida, tener placer, y también con impactar positivamente a nuestro alrededor, que sería hacer el bien, y que es el propósito de nuestra creación. Dios quiere que tengamos vidas de ese estilo, y nos guía y acompaña en el proceso. Las preguntas que nos venimos haciendo son, ¿cómo son esas características del fruto? ("amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio", como dice Gálatas 5:22-23). ¿Qué trabas tenemos para desarrollar esa característica del fruto, ese sabor? Por ejemplo, qué es lo que nos dificulta dar fruto con sabor a amor, a alegría, a paz, etc. ¿Cómo podemos hacer para habilitar ese sabor en nuestro fruto? Qué nutrientes necesitamos recibir, podríamos preguntarnos.

El tema de hoy es la paciencia. Como vengo haciendo, me gustaría empezar pensando qué no es la paciencia, desde el punto de vista bíblico, para sacarnos de encima algunas concepciones culturales de lo que es y no es paciencia. La paciencia no es no enojarse. Una persona que se enoja no perdió la paciencia, como solemos pensar. El enojo es una reacción interna a una situación externa, por simplificarlo. Como cualquier otra emoción, es simplemente un mecanismo de nuestro cuerpo para defenderse de una amenaza que percibe. Paciencia tampoco es dejarse estar y no hacer nada para resolver un determinado problema. Eso no es paciencia, es irresponsabilidad. Paciencia, por último, no es aguantarse cualquier cosa de otros, cualquier trato, cualquier actitud. Ser paciente no es eso. Si alguien nos maltrata, como dije en la reflexión pasada, tenemos que hacer algo al respecto.

No hay, por supuesto, una definición bíblica de la paciencia, aunque sí hay muchos pasajes que nos hablan de ella. La palabra griega es larga, MAKROTHUMIA, y la idea misma es larga, según algunos diccionarios bíblicos tiene que ver con mantener el temperamento en el sufrimiento. Sobre esto, hay un Salmo que nos da una imagen muy gráfica de lo que la paciencia es:

"Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar; aunque rujan y se encrespen sus aguas, y ante su furia retiemblen los montes" (Salmo 46:1-3).

Me gusta la imagen de este pasaje, porque el salmista no dice que confía en Dios porque él hace que a su alrededor no pase nada malo. El salmista confía en Dios porque puede ampararse y refugiarse en él cuando a su alrededor pasan cosas malas. Él puede atravesar esos momentos temibles y terribles porque sabe que Dios está con él.

+Paciencia es la capacidad de atravesar el dolor y las situaciones adversas sin derrumbarse, sin perder la esperanza.

Lo contrario a la paciencia, en ese sentido, es la frustración y la desesperanza. Otra vez, aclaro que no son cosas que están mal. Simplemente, cuando vivimos en frustración y desesperanza, no disfrutamos nuestra vida y muchas veces no impactamos positivamente las vidas de otros. A veces cuando atravesamos situaciones adversas, situaciones difíciles o dolorosas, nos ponemos irritables o nos desanimamos y nos derrumbamos, sentimos que no podemos seguir, que no podemos levantarnos, que todo se acabó. Esto es una respuesta normal muchas veces, a ciertas situaciones que realmente sentimos que nos sobrepasan. A veces, incluso, el desánimo puede ser algo bueno, porque muchas veces tratamos de controlar situaciones que en realidad escapan a nuestro control, y es mejor perder las esperanzas y abandonar el asunto en vez de gastar energía y tiempo tratando de resolver algo que no está en nuestro poder resolver (puede pasarnos también con relaciones con otros, o cuando queremos "cambiar" a otro).

Ahora, hay momentos en la vida que son difíciles de atravesar de por sí. Y es natural que nos duela. La muerte de un ser querido es un buen ejemplo. Una calamidad repentina es otro ejemplo. El problema está, podríamos decir, en que eso nos haga perder el temperamento, nos quiebre el carácter y nos deje contra las cuerdas. Digamos que el problema no es que suframos, sino que el sufrimiento nos paralice y nos haga renunciar a cosas importantes que tal vez sí podríamos conseguir si lográramos atravesar ese sufrimiento.

¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué hay etapas en nuestra vida en las que no logramos permanecer de pie frente a la presión de las circunstancias externas? ¿O por qué, incluso, nunca llegamos hasta ahora a desarrollar la capacidad de sobreponernos a las crisis y al sufrimiento, y siempre nos quebramos por dentro cuando nos pasa algo así?

Puede haber muchos motivos, pero quiero enfocarme en algunas. Por un lado, puede que haya motivos relacionados con nuestra experiencia de la vida. Por ejemplo, si estuve o estoy muy solo en la vida, en términos afectivos, si no siento que realmente yo sea importante para los demás, puedo sentir que en esos momentos críticos no voy a tener a nadie que me ayude, me levante o me sostenga, y luchar es en vano. O me lleva a perder las fuerzas rápido. Esto también puede venir de experiencias de abandono, donde muchas personas me dejaron solo o sola en diferentes situaciones difíciles, nadie le dio validez a lo que sentía o lo que me pasaba o simplemente me criticaron de alguna forma por sufrir, por lo cual terminé sintiéndome culpable o avergonzado frente a mi sufrimiento. Eso nos paraliza, no podemos resolver el problema porque tenemos otro problema que resolver primero: la culpa y la vergüenza de estar teniendo ese problema, o lo solos y desprotegidos que nos sentimos frente a esa situación.

Por otro lado, a veces tenemos una visión legalista de las cosas (aunque no está totalmente separado de lo anterior). Cuando nuestra vida está bien y pasan cosas lindas, sentimos que es porque de alguna forma lo merecemos, porque somos buenas personas, buenos estudiantes, buenos hijos, buenos amigos, etc. Por lo tanto, cuando nos pasan cosas malas nos quedamos enroscados en sentir o que somos culpables de eso, y lo merecemos, o que no entendemos por qué pasa eso, si nosotros somos buenas personas. Es el famoso planteo de "¿por qué a mí?". Creemos que la vida "nos debe algo" por ser buenos (tal vez, si esto es lo que suele pasarnos, la pregunta que podríamos ir pensando es, "¿por qué no a mí?").

Finalmente, a veces nos cuesta integrar lo malo y lo bueno de la vida, y somos idealistas. Creemos que las cosas son como deberían ser, y entonces, cuando pasa algo que "no debería pasar", nos paralizamos o nos hundimos en el pensamiento de que "esto no debería ser así", negamos la realidad de lo que pasa (a veces incluso sin darnos cuenta, y no sólo sobre lo exterior sino también sobre lo que nos pasa a nosotros mismos adentro), o pensamos "qué injusta que es la vida a veces", pero la vida no es injusta, la vida es vida. El mundo no es ideal. El mundo real es lo que es, y las cosas casi nunca marchan según lo que debería ser.

No quiero dejar de mencionar que a veces venimos de tener muchas experiencias de desilusión con la vida, de no lograr lo que queremos, lo que soñamos, lo que proyectamos, y eso puede dejarnos el sentimiento de que no podemos lograr nada, de que todo nos va a salir siempre mal.

Pero entonces, ¿qué podemos hacer para salir de estas trabas y enfrentar la realidad sin derrumbarnos? ¿Qué herramientas nos da la Biblia para desarrollar paciencia frente al sufrimiento o la adversidad?

Lo primero que tenemos que hacer es aceptar lo que nos pasa, sea exterior o interior, y compartirlo, con Dios y con otros. Jesús mismo dijo, "vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso" (Mateo 11:28). Siendo el cuerpo de Cristo, cuando él dice "vengan a mí", se espera que también vayamos los unos a los otros. A lo largo de todo el Nuevo Testamento se repite esta idea una y otra vez. Tenemos que poder aceptar al hermano o hermana en la fe (o también a cualquier no creyente) que viene desanimado, frustrado y sufriendo. Sufrir es parte de la vida y necesitamos ser escuchados y aceptados en nuestro sufrimiento para salir adelante. Lo mismo ocurre con la desesperanza y la frustración. Necesitamos hablar de todo eso, hablar de las heridas y desilusiones de nuestro pasado también, y recibir palabras de aliento que vengan de una escucha y comprensión genuinas, de una verdadera empatía.

Una vez que pudimos aceptar lo que sentimos y lo que está pasando, aceptar nuestras circunstancias, tal vez necesitemos empezar a pensar en qué recursos tenemos para enfrentar las circunstancias adversas que estamos atravesando, o para elaborar y superar eso que nos hizo o nos hace sufrir. Si nunca desarrollé esa capacidad, tal vez necesito empezar a ver qué recursos tengo yo como persona para poder avanzar en la vida, salir adelante de todo el sufrimiento o abandono que haya vivido, empezar a proyectarme, soñar y mirar al futuro con esperanza:

"La viuda de un miembro de la comunidad de los profetas le suplicó a Eliseo: «Mi esposo, su servidor, ha muerto, y usted sabe que él era fiel al Señor. Ahora resulta que el hombre con quien estamos endeudados ha venido para llevarse a mis dos hijos como esclavos». «¿Y qué puedo hacer por ti?», le preguntó Eliseo. «Dime, ¿qué tienes en tu casa?». «Su servidora no tiene nada en casa», le respondió, «excepto un poco de aceite.»" (2 Reyes 4:1-2).

A veces sentimos que los recursos que tenemos no nos sirven, porque no alcanzan, y por eso muchas veces necesitamos pedir ayuda para que nos hagan ver que esos recursos ya son mucho, y que Dios puede hacer que eso poco que tenemos de más fruto en nosotros que el que por sí solo podría dar. Incluso a veces necesitamos a alguien de afuera que nos haga ver qué recursos tenemos como personas para salir adelante. Y sólo ahí podemos empezar a creer que hay esperanza para nosotros, porque ya no estamos solos, y porque empezamos a ver que podemos hacerle frente a las dificultades de la vida.

Por último, una vez que ya atravesamos el momento de crisis y encontramos los recursos que tenemos, en nosotros o a nuestro alrededor, a veces necesitamos reconsiderar cómo vemos el mundo que nos rodea. ¿Somos idealistas? ¿Somos legalistas? El mundo fue creado hermoso y perfecto, pero la Biblia nos enseña que eso cambió a partir de la desobediencia del ser humano. Ahora vivimos en un mundo complicado, y nos pasan cosas que muchas veces no son culpa nuestra, ni muchas veces culpa de nadie. Simplemente pasan. Y Dios quiere estar a nuestro lado para ayudarnos a atravesarlas. Eclesiastés 6:9 dice, "vale más lo visible que lo imaginario. Y también esto es absurdo; ¡es correr tras el viento!". Si nos enfocamos en lo ideal, no trabajamos con lo real, con lo que es, y siempre nos vamos a dar la cabeza contra la pared. Es mejor aceptar la realidad tal como es, y manejarnos con eso. Tal vez necesitamos revisar nuestras expectativas sobre la vida y las personas, y nuestras metas, y así nos evitaríamos a veces muchos dolores de cabeza.

Sin embargo, no todo es mundo caído. Hay un Dios que quiere traer el ideal a la realidad, el "reino de Dios", y quiere trabajar en y con nosotros para eso. Pero Dios no le hace asco a la realidad, no se asusta ni se paraliza por la realidad. Él trabaja desde lo real. Por eso nos recibe a pesar de nuestros defectos y errores, para restaurarnos desde nuestro estado real. Y por eso podemos tener esperanza. La realidad a veces puede ser cruda, pero Dios siempre es fiel y está con nosotros, y está de nuestra parte. Podemos refugiarnos en él y atravesar con él nuestros sufrimientos. Y si logramos tomarnos así las cosas, si logramos desarrollar la paciencia, desarrollamos, de la mano de Dios, otra característica, que algunos llaman resiliencia: la capacidad de atravesar las situaciones difíciles y no sólo no derrumbarnos, sino también salir fortalecidos. El apóstol Santiago lo describe de manera parecida: "ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada" (Santiago 1:3-4). Constancia es entereza de carácter, permanecer firme frente a las dificultades. Perfectos es completos. Íntegros es enteros, sin dividirnos ni quebrarnos por dentro, perdiendo nuestra esencia, nuestra identidad, nuestra forma de ser.

Entonces, paciencia es poder atravesar el sufrimiento y las situaciones difíciles sin quebrarnos, sin perder la esperanza y sin perdernos a nosotros mismos, e incluso salir fortalecidos y mejor preparados que antes. Para eso, necesitamos refugiarnos en Dios, expresarle lo que nos pasa, lo que sentimos, incluso nuestra frustración, enojo o desesperanza, y apoyarnos también en otros. Necesitamos poder descubrir qué recursos tenemos para hacer frente a las dificultades de la vida y revisar nuestra forma de ver la vida, para ser personas realistas y construir nuestra esperanza desde ahí. El mundo puede ser muy feo, pero también puede ser algo hermoso. Las dos cosas coexisten, y Dios trabaja con nosotros para traer lo ideal cada vez más a lo real. Y hasta nos enseña cómo, muchas veces, a través de su palabra. Él es siempre fiel, y nos considera verdaderamente muy importantes. Su deseo es cuidarnos, guiarnos y acompañarnos. La Biblia está llena de promesas de Dios sobre cómo puede llegar a ser nuestra vida. Si logramos desarrollar la capacidad de mantener la calma en medio de las peores tormentas, nuestras vidas pueden llegar a dar muchísimo fruto en la vida de otros, y nuestro propio disfrute va a quedar protegido incluso de esas tormentas, al punto que las circunstancias no determinen cuánta belleza le encontramos a la vida. La vida puede ser algo hermoso incluso en medio del sufrimiento. Esa es la promesa y el deseo de Dios para nosotros.

Que el Dios fiel nos ayude a descubrir los recursos que él puso en nosotros para salir adelante en las situaciones difíciles, para que podamos desarrollar vidas de esperanza que también alienten a las personas que nos rodean, y para que podamos disfrutar de nuestra vida a pesar de las circunstancias. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

Algunos libros de referencia:
- Henry Cloud, Cambios necesarios, Editorial Vida (2010).
- Henry Cloud, Cambios que sanan, Editorial Vida (2003).
- María Elena Mamarian, Esperanza en medio de ilusiones perdidas, Ediciones Kairós (2008).
- Eduardo Tatángelo, Cuando no se puede parar de sufrir, Publicaciones Alianza (2014).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Querés compartir tus propias reflexiones sobre el tema?