viernes, 29 de marzo de 2013

Viernes Santo - Muerte

Hola a todos. Se me hizo un poco tarde hoy, pero quiero seguir con esta reflexión sobre la Semana Santa. Ayer tomé como foco el arresto de Jesús. Hoy me corresponde hablar acerca de su muerte. Como dije ayer, voy a tratar de ser breve, aunque es evidente que no es mi fuerte.

Texto: Mateo 27:1-61

En lugar de hablar sobre momentos, me gustaría esta vez hablar sobre tres elementos que creo ver en este episodio de la obra de Jesús. El primero de ellos es la diferencia entre arrepentimiento y remordimiento. Normalmente tendemos a asociar ambas cosas, pero si prestamos atención a este pasaje, podemos encontrar una diferencia muy clara. Pienso, por ejemplo, en la diferencia que hubo entre la actitud de Pedro y la de Judas. Conociendo el final de la historia, sabemos que Pedro se arrepintió por haber negado a Jesús. Tuvo su oportunidad, y la aprovechó. Incluso en el mismo momento en que lo hizo, recordó las palabras de Jesús, y podemos imaginar que deseó no haberlo hecho. Sin embargo, parece haber entendido que eso tenía que llevarlo a remediar su error, por ejemplo, cambiando su postura y defendiendo el mensaje de Cristo. Judas, por el contrario, decidió quitarse la vida. ¿Por qué?

Bueno, pienso que Judas no había entendido el mensaje del arrepentimiento. Por supuesto, se sintió miserable por haber derramado sangre inocente, pero pidió perdón a las personas equivocadas. A los jefes de los sacerdotes les daba igual si Judas se sentía culpable o no. Ellos ya habían conseguido lo que querían. Para Judas, no había vuelta atrás. El daño ya estaba hecho. Tal vez se sintió totalmente acorralado. ¿Y quién no se siente acorralado por sus propias equivocaciones de vez en cuando?

Pero su error estaba en pensar que no había vuelta atrás. Por supuesto, en el exterior, en las circunstancias, no había retorno: Jesús iba a ser entregado e iba a morir, y era su responsabilidad. Pero en su interior, en aquello que lo había conducido a hacer eso, sí había vuelta atrás. Adentro de nosotros, siempre hay vuelta atrás. Solamente tenía que adoptar una actitud humilde, reconocer que se había equivocado, y sin dudas Jesús mismo iba a estar dispuesto a perdonarlo. Ya vimos que perdonó a Pedro incluso antes de que llevara a cabo lo que Jesús sabía que iba a hacer: negarlo. Estoy seguro de que al recordar las palabras de Jesús, Pedro comprendió esto. Por eso Pedro no se quitó la vida.

2 Corintios 7:10 dice que "la tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte". Creo que la idea encerrada en este pasaje es clara: arrepentirse es reconocer que Dios puede cambiar lo que me hizo equivocarme. El remordimiento es ese sentimiento que me lleva a castigarme a mí mismos, sin tener en cuenta que Dios está siempre dispuesto a perdonarme. El arrepentimiento me conduce a Dios, y me aleja de las conductas autodestructivas. Dios tiene poder para limpiarme y para cambiar lo que no está bien en mí, y no lo hace castigándonos, sino enseñándonos y corrigiéndonos. Incluso nos ayuda a lidiar con las consecuencias de nuestros actos. Creo que el centurión que estaba junto a la cruz fue otro de los que comprendieron esta verdad liberadora.

El otro elemento que veo en este pasaje es la obstinación del pueblo judío, y esto tiene, en mi opinión, mucho para enseñarnos. Los judíos simplemente gritaban desordenadamente que crucificaran a Jesús y soltaran a Barrabás. Es evidente que no pensaban en lo que decían. Seguramente se dejaban llevar simplemente por sus pasiones, por sus frustraciones y por la voz de los líderes religiosos. Estaban confundidos y obnubilados. Pero, ¿no nos pasa esto a nosotros? ¿Cuántas veces participamos de ritos, liturgias o festividades religiosas sin detenernos a pensar en su significado, por ejemplo? Y pienso, incluso, en Semana Santa. ¿O cuántas veces cuestionamos a otras personas o a otras maneras de pensar sólo por el hecho de que no provengan del cristianismo tal como lo entendemos? Por supuesto que no por esto quiero decir que el mensaje de Dios es relativo. No, todo lo contrario: es absoluto. Pero, ¿no será que muchas veces sólo nos dejamos arrastrar por esquemas cerrados de comprensión de la fe cristiana? ¿Por qué a veces pensamos que una iglesia es mejor que otra, o que una determinada persona o congregación no es verdaderamente cristiana?

Por otra parte, la biblia dice que "la mente de ellos se embotó, de modo que hasta el día de hoy tienen puesto el mismo velo al leer el antiguo pacto. El velo no les ha sido quitado, porque sólo se quita en Cristo" (2 Corintios 3:14). Éste es el secreto del cristianismo: volver la mirada a Jesús. Pero no al Jesús escrito, al Jesús de la cruz de las iglesias, al Jesús de las imágenes. Al Jesús viviente, al que hoy, acá y ahora, está actuando en cada uno de los que creen en su nombre y lo aman. Jesús murió para romper ese velo y ayudarnos a entender a Dios. Entablar una relación personal, profunda e íntima con Cristo, con el Jesús que vive hoy mismo, es la única manera de entender su mensaje, y de hacerlo propio. Esto es lo que no comprendió el pueblo al condenar a Cristo. En cualquier caso, esto ocurrió para que se cumpliera lo que Dios había establecido. ¿No será que Dios quería mostrarnos que en realidad, todos y cada uno de nosotros condenó a Cristo al tener esa misma tendencia a ver todo desde nuestra propia mirada esquemática, cerrada? Y me incluyo. Pero otra vez: no olvidemos que Dios nos perdona por esto. Después de todo, ¡Jesús dio su vida también por esos judíos que lo condenaron!

Y finalmente, la muerte de Cristo nos habla de la entrega total de Jesús hacia el Padre. Este mensaje es intenso, y además central. La muerte de Jesús en sí misma no me salva. Lo repito: la muerte de Jesús en sí misma no me salva. Tengo que hacer propia esa muerte. ¿Qué significa eso? Que tengo que reconocer primero que nada que era necesario que él pagara una deuda vital que yo tenía para con Dios. Si no creo que yo soy por naturaleza desobediente a Dios y que por lo tanto merezco estar separado de él, no voy a aceptar que era necesario que Jesús muriera. En segundo lugar, tengo que aceptar que Jesús era y es efectivamente el Hijo de Dios y que sólo por eso su sacrificio valió para toda la humanidad. Dios cargando sobre sí mismo la deuda de desobediencia del ser humano. ¿Cómo? Siendo obediente hasta el final, incluso hasta en la decisión de dejarse morir.

Si no comprendo esto, no voy a creer que Jesús murió también por mí, personalmente. En definitiva, tengo que verme a mí mismo, a mi pecado, es decir, a mi desobediencia crónica al Señor, en esa cruz. Lo digo de nuevo: tengo que verme a mí mismo en esa cruz para que la muerte de Cristo valga para mí. Esto es creer en Cristo. La biblia dice que Jesús murió por todos, por supuesto. Pero si no hago mía esa muerte de Cristo, es como si la estuviera negando, declarándola inválida para mí. Por eso dije que por sí sola no alcanza: necesito creer en la muerte de Cristo para que valga para mí. "Por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe" (Efesios 2:8). ¡Mediante la fe! Si no hay fe de por medio, sigo estando separado de Dios, por más que Cristo haya pagado por mí. Porque no reconozco como válido el pago que él hizo.

Pero de nuevo: con Dios siempre hay vuelta atrás. Nunca es tarde para darse vuelta y decir "está bien, es cierto, Jesús murió también por mí. Aunque antes lo negué, o no lo consideré, o no lo entendí, ahora miro a Jesús y reconozco que ahí, en esa cruz, en esa mirada de paz aún en medio del dolor, está el pecado que vive en mí, pero el cuál Jesús condenó en la cruz para empezar a limpiarme y unirme de una vez y para siempre con el Padre". Repito: nunca es tarde. Dios espera siempre con los brazos abiertos, siempre, no importa qué hayamos hecho hasta ahora. Porque de todas maneras, hayamos hecho lo que hayamos hecho, el punto en el que reconozco eso es el comienzo de una etapa totalmente nueva en nuestras vidas, una etapa donde lo que antes fui empieza a desaparecer para dejar paso al nuevo ser humano que Dios está creando en mí, una nueva naturaleza "creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:24). De hecho, cuando Jesús murió parecía que todo había terminado. Que las promesas, las ilusiones y esperanzas de los que lo habían seguido habían desaparecido. Pero en realidad, hoy sabemos que era todo lo contrario: nada había terminado, sino que eso era sólo el comienzo de una nueva era de la humanidad.

Que el Dios que dio su vida por cada uno de nosotros rompa el velo día a día, para que nuestra comprensión de toda su obra aumente y nos permita disfrutar cada vez más de una relación personal profunda con él mismo. Y si recién hoy se están planteando esto por primera vez, que Dios los ayude a recordar que con el mero hecho de aceptar que todo esto es cierto, ya están reconociendo su condición frente a él, y están tomando para ustedes mismos la muerte de Cristo, aunque no estén totalmente conscientes  de eso, si es que no lo están. "Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús" (Romanos 8:1). ¡AMÉN!

Hasta mañana, si Dios así lo quiere.

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