sábado, 30 de marzo de 2013

Sábado Santo - Silencio

Hola a todos.




Texto: Mateo 27:62-66

Creo que el sábado de la Semana Santa es el día más intrigante. Sólo uno de los evangelistas, Mateo, habla sobre ese día con toda claridad. El resto de los evangelios pareciera acompañar al Señor Jesús en su silencio. Después de haber sido crucificado y entregar su vida, fue sepultado, y ahí permaneció todo un día, sin que pasara nada más. ¿Alguna vez trataron de imaginar lo que los discípulos atravesaron durante ese día? Trato de pensar en todas las expectativas que tenían, en todo lo que habían vivido junto al Señor, y viene a mi mente lo que dije ayer: parecía que todo había terminado, que sus sueños, esperanzas y creencias estaban totalmente frustradas. El Cristo, el Mesías de los profetas, estaba muerto. ¿Acaso Dios se había olvidado de su pueblo?

Y Dios hizo silencio durante todo un día. No dijo que sí. No dijo que no. Dijo: no hay otra más que creer y esperar.

Lo interesante es que, mientras tanto, los jefes de los sacerdotes y los fariseos temían. El templo se había quebrado y el velo se había rasgado, y los rumores hablaban de gente que había regresado de la muerte. Con todo esto en mente fueron a buscar a Pilato para contarle que Jesús había afirmado que iba a resucitar. Le dijeron que los discípulos probablemente robarían el cuerpo, y que por lo tanto era necesario que sellaran el sepulcro.

Pero, ¿de qué tenían miedo? Si robaban el cuerpo pero nadie lo veía, hubiera sido poco creíble que Jesús hubiera resucitado. Si lo custodiaban sólo hasta el tercer día, como proponían los sacerdotes, los discípulos podían robarlo al cuarto día y crear el mismo supuesto engaño. ¿No podríamos pensar entonces que, en definitiva, tenían mucho miedo de que fuera cierto? ¿Qué tal si realmente resucitaba? Por lo menos, si el sepulcro estaba bien sellado, nadie iba a enterarse.

En definitiva, permanecían con la misma actitud obstinada aún a pesar de haber recibido las señales en el templo, es decir, a pesar de que pensaran que era cierto que iba a resucitar. Con sus actos estaban diciendo algo como "sabemos que al final tenías razón, pero salí de ahí si podés... ¡vamos a tapar la verdad con la piedra más pesada que podamos encontrar!"

Creo que es en el fondo un mecanismo de defensa. Aceptar públicamente el error que habían cometido hubiera sido el fin de sus días como sacerdotes, y tal vez incluso el fin de sus días, directamente. Hasta habían provocado muchos disturbios por causa de su condena hacia Jesús, así que ni los romanos les iban a tener contemplación.

Por otra parte, imagino que Pilato estaba harto del tema. Ya suficiente había tenido que soportar durante el arresto de Jesús, y supongo que habría pensado "buen, al menos ya me saqué este peso de encima". Pero no, ahora venían otra vez estos líderes religiosos diciendo que el que acababan de matar había dicho que podía resucitar. Ahora, Jesús había llegado a decirle a Pilato que su reino no era de este mundo (Juan 18:36), y los judíos le habían dicho que se proclamaba a sí mismo Hijo de Dios. ¿No podemos pensar que, hilando y uniendo toda la historia, Pilato también empezaba a pensar que había algo más ahí dando vueltas?

Él, que había tratado de ser lo más imparcial que pudo para no meterse en problemas con sus superiores, pienso que ahora que todo estaba jugado y la suerte estaba echada, quería ver en qué terminaba todo eso. Pienso que hay cierto tono de desafío en la respuesta de Pilato a las autoridades religiosas judías. "Vayan a asegurar el sepulcro lo mejor que puedan" (27:65), les dice. No sabemos cómo sigue la historia del procurador romano, ni si finalmente creyó en el Señor, ni si el Señor se le apareció también a él. Pero no podemos descartar esa posibilidad, después de todo lo que él también había vivido alrededor de estos sucesos.

De los discípulos ni siquiera se habla en este pasaje. Tal como Jesús había anunciado, se habían dispersado, y seguramente estarían escondidos llorando por la muerte de su Maestro, sin tener en cuenta todo lo que les había anunciado. Creían que ya había sido suficiente. ¿Y no nos pasa esto? Quiero decir, personalmente a mí me pasa. Me preocupo y hasta llego a sufrir por situaciones para las que el Señor me dejó promesas claras y contundentes. Me olvido de esas promesas, y recién cuando se cumplen recuerdo que ya me había sido anunciado. Creo que es natural: no estamos acostumbrados a mirar hacia aquello que no vemos. Lo mismo les pasó a los discípulos.

Y quiero terminar esta reflexión siguiendo esta idea con otra cosa que pensé mientras veía la película "La Pasión de Cristo". Cerca del final, la película muestra al diablo gritando en agonía. Cualquiera pensaría "bueno, murió Jesús, así que perdió. Sus seguidores perdieron. La humanidad perdió". Pero justamente la realidad es todo lo opuesto: la muerte de Jesús es la victoria de la humanidad. No es la resurrección lo único que aporta esperanza, sino que la muerte en sí misma es la derrota del diablo y del pecado. Jesús murió llevándose consigo la condena de la humanidad. Cualquiera que se une a Cristo en su muerte, ya no tiene ninguna condena posible. No fue Jesús el que fracasó en su misión, sino todo lo contrario: fue el diablo el que perdió la guerra, aún después de los numerosos esfuerzos que hizo para que Jesús no alcanzara su objetivo. Dios ganó. Y nosotros con él.

Y ahora, hago silencio, como Dios en aquel sábado.




Hasta mañana, si Dios así lo quiere.

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